Frio atípico en medio de una primavera que termina y verano que llega. La mañana del sábado guarda un sol escondido entre nubes. Un silencio, resultado el bullicio nocturno del viernes que viene de ocurrir. Hay un viento fresco que viene de la costa, trae consigo a un par de gaviotas que merodean la zona, están en el sitio correcto, el mar esta tan solo a un par de metros de distancia. A mi llegada no hay nadie en la calle; al poco tiempo, las primeras personas se asoman paseando a sus perros siguiendo la típica rutina matinal que les evite limpiar un desastre en casa.

Brest es una ciudad de puerto. Hoy en día sigue siendo una de los puertos más importantes del país, pero pareciera que su mejor momento ya haya pasado. La desindustrialización de finales del siglo XX y principios del XXI han terminado por afectar a la ciudad que sigue siendo la segunda ciudad más importante de la región de la Bretaña, al oeste de Francia. Mirar al horizonte supone mirar hacia lo que alguna vez se consideró como lo desconocido. Hoy la ciudad apunta hacia América. Probablemente con un buen telescopio se vislumbre la orilla al otro extremo del atlántico. La tierra roja. El viejo mundo conociendo al nuevo.

Vista del puerto desde un punto alto de la ciudad.

Como ciudad de puerto, es una ciudad construida a base del metal. Construcciones geométricas y de color gris. Trabajo y esfuerzo, clase obrera. Brest sufrió los estragos de la guerra, es una ciudad reconstruida. Los bombardeos se llevaron consigo aquello histórico que le caracterizaba. Hay memoriales recordando a los caídos, y el resto de sitios a visitar indican que aquello fue erigido el siglo pasado, respetando los materiales y el modelo original. Siguen guardando un peso histórico muy significativo. Tan solo queda una pequeña calle empedrada como vestigio de épocas pasadas. En una de las colinas hay una fortaleza, hoy en su mayoría es de acceso restringido. Lo más llamativo que encontré fue un puente que une a una ciudad dividida por un caudal que desemboca en el océano. Agua de color azul claro.

Resulta que el puerto tiene un aire descuidado, como si no hubiese nadie que pudiese darle mantenimiento. Buques, transatlánticos y pequeños navíos yacen varados siguiendo el ritmo que dicte el estado de ánimo de la marea. No hay gente, es como si todo el mundo hubiese subido a un bote y partiera a un mejor sitio. Demasiados locales abandonados en los que los carteles que anuncian la renta del espacio son ya de un color amarillo. No ha dejado de pasar por allí el sol y el polvo se ha venido acumulando. Parece no haber nadie a quien le importe.

Brest aguarda a sus visitantes con muchas subidas y bajadas, es mejor llegar con una buena condición física si lo que uno desea es poder recorrerla a pie. Es mediodía, y el centro parece no tener mucha vida. Por fin el sol ha salido y la gente no parece tener la intención de salir y disfrutar de él (sol en lugar de lluvia, no resulta tan común por aquí según entiendo). Si partes del primer cuadro de la ciudad en línea recta y después girando a la derecha, hay un pequeño estadio en el que se juega futbol de primera. Es la cancha del Stade Brestois 29. Es un sitio modesto, pequeño, que se pierde entre la altitud de los edificios departamentales que tiene al lado, probablemente los últimos pisos ofrezcan una buena vista al campo en los días de partido. Resulta simple, fachada de color rojo, las paredes recorren la historia modesta de este club modesto; de un lado, los distintos escudos utilizados a lo largo de todos estos años; otro espacio funge como muro de la fama con hombres destacados que han vestido la camiseta y que lamentablemente han partido, como José Luis “El Tata” Brown o el paraguayo Roberto Cabañas. Debajo de esas letras que dan nombre a la cancha, “Stade Francis Le-Blé”, se nos recuerda que “Esto es Brest” (Ici c´est Brest). Estamos lejos de la orilla y el olor marino permea. Si la pelota saliese del estadio, iría calle abajo hasta terminar en la playa, a un par de kilómetros. La arena es tan fina que resulta cómoda, se pierde entre los dedos.

Hay simplicidad porque no hay mucho que decir de este club. Espero que esto no se mal interprete, la falta de logros es mucho más común de lo que creemos, más aún en nuestros días. Su puesto más alto en la clasificación, hablando de la primera división del futbol galo, ha sido un octavo sitio en la temporada 1987. Resulta que es resultado de la fusión de cinco clubes distintos. Ha tenido entre sus filas a hombres contemporáneos con apellidos tales como Ribéry o Ginola.

El club de Brest ha vivido relegaciones administrativas a mediados de los 80s y 90s, de esas que terminan de la peor manera posible, con una deuda económica incosteable, liberando jugadores, disolviendo al primer equipo y partiendo de una base de jóvenes de cantera que de tercera descienden aún más y pasan tres años en el sector amateur. Su ritmo de vida es como aquel de equipo ascensor. Va y viene, como si siguiese el ritmo que dicta el agua de aquellos primeros botes vistos por la mañana. ¿Cómo puede haber fidelidad a un club como este? Me es increíble y merece todo mi respeto.

Para el día de hoy, sábado 03 de junio del 2023, Brest recibe en la ultima jornada de la presente campaña al Stade Rennais FC. Al final de encuentro se prevé una fiesta de clausura con música y un espectáculo pirotécnico. El partido termina con un resultado en contra de 1-2. La derrota no impide que la celebración se lleve a cabo, han salvado la temporada manteniéndose un año más en la máxima competición a nivel local, ¿Qué acaso no es motivo de festejo? Su afición merece un momento como este, de reconocimiento por el apoyo y la presencia tanto de local como de visita. No debe de fácil saber que el fracaso y el sufrimiento son y serán una constante en esta relación club-afición. Disfrutar del momento que esto puede terminar en cualquier momento.

Es de noche y la línea divisoria que marca el agua de la tierra firme la dicta la línea de luz del alumbrado público. Del otro lado todo resulta tan oscuro. Habiendo abordado el tren de regreso a casa, me alejo de la ciudad. A la distancia los fuegos artificiales se vuelven pequeños destellos. Quizá para algún marinero perdido pueda servirle de guía para volver a casa. El camino de regreso es muy tranquilo y en silencio. Recorriendo aquella ciudad que dejo atrás, encontré una pared que me recordaba aquello de que “Aquí es Brest”.

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