
En los noventa fueron muchos los futbolistas yugoslavos que jugaron en nuestra liga. Mientas su pais se desangraba ellos se ganaban la vida jugando al fútbol. Contamos la historia de uno de ellos, Vladan Lukic.
Posiblemente a los adolescentes de hoy en día la palabra Yugoslavia no les evoque ningún sentimiento particular. Sin embargo, a mí, un apasionado de los deportes criado en la década de los ochenta, Yugoslavia es un vocablo del que emanan infinidad de pensamientos.
A finales de los años ochenta y principios de los noventa, el mundo del deporte tenía una referencia en cierto lugar de los Balcanes llamado Yugoslavia. En disciplinas como Baloncesto, Waterpolo, Balonmano y por supuesto Fútbol, aparecían jugadores de extraordinario talento con un pedigrí característico. Eran los admirados y temidos deportistas yugoslavos.
Yugoslavia era un país multicultural y plurinacional. Estaba compuesto por seis Repúblicas y dos provincias autónomas. En él convivían cinco religiones distintas y lo habitaban etnias diversas. El Mariscal Tito, fue el principal arquitecto de aquel país y posiblemente lo único que lo mantenía unido.
De hecho, en 1980 cuando muere Tito, la utopía de un estado yugoslavo unido, se desvanece. Dentro del país surgen con fuerza movimientos nacionalistas. Además, empieza a dibujarse un cambio cultural en las ciudades yugoslavas, aparecen movimientos underground como el hooliganismo o el punk.
Paulatinamente el nuevo contexto político y social llevará a la desmembración del país. En 1991 Croacia y Eslovenia declararan su independencia provocando un efecto dominó en el resto de las repúblicas. Desgraciadamente los Balcanes se teñirán de sangre. La antigua Yugoslavia será campo batallas hasta 2001.
Durante mi adolescencia los equipos de fútbol de España se llenaron de jugadores yugoslavos. Casi todos los clubes, tanto de primera como de segunda división contaban con algún futbolista balcánico en sus filas. Uno de los muchos peloteros que en aquella época aterrizaron en nuestra liga, se llamaba Vladan Lukic. Un jugador que posiblemente reflejó como ninguno la historia de ese país que ya no existe.
Uno de los muchos peloteros que en aquella época aterrizaron en nuestra liga, se llamaba Vladan Lukic. Un jugador que posiblemente reflejó como ninguno la historia de ese país que ya no existe.
Lukic era serbio. Nació en Sopot un suburbio a escasos veinte kilómetros de Belgrado. Desde pequeño fue hincha del Estrella Roja. De hecho, formó parte de su cantera y estuvo en el plantel que conquistó la Copa de Europa en 1991.
En 1993, Jesús Gil lo fichó para su Atlético de Madrid. Su aterrizaje en España fue accidentado. En su primera temporada jugó muy poco, apenas vistió la rojiblanca. Acabó con un pobre bagaje de dos goles en nueve partidos. El ostracismo que vivió en las orillas del Manzanares le llevó a buscar nuevos proyectos.
En 1994 le surgió la posibilidad de jugar en Marbella. Un hecho que lleva implícito lo paradójico de aquella época. Mientras su país recordaba a Europa que la sinrazón y la barbarie seguía presente en el viejo continente, al otro lado del Mediterráneo, en Marbella se vivía de fiesta en fiesta. Un aquelarre de opulencia, dinero y lujuria.
Su nacionalismo y posiblemente su díscolo carácter le llevaron a convertirse en soldado. Lukic cambió el balón por los fusiles.
En la costa malagueña y a pesar de lo dispar de la vida, Lukic se mostró como un goleador implacable. Consiguió once dianas convirtiéndose en ídolo de la afición marbellí. Sin embargo, su estancia en Puerto Banús duró poco. Su buen hacer le llevó a firmar un suculento contrato con el equipo suizo del Sion. En los Alpes volvió a despuntar. De nuevo se convirtió en el referente de su equipo. Fue entonces cuando el Metz francés pagó un buen dinero para ficharlo. Pero no era un buen momento en la vida Lukic. Su país se desangraba en una cruenta guerra. Poco a poco fue perdiendo interés en el fútbol. Tras dos erráticas campañas en Francia y un efímero paso por Grecia, colgó las botas.
Paradójicamente dejó su carrera deportiva para alistarse en el ejército serbio. Su nacionalismo y posiblemente su díscolo carácter le llevaron a convertirse en soldado. Lukic cambió el balón por los fusiles. Creció en un país en paz, que fomentaba como ninguno la práctica del deporte. Para su desgracia, todo ese ecosistema se rompió en pedazos.
Solo lo ilógico de la guerra y su consustancial miseria puede llevar a un deportista a cambiar estadios por trincheras. Sin duda, La vida de Lukic refleja como pocas lo irracional de la Yugoslavia de los noventa. Un país que posiblemente merecería un final mejor.
Aleccionador artículo, que muestra la cara y la cruz de la vida. Siempre he pensado que los deportes se inventaron como sustitutos incruentos de las batallas bélicas. Otra forma mucho más pacífica de luchar y rivalizar entre distintos grupos humamos, con sus banderas, escudos, himnos, etc. Para enfrentar religiones, naciones, regiones, ciudades y hasta barrios, conduciendo el odio al “enemigo” por cauces –no siempre por desgracia- menos salvajes.
Ojalá este didáctico artículo recordatorio tuviera eco en muchos lectores, sobre todo los más jóvenes, advirtiendo de los peligros de los fanatismos, supremacismos, integrismos, nacionalismos y separatismos. Yugoslavia no está tan lejos de España, ni en el tiempo ni en la geografía.
Si repasamos la lista de brillantes deportistas nacidos en Serbia, Croacia, Bosnia, Eslovenia, Montenegro, Kósovo… comprobaríamos que una Yugoslavia reunificada sería imbatible en baloncesto; y en fútbol daría mucha “guerra”, pero ésta de las buenas.