Hugo salía del colegio a las cinco y cuarto de la tarde. Hora perfecta para alargar el día con sus compañeros de clase y llegar a casa justo a tiempo para hacer un poco de deberes y rematarlos con una cena a mesa puesta. Lo que más le gustaba era jugar al futbol. Como era típico en los años 90 peloteaba en cualquier plaza o espacio mínimamente plano en el que un esférico pudiera rodar. El sitio elegido, por cercanía y porque le pillaba de camino a casa, era la entrada de una iglesia situada en la madrileña calle del Conde de Peñalver. Su aspecto brutalista a él y a sus amigos les imponía y recordaba a la fachada de algún gran estadio. Como el Bernabéu, su favorito.
Los días que tocaba jugar al futbol después de clase aprovechaba para lucir su flamante camiseta blanca del Real Madrid con el 9 a la espalada. Era imposible en aquella época llamarse Hugo y no ser fan del pelotero mejicano, Hugo Sánchez. Aunque lo cierto era que él sentía predilección especial por Butragueño. Antiguo alumno de su colegio, el Calasancio. Soñaba con encontrase con el “Buitre” algún día camino de su casa. Solía pasar por delante de la perfumería de la calle Narváez que llevaba el nombre del astro madridista y que regentaba la familia Butragueño. Con ahínco trataba de convencer a su madre para que se comprara algo en aquel comercio. Una colonia o una barra de labios eran una buena excusa para conseguir fotos firmadas del siete madridista. Regalos que la familia Butragueño solo obsequiaba a los clientes habituales.
Aquella tarde hacía frío, era finales de octubre. Podía quedarse a echar un gol regate junto con Darío y Gonzalo porque al día siguiente no había colegio. Era el Día de Todos los Santos. Por aquel entonces no estaba muy extendida la tradición de Halloween pero le sorprendió ver a algunos chicos mayores con disfraces y manchas de sangre. Probablemente irían a alguna fiesta de disfraces. La estrella del terror de aquellos años era sin duda el malvado Freddy Krueger. Famoso por rajar a sus víctimas con sus letales garras metálicas. La imagen de los chicos le impactó un poco. Si bien él decidió centrarse en lo suyo, dejó las mochilas y con los abrigos hicieron una portería en la pared más cercana a la entrada de la iglesia.
Al otro lado, como siempre, cerca de la sacristía se apostaban algunos mendigos. Pasaban allí el día esperando la caridad del párroco en forma de ropa o comida. A pesar de que le resultaban inofensivos, pues ya eran habituales de la zona, su aspecto era rudo, sobre todo el de uno. Era calvo, bastante grueso y tenía una cicatriz que le cruzaba la cara desde la ceja derecha hasta el mentón. Tenía pinta de haber sido boxeador y además, él sabía que era del Atleti. Lo sabía por los comentarios que le hacía mientras apuraba el cartón de vino cuando veía a Hugo meter goles con su camiseta del Real Madrid. Gracias a él aprendió el significado de la palabra “chaquetero”. Y dependiendo del grado de embriaguez, también el de alguna otra palabra de tono algo más elevado.
Aquella tarde empezó como las habituales. Darío se ponía de portero y Gonzalo y él disputarían el primer gol. Hugo era el más habilidoso y tenía un buen regate. Aquel día lo puso en práctica y después de irse de Gonzalo, aun sabiendo que no valía tirar “a trallón”, disparó con todas sus fuerzas. No se explica aun por qué, pero la pelota le salió muy desviada, con tan mala fortuna que rebotó en una puerta y salió despedida hacia donde se encontraban los mendigos. Trató de desviar en última instancia la trayectoria con la vista pero el esfuerzo fue en vano. El balón impactó del contra la cara del mendigo más rudo mientras bebía una lata de medio litro de cerveza. La reacción del sin techo fue la esperada. Profirió toda clase de insultos. Muchos de ellos nuevos para los oídos de Hugo. El sintecho hizo ademán de levantarse. Afortunadamente su tonelaje y las cervezas acumuladas le hicieron vacilar. Situación que aprovecharon Hugo y compañía para recoger mochilas y abrigos y salir corriendo calle abajo.
Pasada la plaza de Felipe II y sorprendidos por la temprana instalación de las luces navideñas en la fachada del Corte Inglés, decidieron que ya era el momento de dejar de correr. El peligro había pasado. Ocasión que dio lugar a las correspondientes risas y despedidas, su camino a casa se separaban ahí.
Hugo, como otras tardes, llegó a su casa. Dejó su mochila, saludó a sus padres, descansó un poco en el sofá, cenó y se acostó. Le costó poco dormirse pues estaba cansado, pero al cabo de un par de horas de profundo sueño, se levantó sobresaltado por la escalofriante pesadilla que había tenido. El sueño comenzó placentero, estaba viendo un partido de fútbol en un estadio. Era el Ramón de Carranza, jugaban Cádiz y Real Madrid. Butragueño acababa de salir y debutar con el Real Madrid, con virtuosidad driblaba a toda la defensa gaditana. De repente, vestido con la camiseta amarilla del Cádiz, apareció el mendigo de la cicatriz, propinando una brutal patada al joven delantero blanco. La jugada se produjo frente a él. Le pareció oír el crujido de un hueso, incluso algo de sangre le salpicó en la cara. El tobillo del Buitre se había girado casi ciento ochenta grados. Los gritos del “Buitre” se confundieron con los suyos. En ese instante se percató que estaba en su cama durmiendo y con su padre tratando de despertarle de aquel fatal sueño.
Interpretó que aquella pesadilla era solo una consecuencia de la mezcla de recuerdos de lo que había vivido aquel día. Lo que no sabía Hugo era que la situación iba a repetirse por el resto de sus días cada noche del 31 de octubre. Aquel día fue el inicio de una sucesión de sueños perturbadores que tenían como protagonista común a aquel forondo mendigo al que, sin querer, le había tirado la cerveza.
Recordaba con especial terror algunas de ellas como aquella del año 2002. Sentado en el estadio de Hampden Park de Glasgow durante la final de la “Novena”, cuando Zidane estaba perfilándose para acometer su famosa volea, vio a un espectador saltar al césped. Los “stewards”, obnubilados por la plasticidad de lo que Zizou estaba preparando, dejaron pasar a aquel grandullón con una cicatriz en la cara, que cosió al crack francés con sangrientas puñaladas. La camiseta blanca de Zizou se tiñó de rojo. La volea nunca entró. El cuerpo del jugador yacía inmóvil en un charco de sangre. Hugo, una vez más, gritaba. Gritaba hasta despertarse y lloraba como un niño. A pesar de ser casi un adulto.
A medida que iba creciendo aprovechaba esa noche para salir de noche con los amigos. bebía hasta la embriaguez y trataba de dormir lo menos posible. Sin embargo, la pesadilla nunca faltaba a su cita. Recuerda también aquella noche, en la que sucumbió al sueño y su mente le llevó a estar sentado en la rueda de prensa de presentación de Cristiano Ronaldo como si de un periodista más se tratara. La felicidad de aquel momento era enorme por lo que la llegada de “CR7” significaba, pero en el momento en el que el astro portugués procedió a beber un sorbo del agua que tenía al lado de su micrófono, una sensación de ahogo le invadió de repente. Sus ojos empezaron a inyectarse en sangre, al igual que su rostro, que en pocos segundos se tornó azul. Le atormentaba especialmente la mirada que Cristiano parecía dirigirle a él como pidiéndole explicaciones por lo que le estaba sucediendo. Al momento, un tipo calvo con una sospechosa cicatriz en la cara salía de la sala de prensa y arrojaba al suelo una ampolla con veneno mortal. Una vez más, el miedo que le provocaba la secuencia y las consecuencias para la historia de “su Madrid”, hizo que se despertara entre gritos.
A pesar de solo sufrir una noche de terror al año la situación era insostenible, El último año, la pesadilla fue especialmente cruel. Como siempre, trataba de estirar el tiempo de vigilia lo máximo posible. Aquel día venía precisamente de una fiesta de Halloween vestido nada menos que de Harry Potter. Era uno de esos esfuerzos que había que hacer por contentar a su ya mujer, que pacientemente le acompañaba a todos los partidos del Bernabéu, a pesar de no ser muy futbolera. De esa guisa se quedó dormido en el sofá. El sueño le transportó a un día de partido en el casi terminado nuevo Bernabéu. La entrada por los tornos era la habitual, con sus consiguientes colas y esperas. De repente, un hombre que ya no era extraño para él, con una cicatriz en el rostro, arremetió contra la gente portando unas garras metálicas al más puro estilo Freddy Krueger. La exhibición de sangre y “casquería” no se hizo esperar en aquel vomitorio del estadio. Él, al igual que su mujer, quedaron paralizados y solo la mirada del enorme asesino evidenciándoles que serían sus próximas víctimas les hizo iniciar la carrera. Sortearon puertas y saltaron obstáculos de todo tipo perseguidos por aquella enorme mole de carne y grasa con sus garras manchadas de sangre. Su mujer iba más lenta, era imposible escapar. De repente, una puerta se les apareció milagrosamente y la atravesaron sin mirar adónde conducía. Era la sala de trofeos del estadio. Lo sabía porque había estado recientemente haciendo un tour madridista con sus suegros, pero algo no cuadraba. Allí no había Champions, solo Ligas, once, diez Copas del Rey, tres copas de la UEFA, una Intercontinental… la pesadilla era aún más cruel de lo que parecía al inicio. ¡La sala de trofeos del Bernabéu se había convertido en la sala de trofeos del Atleti! No fue necesario que el asesino llegara a su encuentro para que los gritos de terror le hicieran despertar. Esta vez, con su mujer sujetándole la cara y explicándole que, una vez más, había tenido una pesadilla.
La crueldad de aquella maldita tradición había llegado a su culmen. Había pasado el umbral de lo soportable y esa misma tarde decidió ir a aquella iglesia donde jugaba de pequeño. Tenía que hacer algo que llevaba bastante tiempo pensando. Decidió llevar una caja de botellines de Mahou a los mendigos que aún seguían apostándose en la entrada de la sacristía. Su “amigo” hacía años que no pasaba por allí. Quizá hasta habría muerto, pero decidió ofrecerle la bebida al resto de los sintecho. Les dijo que era un regalo y que por favor se la bebieran a la salud de uno de ellos que hace años paraba por allí. La suerte estaba echada.
Justo un año más tarde, llegada la noche del 31 de octubre. A diferencia de otros años decidió irse temprano a la cama. El sueño le venció pronto y de repente, se vio en la grada del estadio Da Luz de Lisboa a la espera de que Modric sacara un córner mientras el marcador indicaba el minuto 93…
Luka sacó le córner, Bale bloqueó a un defensa y Sergio Ramos saltó para rematar. El tiempo se paró unos instantes. De repente, el balón apareció dentro de la portería. El júbilo se apoderó de la grada blanca a excepción de él, que aún temía alguna siniestra aparición del malvado personaje. Pero no. Al otro lado de la barandilla y tras la barrera de guardias de seguridad, vio en la zona atlética a su famoso protagonista de las pesadillas. Esta vez le guiñaba un ojo mientras le saludaba con un vaso de cerveza en la mano. Hugo esta vez no gritó. Solo lloró y se despertó abrazado a su mujer como si volviesen a celebrar aquel gol de la décima.
Relato participante en el I Certamen de Cuentos de Terror de La Galerna