El panorama energético mundial atraviesa una de las mayores crisis de los últimos tiempos. El futbol, aunque aparentemente vive días de “vino y rosas”, puede estar expuesto a peligros similares, es quizá tiempo de cambiar.

La energía no se crea ni se destruye, se transforma, dice el principio físico. Y mientras lo hace, crea una serie de tensiones sociales y políticas que la convierten en un elemento estratégico para cualquier país o región. Nos lo demuestra la realidad día a día.

La energía empezó a ser importante allá por el siglo XIX con la primera revolución industrial en la que, además de empezar a iluminar algunas vías públicas o estancias de una manera algo diferente a como se venía haciendo desde la prehistoria, se convirtió en la fuerza tractora de toda la maquinaria que iba apareciendo en la industria y el campo. Inicialmente, las fuentes de energía se consideraron algo infinito e inocuo. Por tanto, el reto de la ingeniería se centraba en el diseño de máquinas cada vez más potentes y eficaces, que no eficientes, que hicieran la vida del hombre cada vez más cómoda y si se trataba de un empresario, además cada vez más rico.

 

Imagen icónica de la revolución industrial

El combustible utilizado no era un problema, progresivamente fueron apareciendo nuevas fuentes de energía, empezando por el carbón y llegando al gas y el petróleo como fuentes casi universales, sin olvidar el uranio. Su procedencia tampoco era problema. La abundancia de estos recursos, gas y petróleo, en la zona del Golfo Pérsico y toda la península de Arabia entre otras, provocó la aparición en el panorama internacional de unos nuevos “reyes” que dirigían sus países de forma absolutista, como si del medievo se tratara. Eran en muchos casos regidores exóticos y excéntricos a los que no era difícil convencer para que vendiesen su “oro” líquido o gaseosos a cambio de dinero que les permitiera vivir en un mundo de lujo con algo de tecnología occidental. Su pueblo, y su bienestar, poco les importaba.

Aquel día Occidente se dio cuenta de que su fuente principal de energía corría peligro, que era finita y que además era una peligrosa arma estratégica que los países productores estaban empezando a saber manejar.

Pero un día todo cambió. La fecha del 16 de octubre de 1973 será recordada como la de la gran crisis del Yom Kippur. En la que como parte de la estrategia política derivada de la guerra con ese mismo nombre, la OPEP detuvo la producción de petróleo y estableció un embargo para los envíos hacia Occidente, especialmente hacia Estados Unidos y los Países Bajos. Aquel día Occidente se dio cuenta de que su fuente principal de energía corría peligro, que era finita y que además era una peligrosa arma estratégica que los países productores estaban empezando a saber manejar. La organización de estos países en forma de “cárteles” petrolíferos, que les permitieran influir sobre el precio del hidrocarburo, sumada a la decisión de las siguientes generaciones de emires, reyes, y demás títulos nobiliarios de no querer ver la fiesta desde fuera, sino de ser parte de ella, creó una serie de posicionamientos estratégicos que derivaron en tensiones geopolíticas que en muchos caso acabaron, y siguen acabando, en fatales guerras.

La crisis del Yom Kippur en una viñeta

La dependencia del gas y del petróleo para mover la economía de occidente no era sostenible. Y no solo por el aspecto medioambiental, que también es importante. Aunque esta es otra “guerra” abierta en estos tiempos en la que no merece la pena entrar ya que, simplemente por el hecho geoestratégico que vivimos hoy en día y que puede dejar a la vieja Europa sin combustible este invierno, es evidente que no se puede seguir dependiendo de una energía de cuya fuente de producción se carece. Independientemente de que además sea más o menos nocivo por sus altas emisiones de carbono a la atmósfera.

Es tiempo de actuar, de apostar por lo renovable, porque, de momento, el sol, el agua y el viento no son de nadie.

Es tiempo de actuar, de apostar por lo renovable, porque, de momento, el sol, el agua y el viento no son de nadie. No es fácil, porque, una vez más, la política no estuvo a la altura y no previó con suficiente antelación una transición energética justa, coherente y asumible sin grandes esfuerzos. Pero la situación, con una guerra a solo cientos de kilómetros, no deja lugar a la duda. Afortunadamente, España esta bien posicionada y esta vez, para bien o para mal, solo depende de ella para que la energía deje de ser un problema en un horizonte relativamente corto.

Instalaciones de energía renovable

¿Y por qué se habla de esto en un artículo sobre futbol? Porque con el fútbol ha pasado prácticamente lo mismo.  El futbol nació en Inglaterra y se extendió por Europa, dando lugar al enrome engranaje que hoy se conoce.  UEFA, FIFA, Premier League, La Liga… todos son estamentos que se crearon para gestionar el mundo del futbol y que vieron en las economías emergentes un mercado que podían explotar. Al principio era simpático ver como habitantes de países lejanos llevaban camisetas de las grandes ligas y trasnochaban para ver finales o derbis.

Al principio era simpático ver como habitantes de países lejanos llevaban camisetas de las grandes ligas y trasnochaban para ver finales o derbis.

Los dirigentes vieron un filón en el futbol y muchos países intentaron crear réplicas de las grandes ligas en sus propios países. Sin mucho éxito. Mientras tanto, un mundo de futbol de occidente cada vez más competitivo empezaba a requerir inversiones más allá de la de los “sponsors” locales y veían como desde otras geografías había  gente dispuesta a hacerlas. Las aficiones a los que les tocaba que su equipo recibiera ese “maná”, en la mayoría de los casos procedente de países ricos en combustibles fósiles, se sentían como verdaderos privilegiados a los que la suerte les había concedido la posibilidad de tener un equipo mejor que el de su vecino. Las inversiones dejaron de ser anecdóticas para pasar a ser mayoritarias. Porque el futbol, al igual que la energía, significa poder.

 

Aficionados del New Castle, última adquisición saudí

Controlar un equipo de fútbol permite estar cerca de instituciones políticas e incluso tomar decisiones de peso, acceder a medios de comunicación y sobre todo,  manejar a grandes masas de gente. Hoy en día, al igual que pasó con la energía, el futbol empieza a tener una preocupante participación de fondos de inversión de países árabes cuyos fines deportivos son dudosos. No en vano, detrás de esas inversiones están directamente los propios países contra los que, lógicamente, es difícil competir.

Hoy en día, al igual que pasó con la energía, el futbol empieza a tener una preocupante participación de fondos de inversión de países árabes cuyos fines deportivos son dudosos.

Se han apropiado de clubes que a su vez son los que más peso tienen en las instituciones que regulan las competiciones, organizan eventos a nivel mundial en los que el aficionado es lo de menos. Por no hablar de las pérdidas de vidas de seres humanos que se está llevando la propia construcción de las infraestructuras para las que, por cierto, hay total impunidad. Acaparan las estrellas y marcan unos niveles salariales imposibles y no dudan en abandonar el barco cuando las cosas se tuercen.

Aficionados del Real Madrid antes de enfrentarse al PSG

Por eso, cada día tienen más valor los equipos que se resisten a este modelo. Durante muchos años, ciertos equipos poderosos eran criticados precisamente por eso, por el poder acaparado. Pero, independientemente de ser clubes de socios o sociedades anónimas, era un poder basado en gran medida en resultados y apoyo de su masa social. Un poder sostenible dentro de lo que cabe, justo en definitiva. Es por eso que quizá es el momento de, al igual que con la energía, plantearse el reto de una transición que simplemente vuelva a dejar algunas cosas como estaban.

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