Este artículo describe la rivalidad de Real Madrid y Fútbol Club Barcelona, desde el punto de vista de jugadores que han vestido la camiseta de ambos clubes, siendo esta una política de fichajes que marcó la agenda de ambas instituciones especialmente a finales del siglo pasado.

Hace un tiempo no demasiado lejano los grandes equipos españoles por excelencia, Real Madrid y Fútbol Club Barcelona, se disputaban la predominancia interior no solo en el terreno de juego, sino  arrebatando al equipo antagonista jugadores mediáticos, esos que el aficionado interioriza como parte de su vida cotidiana, son parte fundamental en la consecución de sus sueños, y que en definitiva, forman parte de su día a día (como mostraba la película de Ken Loach, Buscando a Eric, sobre cómo la pasión hacia el jugador del Manchester United Eric Cantoná, ayuda a un aficionado a sobrellevar sus frustraciones cotidianas). Lejos quedaba la internacionalización del planeta fútbol como un bazar, un enorme negocio, y donde la identificación de los aficionados con los jugadores era un elemento vertebrador en la vida cotidiana de estos. La Ley Bosman en los años 90, que permitió fichar a futbolistas comunitarios sin ocupar plaza de extranjero, difuminó la trascendencia del escarnio que suponía ver a tu ídolo enfundado en indumentaria del eterno rival, ya que las rotaciones y fichajes en plantillas compradoras se convirtió en algo ordinario.

Las directivas de ambos clubes, desde Ramón Mendoza en Concha Espina, a los  Núñez o Gaspart en can barca, vivían con la obsesión de arrebatar piezas de enorme valor a su rival acérrimo.

Antes de la eclosión de estos dos clubes como marcas globales en el siglo XXI y su predominio tanto mediático como futbolístico en el panorama tanto europeo como mundial, la arena nacional era el lugar donde se dirimían sus disputas. Las directivas de ambos clubes, desde Ramón Mendoza en Concha Espina, a los  Núñez o Gaspart en can barca, vivían con la obsesión de arrebatar piezas de enorme valor a su rival acérrimo. Como si se tratase de episodios de la Guerra Fría, la rivalidad se alimentaba con estas acciones. La opinión pública previa al fenómeno de las redes sociales, se canalizaba y medía a través de los medios de comunicación tradicionales, como la prensa escrita, televisión (con programas aún existentes como el imperecedero Estudio Estadio o el extinto El día después de Canal +) o la radio.

imagen: Figo con la camiseta de Real Madrid en su presentación

Pese a que estas agresiones comenzaron con la creación de ambos clubes (cómo olvidarse de Ricardo Zamora quien en 1930 protagonizó el gran traspaso y primero entre los dos grandes clubes, pasando a formar parte del Real Madrid) y que en los 60, con la entrada del marketing y el negocio empresarial en España, empezaron  a pujar por los grandes talentos foráneos y oriundos (ejemplificados en Alfredo Di Stéfano o Luis Suárez), desde los años 80 comenzaron una espiral de intentos por menoscabar el poderío futbolístico del eterno rival, fichando jugadores bandera, canteranos, extranjeros erráticos o jóvenes promesas. Era la guerra total.

La madre de todas las tormentas la protagonizaron Luis Figo y el futuro presidente blanco Florentino Pérez, con la firma del jugador luso en el verano del 2000 por una cantidad de dinero inédita hasta la fecha y que inauguró la etapa galáctica en el Real Madrid.

En los años 80, la eclosión a mitad de la década del fútbol espectáculo de la Quinta del Buitre, hizo cambiar de aires a un jugador simbólico en Barcelona, que había recogido el testigo en el centro del campo blaugrana de Maradona, el alemán Bernd Schuster. Su carácter conflictivo (tras tan solo 23 partidos como internacional y 21 años, renunció a la selección alemana al negarse a jugar un amistoso por el nacimiento de su hijo), salió a relucir en sus relaciones  con la junta directiva y los entornos mediáticos en Barcelona y Madrid. No en vano, tras ser partícipe del segundo mejor record de puntos con el Madrid de Toshack en 1989, al año siguiente abandonó la disciplina madridista para disputar el título liguero con su vecino capitalino, el Atlético de Madrid de Futre y dirigido por Luis Aragonés.

Esta ”caza de presas” entre los dos grandes clubes españoles tuvo su momento de esplendor en la década de los 90, en una progresión incremental como si de movimientos geopolíticos encuadrados dentro de una guerra de trincheras se tratase. En esos momentos la rivalidad futbolística sustituía la actual tensión social ante una opinión pública polarizada entre la prensa deportiva de ambas ciudades. Fruto de estas escaramuzas en los despachos y guerras de comunicados, el equipo madridista era el que se adelantaba y conseguía prometedores jugadores blaugrana como el talentoso mediocentro Luis Milla o el lateral Nando. Tras años de derrotas simbólicas por parte de su enemigo acérrimo, el presidente Núñez, trajo a can Barca, jugadores extranjeros que habían fracasado en Madrid como Robert Prosinescki o Gica Hagi, como intento de explotar sus enormes cualidades técnicas en la época postrera del Cruyffismo, y así humillar a su eterno rival en plena descomposición institucional. El primero, después de una etapa de redención en el Oviedo de Radomir Antic, no tuvo en  Barcelona la continuidad deseada, y acabó nuevamente naufragando. Al igual que el denominado “Maradona de los Cárpatos”, cuyo indómito carácter e individualismo tampoco conectó en el equipo culé, pese a indudables dosis de genialidad que le han convertido en el mejor jugador rumano de todos los tiempos y que al final de su carrera se convirtió en un ídolo en Turquía en las filas del Galatasaray. Estos fichajes erráticos no eran más que una respuesta compulsiva e irracional a la marcha de uno de los iconos del Dream Team, el jugador danés Michael Laudrup, quien en 1994, aceptó una oferta del Real Madrid, abandonando la disciplina blaugrana y convirtiéndose en protagonista destacado de la consecución del título liguero de 1995 por el club blanco, entrenado por entonces por Jorge Valdano. Sin embargo, el equipo culé aprovechó bien la inestabilidad blanca, y contratacó adquiriendo los servicios de jugadores carismáticos como Luis Enrique y Etoo, que se erigieron en puntales dentro y fuera del terreno de juego.

Pero la madre de todas las tormentas la protagonizaron Luis Figo y el futuro presidente blanco Florentino Pérez, con la firma del jugador luso en el verano del 2000 por una cantidad de dinero inédita hasta la fecha y que inauguró la etapa galáctica en el Real Madrid, y el modus operandi distintivo del actual mandatario (y que trajo años después al Bernabéu otra joya con pasado azulgrana, el brasileño Ronaldo). La operación del fichaje del futbolista portugués provocó una fractura incluso social dentro del entorno culé, trascendiendo la rivalidad entre ambas hinchadas y culminando con el esperpéntico episodio en el Camp Nou en el que se lanzaron al campo numerosos objetos, entre ellos una cabeza de cochinillo.

Dentro de esta guerra abierta entre las dos directivas, y en plena zozobra institucional provocada por la debilidad del presidente entrante Gaspart, en esa misma temporada 2000-2001 adquirieron los servicios del canterano y ex jugador madridista Alfonso Pérez, instalado en el Betis, donde había recuperado su mejor versión futbolística después de años lastrado por varias lesiones de gravedad. Pese a ir acompañado de un enorme revuelo mediático, su fichaje tampoco llegó a cuajar dentro de una plantilla blaugrana muy heterogénea y descompensada, donde la columna vertebral holandesa incorporada por Van Gaal hacía aguas,  las jóvenes promesas no llegaban a cuajar (cómo no acordarse de esa eterna promesa llamada Iván de la Peña, rescatada por el Español o un Quaresma de menos de 20 años) y que lloraba la ausencia de su jugador emblema Luis Figo. Su marcha desprendía un aroma a tragedia griega digno de una tragedia Shakesperiana. Todo ello sumado al fallido reclutamiento de figuras traídas de la Premier para aliviar el vacío dejado por el portugués, como Overmars y Pettit, supusieron el derrumbe una de las plantillas más ilusionantes vistas en nuestro fútbol, y que pese a incorporar la creatividad del getafense, culminó con un sonoro fracaso.

Hoy en día, la dimensión global de estos clubes imposibilita disputas futbolísticas como las de antaño. Las directivas y el entorno deportivo han vivido sus propias batallas (el periodista John Carlin, trazó un paralelismo entre la polarización vivida en la era Guardiola-Mourinho con el auge secesionista), pero queda la sensación de que el cambio de milenio, puso fin a  una Guerra Fría que mantenían ambas ciudades y que tuvo en vilo a todo el aficionado al fútbol en España.

Este articulo ha sido escrito por Jaime Brigido Ramirez 

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