El Athletic de Bilbao y la Real Sociedad son las dos entidades señeras del fútbol vasco. Clubes centenarios que desde siempre han apostado por las canteras y que sobreviven en la jungla de la Primera en condiciones complicadas pero que casi nunca han perdido su espíritu competitivo. Sus relaciones no han sido tampoco fáciles
Desde la aparición del campeonato de Liga en 1928 la pluralidad de equipos del País Vasco se vio reducida a aquellos que disponían de la masa social y los medios económicos para subsistir y poder abordar las fichas de los jugadores ante la llegada del profesionalismo. Desaparecieron del primer plano pues el Arenas de Getxo o el Real Unión de Irún y el Athletic de Bilbao vizcaíno y la Real Sociedad donostiarra se erigieron como los emblemas del fútbol de la zona.
En realidad, durante buena parte del siglo XX no hubo una rivalidad muy enconada más allá de los duelos de carácter regional al haber una notable diferencia deportiva. El Athletic fue desde sus inicios una entidad puntera, que importaba técnicos ingleses de gran prestigio y cuya cantera proporcionaba figuras al fútbol español. Ya antes de la guerra civil acumuló cuatro campeonatos de Liga y catorce de Copa. Después del conflicto armado siguió siendo una referencia por su calidad y nivel futbolístico. En los 50 se hizo legendaria la delantera formada por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, que siguió cosechando éxitos sobre todo en la llamada Copa del Generalísimo. La Real Sociedad tenía una vida mucho más discreta, destacando como el club pionero en el llamado “cerrojo”, sistema de juego muy defensivo que su entrenador Benito Díaz instauró a comienzos de los 50. Una final de Copa perdida ante el Barça en 1951 fue su hito más destacado, alternando la división de honor con la categoría de plata.
Pero en los años 60 las diferencias empezaron a reducirse. Desde la temporada 67-68 los donostiarras se asentaron en primera, y los bilbaínos, aunque seguían siendo un equipo competitivo en especial en la Copa, empezaron a no poder situarse al nivel de Madrid, Barça o el mismo Atlético de Madrid. Ya en la temporada 69-70 una derrota en Atocha del Bilbao fue clave para que los rojiblancos no ganaran esa Liga. A mediados de los 70 la cantera en Zubieta empezaba a generar grandes figuras como Arconada, Zamora o López Ufarte. En 1976 ambos equipos hicieron historia cuando en el derby vasco salieron portando la Ikurriña, una bandera proscrita hasta entonces. La Real gano ese partido 5-0. Ambos clubes entablaron esos años una lucha contra el fraude de los oriundos; las trampas que no pocos equipos hacían en las partidas de nacimiento de los jugadores sudamericanos para “acreditar” que eran descendientes de españoles y que jugasen sin ocupar plaza de extranjero, frente a la defensa de cantera de los dos colosos vascos.
Fue el preludio de la gran era dorada del futbol de esos lares; de 1980 a 1984 la Real Sociedad y el Athletic se repartieron las Ligas en juego con equipos formados exclusivamente por canteranos. La cordialidad entre ambas entidades seguía intacta hasta el punto que no faltaron acusaciones de favores mutuos: la Real en 1982 y el Athletic en 1984 jugaron el partido decisivo en casa ante su rival regional y en ambos casos se sospechó que no había en el contrincante un interés muy acusado por ganar. El gol del realista Uralde en el partido final en San Mamés en 1984 ha pasado a la historia por ser el menos celebrado por cualquier equipo en un derby vasco; todo el mundo se quedó helado como sin creerse lo que había pasado. Dos tantos del central Liceranzu solventaron el engorro y el Bilbao pudo ser campeón. A fin de cuentas, suponía el triunfo de un modelo deportivo equivalente.
Pedro Aurtenetxe, presidente del Athletic de Bilbao lanzó una bomba que enturbió para siempre las relaciones hasta entonces modélicas. Declaró que el Athletic debía ser la selección de Euskadi, y que no había lugar para tres equipos en primera división como el mismo ámbito de selección de jugadores; Bilbao, Real Sociedad y Osasuna (lo navarros ya eran admitidos)
Esa entente cordial alcanzaba a un pacto de no agresión en cuanto a tocar jugadores del primer equipo y las divisiones inferiores entre ambos . Cada uno respetaba al otro y hacían frente común ante los ataques de escuadras más poderosas, dado lo limitado de sus mercados. Pero en 1985 se abolió el derecho de retención, una modalidad que permitía a los equipos retener a sus jugadores a cambio de un incremento en el 10% de su salario. Sin esa cláusula ambas entidades quedaban desamparadas. El Athletic, por ejemplo, vio como Julio Salinas abandonaba San Mamés para irse al Atlético de Madrid y la Real Sociedad que vivió un renacimiento en la segunda parte de los 80 fue desmantelada por el Barcelona en 1988; de una tacada se fueron Berigistain, Bakero y Lopez Rekarte. La encrucijada para los dos era compleja: por su filosofía no podían traer jugadores de otras partes de España ni del extranjero, pero ahora carecían de la capacidad de retener a sus activos más destacados. Las políticas salariales de ambos se caracterizaban por ser bastante austeras y poco generosas con los jóvenes por mucho que empezarán a despuntar y eso era también una clara desventaja en un marco en el que nacían las cláusulas de rescisión y la contratación de extranjeros se extendía (en 1988 se amplió a tres por equipo y en 1995, la Sentencia Bosman abrió la puerta definitiva a los jugadores comunitarios)
En esas circunstancias Pedro Aurtenetxe, presidente del Athletic de Bilbao lanzó una bomba que enturbió para siempre las relaciones hasta entonces modélicas. Declaró que el Athletic debía ser la selección de Euskadi, y que no había lugar para tres equipos en primera división como el mismo ámbito de selección de jugadores; Bilbao, Real Sociedad y Osasuna (lo navarros ya eran admitidos), de esta forma irían sin cortapisa por los mejores jugadores vascos y navarros. Para muestra en 1990 el Bilbao pagaba la cláusula de rescisión de Loren, delantero de la Real Sociedad, por 300 millones de pesetas, aunque su rendimiento posterior no justificaría esa inversión, apenas nueve goles en sesenta y nueve encuentros.
La Real reaccionó ante esta embestida: no solo tenía que luchar contra Madrid, Barça o Atlético, también contra el mismísimo Athletic. En esas circunstancias en 1990 respondió con una decisión controvertida; decidió abrir sus puertas a jugadores extranjeros. El delantero inglés John Aldrige sería el primero de numerosos foráneos que empezaron a vestir la camiseta blanquiazul. Muchos lo vieron como una traición a la tradición realista pero la directiva defendió su postura por las amenazas exteriores que ahora llegaban de más cerca.
Pero nada hacía prever la tormenta que saltaría unos años después (pese a que jugadores como Iturrino y Villabona hicieron el mismo camino aunque ninguno de los dos destacó) y por un jugador todavía en edad juvenil, Joseba Etxeberria. Un habilidoso extremo que con apenas dieciséis años ya despuntaba en Zubieta de tal manera que fue convocado con el primer equipo realista en ocasiones. Se acabó de erigir como promesa de futuro esplendoroso en el Mundial juvenil de Qatar siendo el máximo goleador español con siete tantos, incluso por delante del mismísimo Raúl. Debuto con éxito en la Real y empezó a ser pieza cotizada por algunos equipos. Su ficha como juvenil apenas era de 150.000 pesetas anuales y su cláusula de rescisión……de 550 millones (3 millones de euros de ahora). Empezaron conversaciones para renovación, pero entro en acción el Betis, cuyo presidente Manuel Ruiz de Lopera repartía millones a diestro y siniestro en busca de un equipo puntero que nunca lograría y se mostró dispuesto a pagar la cláusula. Ante la sorpresa del propio Etxeberria la Real no parecía hacerle ascos a esa posibilidad (en realidad parecía una pequeña locura pagar esa cantidad por un jugador de 17 años y a priori era un negocio redondo para los donostiarras).
Pero apareció en escena el Athletic, cuyo presidente José María Arrate seguía las tesis de su predecesor y mentor Aurtenetxe y supo captar al jugador y su entorno convenciéndole que de esa forma el jugador seguirá en el País Vasco. La noticia del abono de la cláusula por parte del Bilbao fue el bombazo del verano de 1995. Luis Uranga presidente donostiarra entro en cólera y rompió relaciones con el vecino vasco. El mal ambiente se mantuvo muchos años y cada visita de los leones a San Sebastián venía precedida de unos prolegómenos muy tensos y más cuando el futbolista triunfo plenamente en Bilbao.
Nada hacía prever la tormenta que saltaría unos años después (pese a que jugadores como Iturrino y Villabona hicieron el mismo camino aunque ninguno de los dos destacó) y por un jugador todavía en edad juvenil, Joseba Etxeberria.
Esta situación de controversia disto de remitir con los años, los nombres de Imaiz, Gabilondo, Díaz de Cerio o Iñigo Martínez, se sucedieron en el transito que iba de San Sebastián a Bilbao. Hubo un caso estrambótico incluso como el de Iván Zubiarre, que el Athletic incorporó cuando todavía tenía contrato con la Real Sociedad y que acabó en los tribunales con condena a indemnizar a la Real Sociedad con cinco millones de euros. Lo curioso del asunto es que buena parte de los jugadores que dieron lugar al áspero cruce de acusaciones y reproches, no triunfaron en Bilbao.
Cuando en 2021 en una final de Copa atrasada y sin público por la pandemia la Real derrotaba 1-0 al Athletic pocas victorias supieron tan sabrosas. Un título, ante el rival que en tantas ocasiones le había tratado con displicencia y en su teórica competición favorita.