Un pequeño homenaje a una entidad única del fútbol español y mundial que ha sabido sobreponerse a momentos difíciles, manteniendo la fidelidad a una filosofía deportiva y casi de vida en la que pocos confiaban que pudiera mantenerse
El 6 de abril de 2024 el histórico Athletic iniciará su enésimo asalto a la Copa del Rey. Ningún equipo ha sufrido las decepciones en los momentos claves que han padecido los vascos. Desde 2009 acumulan nada menos que seis derrotas en partidos decisivos; cinco en Copa del Rey y otra más en la Europa League de 2012. Su lucha se parece a un Sisifo que tropieza una y otra vez con la caída de la piedra. Como pequeña compensación han obtenido dos Supercopas de España (2015 y 2021) ante su habitual bestia negra en finales de Copa: el Barça de Messi. Pero ninguno de los dos triunfos ha tenido la relevancia como para poder sacar la famosa “Gabarra”, esa novedosa celebración de los 80, que desde entonces simboliza el logro de hazañas deportivas.
Pero nadie diría que los rojiblancos son un club perdedor. Su insistencia en conseguir un titulo importante adquiere tintes de lucha homérica; las sucesivas decepciones parecen ser solo un incentivo para intentar un nuevo asalto; una filosofía de vida que merece ser admirada desde todos los puntos de vista. Esta lucha sin cuartel sirve como ejemplo del deporte profesional mucho mas allá de lo que la estadística marca en cuanto a obtención de triunfos y trofeos. No hay variable mas engañosa que ese parámetro: en un fútbol profesional fuertemente estratificado en el que los recursos económicos son absorbidos cada vez mas por una minoría es inevitable que ese reducido club selecto sea quien los obtenga. No hay épica muy acentuada en quienes logran captar los mejores activos del mercado de forma sistemática: sus triunfos tienen demasiado aire de rutina sostenida en la diferencia de medios.
Su insistencia en conseguir un titulo importante, en condiciones de franca inferioridad, adquiere tintes de lucha homérica. Este empeño sirve como ejemplo del deporte profesional mucho mas allá de lo que la estadística marca en cuanto a obtención de triunfos y trofeos.
El Athletic ha decidido combatir con sus armas en un entorno eminentemente hostil a las mismas. Un futbol globalizado en el que los equipos pueden captar jugadores cualesquiera que fuera su origen. Sean acertadas o equivocadas sus decisiones, los rivales siempre tienen un amplio abanico de posibilidades, de tal manera que sus fallos pueden ser mas fácilmente enmendados. No ocurre así con los de San Mamés; trucos y polémicas aparte su radio de actuación es muy limitado: solo pueden vestir su camiseta los jugadores nacidos o formados futbolísticamente en el País Vasco (entendido en un sentido amplio o sea incluyendo Navarra y la zona francesa). Que con ese limite autoimpuesto no haya conocido todavía la segunda división, se asome a Europa de vez en cuando o pelee sin desmayo para ganar lo Copa del Rey solo debe ser digno de elogio.
Existen bastantes mitos respecto a esa peculiar forma de entender el fútbol. Frente a lo pensado esa filosofía no ha sido continua, y en realidad respondió a fines muy distintos a los que habitualmente se refieren. De hecho, los bilbaínos tuvieron en su nacimiento un fuerte componente extranjero: los británicos que residían en Vizcaya trajeron el fútbol a la región y a Bilbao, y numeroso jugadores de las islas jugaron en los primeros tiempos en el equipo. Fue la restricción a jugar la Copa de España a los no nacionales la que motivó que desaparecieran los mismos. La tradición de surtirse de jugadores de la casa vino dada por el mero hecho que en tierras vascas surgían los mejores jugadores del país. Así lo atestiguan los numerosos campeonatos conquistados por los rojiblancos antes de la Guerra Civil. Eran de largo el club hegemónico de España.
La tragedia bélica afectó al club como a casi todos: lo sumergió en la pobreza y en la necesidad de subsistir. Y la cantera vizcaína seguía siendo fecunda; en unos años se fue forjando una delantera mítica del futbol español: Iriondo, Zarra, Venancio, Gainza y Panizo. En 1948 el régimen permitió la contratación de jugadores foráneos pero en Bilbao no consideraron que hiciera falta. Porque aquello que había nacido como un imperativo de subsistencia (echar mano de la cantera en épocas de vacas flacas, regla seguida a fecha de hoy por casi todos los clubes de la dimensión que sea) terminó siendo la seña de identidad, el nexo de unión imprescindible entre la afición y el equipo, lo que daba sentido a la entidad. La consagración de esa filosofía llegó en la final de Copa de 1958, la protagonizada por los llamados “once aldeanos”, que batieron nada mas y nada menos que al Real Madrid pentacampeón de Europa, que ostentaba con astros extranjeros del calibre de Puskas y Di Stefano.
La fidelidad a ese concepto ha dado cuerpo a un equipo que se sitúa mucho mas allá del resultadismo, por mas que todo el mundo quiera ganar. Se asumen los años de escaso rendimiento deportivo como peaje necesario al mantenimiento de una filosofía a la que no se pretende renunciar por miedo a perder las esencias. El club ha encontrado siempre clavos a los que agarrarse. La decadencia deportiva de los 60 tuvo como contrapartida la ascensión del mayor mito deportivo de la entidad; el portero José Ángel Iribar capaz de salir ovacionado de una final de Copa que se perdió (la de 1966 ante el Zaragoza) y con apenas dos Copas y un Zamora en su palmarés, pero esencial a la hora de mantener el rigor competitivo cuando el gran equipo de los 50 empezó a desfallecer. En los 70, la proliferación de jugadores sudamericanos con trampa (los llamados oriundos) fue combatida desde Bilbao con éxito y respondida por la llamada “operación retorno”, esto es la vuelta de jugadores vascos que habían destacado en otros equipos (Churruca, Irureta, Zabalza), algo que fue clave para alcanzar la final de la U.E.F.A de 1977, solo cedida a la poderosa Juventus por el valor doble de los goles en campo contrario. La nueva apertura del mercado español a los astros extranjeros (dos por equipo) fue contundentemente respondida desde Lezama, la innovadora y puntera escuela de fútbol nacida en 1969; durante los 80 la generación dorada de los Goikoechea, Dani, Zubizarreta, De la Fuente o Sarabia se alzó con dos Ligas y una Copa. Un orgullo sin parangón recorrió Vizcaya.
La fidelidad a un concepto ha dado cuerpo a un equipo que se sitúa mucho mas allá del resultadismo, por mas que todo el mundo quiera ganar. Se asumen los años de escaso rendimiento deportivo como peaje necesario al mantenimiento de una filosofía a la que no se pretende renunciar por miedo a perder las esencias.
Pero la mayor embestida al modelo bilbaíno llegó de los tribunales europeos. La sentencia Bosman abría definitivamente la libre circulación de jugadores comunitarios por todos los equipos del viejo continente. En esas condiciones parecía que solo un milagro podía mantener el sistema en San Mames. El viejo rival donostiarra, la Real Sociedad ya había abierto sus fronteras en 1990 y también lo hizo antes el Osasuna. El Athletic tomó una decisión controvertida entonces; de cara a ampliar su mercado atacó a las canteras de los otros equipos vascos. Fue una guerra sin parangón con la Real, sobre todo a raíz del controvertido fichaje de Etxeberria en 1995. Años mas tarde rompió de nuevo el mercado fichando al defensa Roberto Ríos del Betis por nada menos que 2.000 millones de la época. Esa política colonialista no fue muy eficiente: se sucedieron los fichajes de rendimiento discreto a cambio de bastante dinero y mucha aspereza con los vecinos. El club consiguió cierto oxígeno con entrenadores foráneos que al menos cambiaron los un tanto anquilosados esquemas de Lezama: el alemán Heynkess o el hispano-francés Luis Fernández. También salió un nuevo ídolo que encandiló a la afición; Julen Guerrero. Los títulos seguían lejos pero ciertos logros paliaban la sequía como el subcampeonato de la 97-98 que abrió por primera vez las puertas de la Champions.
El siglo XXI llegó entre incógnitas. El fantasma del descenso pareció cercano durante algunas temporadas. No pocas voces clamaban por la necesidad de apertura (tras una segunda etapa discreta Heynkess llegó a declarar que el Athletic trataba de competir en Formula 1 con el motor de un Volkswagen) como única vía de escape a una decadencia sin fin. Se seguía flexibizando la política admitiendo jugadores que simplemente hubiesen sido fichados en algún momento por un equipo vasco-navarro; entrenadores españoles y argentinos ya se sentaban en San Mamés y en la temporada 2008-09 de la mano de Joaquin Caparrós una nueva final de Copa permitía una movilización masiva. Enfrente estuvo la china en el zapato con la que los vascos se encontrarían una y otra vez; el Barça de Leo Messi un equipo en las antípodas del Bilbao, sobrado de fichajes extranjeros de talento. Mas daño incluso hizo la derrota en la Europa League de 2012, ante el Atlético de Madrid, que no tenía un argentino sino un colombiano y depredador en el área: Radamel Falcao.
Esa final de 2009, pese a las sucesivas derrotas ante los azulgranas, fue el inicio de otra racha inolvidable en el viejo torneo del K.O, ese del que se acumulan nada menos que 23 entorchados. El Athletic ha hecho de la Copa su hábitat natural, la ocasión en que resurge su eterno carácter de equipo grande, por mas que sus posibilidades reales se empeñen en negarlo. Es un torneo que incentiva al equipo y la afición, ya que nadie como los bilbaínos saben de su naturaleza eminentemente sorpresiva en la que David puede noquear a Goliat con mas frecuencia de la prevista. Busca con ahínco su primer titulo grande desde 1984 y da la impresión que tarde o temprano lo conseguirá. Hasta entonces Bilbao mira con orgullo a una entidad única en el mundo, cuya grandeza se sitúa mucho mas allá de los transitorios triunfos tan fácilmente olvidados al instante. Pase lo que pase en la final de 2024 los rojiblancos lo han vuelto a hacer, una vez más
Para quienes pertenecen a una raza superior -los de los ocho apellidos vascos- como buenos supremacistas, tiene que ser muy duro ver cómo su jugador más combativo y laureado (con el Atlético de Madrid) viene de Navarra y se apellida García; y los dos más destacados y talentosos proceden de Ghana y se apellidan Williams (en inglés, como el nombre de su equipo).
Desconocía lo de los “once aldeanos”, pero me gusta la denominación.
Y una duda, ¿han retirado de su museo (museoa) las copas que recibió sonriente, de manos del general Franco, el internacional de la Selección Española Iribar?