Esta semana ha fallecido Andreas Breheme. Autor del penalti que dio a Alemania el Mundial de Italia 90. Sirva este escrito como homenaje a un histórico futbolista difícil de olvidar.
Creo que mi generación ha tenido una relación extraña de apego con los futbolistas. Tal vez fuera por crecer viendo una serie de dibujos animado como Campeones. Los famosos personajes de Oliver y Benji se convirtieron en algo más que ídolos. Eran iconos que penetraron como un tsunami en nuestras vidas. Quizás por ello desde niños percibimos a los futbolistas como superhéroes intangibles. Dioses que vivían en un Olimpo lejano e inalcanzable.
Cuando nos hicimos mayores, lógicamente, empezamos a desmitificarlos. Comenzamos a visualizar sus impurezas. Que en algunos casos eran muchas. Aquellos personajes ya no eran divinos. Pero sobre todo no eran eternos. Algunos incluso se retiraban y dejaban de jugar. En la juventud empezabas a ver que aquel pelotero que habías visto debutar en primera división de repente colgaba las botas. Se hacía mayor. Pero no solo él. Tú también lo hacías. Los héroes de la infancia pasaban a ser simples recuerdos. Un poster colgado que decoraba tu habitación.
El fútbol es posiblemente eso. Una conexión eterna a la infancia. Un deporte que te retrotrae a las pulsiones del niño que sigue anidando en ti. Esta semana una noticia, trágica y triste, me ha conectado con un recuerdo de mi tierna infancia. El martes 20 de febrero los medios deportivos informaban de la muerte de Andreas Brehme. Un dios de esos que marcaron mi niñez. Indudablemente no era inmortal. Con sesenta y tres años desaparecía para siempre un futbolista icónico para muchos de nosotros.
El fútbol es posiblemente eso. Una conexión eterna a la infancia. Un deporte que te retrotrae a las pulsiones del niño que sigue anidando en ti. Esta semana una noticia, trágica y triste, me ha conectado con un recuerdo de mi tierna infancia. El martes 20 de febrero los medios deportivos informaban de la muerte de Andreas Brehme.
Andreas Breheme pasará a la historia del fútbol por marcar el penalti que dio a Alemania el Mundial de Italia 90. Era el minuto ochenta y cinco de la final. El Estadio Olímpico de Roma estaba plagado de banderas alemanas. Suena el silbato del árbitro. Pena máxima. La selección teutona tenía ante sí la oportunidad de conquistar su tercera Copa del Mundo. La Argentina de Maradona queda en manos de un portero. Sergio Goycochea, el parapenaltis del campeonato. Frente a él un futbolista alemán asumía la responsabilidad de hacer feliz a un país que después de décadas separado se reunificaba de nuevo. Demasiada presión para un simple mortal. Él elegido, Andreas Breheme. Con templanza el futbolista alemán se dispone a patear. ¡Imparable! El chut es perfecto. ¡Gol de Alemania! El marcador ya no se movería más. La selección dirigida por Beckenbauer se proclamaría campeona del mundo.
En mi memoria aquel recuerdo perdura imborrable. A pesar de tener apenas nueve años. Incompresiblemente puedo revivir cada segundo de aquel histórico momento de fútbol. Lo puedo sentir como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Aquel instante tiene un héroe inconfundible, Andreas Breheme. La noticia de su muerte se lleva consigo un pedacito de aquel día de mi infancia.
Andreas, al que yo con nueve años veía como un dios del fútbol era en realidad un simple futbolista. Un jugador que se formó en un modesto club de Hamburgo llamado, Barmbeck Uhlenhorts. El Kaiserslautern fue el club que le dio la oportunidad de jugar en la elite. Allí vivió cinco intensas temporadas hasta que en 1986 fichó por el todopoderoso Bayer de Munich.
A finales de los ochenta el epicentro del mundo del futbol estaba en Italia. El calcio era la liga mas fuerte y disputada del planeta. En 1988 Breheme recaló ahí. Concretamente en el Inter de Milan. Los nerazzuri firmaron una tripleta de jugadores alemanes. Junto Andrea, Lothar Matthaus y Jürgen Klinsmann. Su entrenador, Trapattoni, un histórico de los banquillos italianos. Aquella aventura duró cuatro años. Tuvo sus logros. De hecho, acabó con la conquista de un Scudettto, una Supercopa de Italia y una Copa de la UEFA.
Andreas, al que yo con nueve años veía como un dios del fútbol era en realidad un simple futbolista
En 1992 Breheme probaría suerte en nuestro país. Fichó por el Real Zaragoza, donde disputó treinta partidos y marcó cuatro goles. Llegó a tierras aragonesas con la vitola de campeón del mundo. Desde 1990 su famoso penalti en la final del mundial le acompañaba a todas partes. Pero su periplo por España fue efímero. Apenas una temporada.
En 1993 volvería a su país natal. Regresó al Kaiserslautern. El equipo de sus amores, como siempre reconoció. Ya no se movería más. En la escuadra de Renania se retiró en 1998. Lo hizo a lo grande. Conquistando la Bundesliga. Un existo mayúsculo para un club humilde como el Kaiserslautern.
Andreas Breheme fue uno de esos dioses que decoraron mi infancia. Hoy quiero recordarlo de esa manera. Inmortal. Aunque no sea real. Descansa en Paz, Andreas. Que el fútbol te sea leve.
Buenas historia, Luis, as usual