Una notica sobre un posible cambio en la legislación europea, que obligaría a cambiar los actuales campos de césped artificial, nos hace reflexionar sobre su idoneidad y posible alternativa.

El otro día saltaba la noticia en todos los terrenos de juego. Un titular, quizá algo sensacionalista, anunciaba que había llegado el fin para los campos de fútbol de césped artificial. Así, sin filtro. Al parecer Europa había anunciado la prohibición de los campos actuales e instaba a todos sus miembros a sustituirlos en un plazo de ocho años. Este hecho me preocupa, no por mi carrera futbolística, que en ocho años ya estará más que muerta y enterrada, sino porque es una medida que puede afectar a todo el fútbol. Desde el de aficionados hasta el profesional, pasando por el base.

Para muchos que empezamos a jugar en campos de tierra y vivimos la llegada del césped artificial, el invento nos supuso un avance transgresor. Era el principio de una nueva era. Equiparable a la llegada de la rueda o la electricidad. Por fin íbamos a dejar de terminar los partidos con las piernas como si hubiésemos estado peleando contra un puma.  Aquellos nuevos campos nos permitían deslizarnos metros y metros por el césped sin sufrir demasiado. Como lo hacían en los dibujos animados de Oliver y Benji. Y todo gracias a esas bolitas negras que nos hacían rodar y evitar fatales quemaduras. Bien es cierto que esas bolitas acababan alojadas en todos, absolutamente todos, los orificios corporales y aflorando incluso días después del partido. No digo nada si jugabas de portero. Pues bien, al parecer esos trocitos de goma negra son el problema al que insta Europa a poner remedio.

Para muchos que empezamos a jugar en campos de tierra y vivimos la llegada del césped artificial, el invento nos supuso un avance transgresor. Era el principio de una nueva era. Equiparable a la llegada de la rueda o la electricidad.

Vaya por delante que el hecho de que Europa diga algo no es garantía de nada. No hay más que recordar las vueltas que ha dado la Unión Europea con temas tan manidos como si el aceite de oliva es bueno para la dieta o si debemos cocinar con mantequilla. Recordemos incluso los vaivenes que se han dado con la energía nuclear. Muchas veces da la sensación de que dependiendo del país que lleve la voz cantante ese año, se hacen unas recomendaciones u otras. No negaré que estamos en una época en la que todo lo que se pueda hacer por mejorar el medio ambiente, debe intentarse. Pero eso sí, con cabeza. Quiero pensar que el que ha decidido prohibir el actual diseño de los campos de césped artificial ha realizado previamente lo que se conoce técnicamente como análisis de ciclo de vida completo del problema. Es decir, tener cuidado de que no se desviste un santo para vestir a otro.

Según parece, la propuesta de Europa consiste en sustituir el caucho, que proviene fundamentalmente del reciclado de neumáticos, por otro material proveniente del corcho o lo huesos de aceituna. Materiales mucho más naturales, pero al parecer, también mucho más caros por ser más escasos y tener más aplicaciones. Hasta el punto de que pueden poner en peligro la viabilidad de la construcción de los campos. Si esto fuera así, ¿Cuál sería la alternativa? ¿volvemos a la tierra? ¡Porque nadie negará que lo mejor para la Tierra es la propia tierra!

En ese caso, ¿se habrán parado a pensar los gurús qué haremos ahora con la cantidad de neumáticos que se almacenarán en los vertederos? Quiero pensar también que sí. Aunque, ciertamente, me invade el fatalismo (quizá algo exagerado) y no dejo de darle vueltas al impacto de los ingentes litros de agua que gastaremos en lavadoras para quitarnos de encima ese pegajoso barro en los días de lluvia. O para fabricar litros y litros de agua oxigenada o clorhexidina para sanar nuestras heridas (la mercromina pasó a mejor vida).  ¿Volverá la época de “pelear con pumas”? Y quién sabe si tendrán que regresar los tiempos pasados en los que proliferaban los campos de algodón que den abasto para para fabricar toneladas y toneladas de vendas y tiritas. ¿Acaso estaremos fomentado la vuelta de la esclavitud con esta medida? Por no hablar de la incertidumbre en la que sumiremos a las familias que están detrás hoy en día de la fabricación y montaje de estas superficies artificiales.

– ¿Y los niños? ¿es que nadie ha pensado en los niños? – 

Y para rematar, como diría Maude, la malograda primera esposa de Ned Flanders, muerta a manos de un neumático por cierto: – ¿Y los niños? ¿es que nadie ha pensado en los niños? –  Si ya era difícil competir con las nuevas ligas en países exóticos, que seducen a nuestros canteranos con sueños y riquezas propias de “Las Mil y Una Noches”, ¿Cómo podremos convencer a una promesa infantil para que prefiera jugar en un campo polvoriento con baches y charcos en lugar de en una superficie lisa, seca e inofensiva como es la de los campos de césped artificial actuales? Me temo que es la puntilla que le faltaba a nuestro fútbol europeo. ¿No nos estaremos marcando un Froilán? Es decir, ¿no nos estaremos dando un tiro en el pie?

Solo falta que algún iluminado afincado en Bruselas, y que considere que no hay temas más importantes a los que dedicar su tiempo, se venga aún más arriba y determine que los nuevos balones reglamentarios, tan brillantes, suaves y ligeros, tampoco cumplen con los estándares sostenibles. Sólo quedaría una solución. La cual haría que el futbol fuese calificado definitivamente como deporte de riesgo. El añorado, sólo por evocar tiempos mejores, balón “Mikasa” estaría de vuelta.

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