
Desde sus inicios el fútbol pareció reservar las mayores dosis de talento a los atacantes y mediocampistas, dejando una imagen algo ruda y asilvestradas de los defensas. Así fue durante no pocos años hasta que algunos pioneros dieron un paso adelante demostrando que aquellos que ocupaban la retaguardia también sabían jugar
El 3 de septiembre de 1989 el fútbol italiano se tiño de luto. Gaetano Scirea, histórico defensa de la Juventus de Turín, retirado dos años antes, había acudido a Polonia para visionar en directo un partido del equipo Giornik Zarbe, rival de los turineses en la primera ronda de la Copa de la U.E.F.A. Su viejo compañero de batallas y éxitos, Dino Zoff, era el entrenador juventino y le había integrado en su cuerpo técnico. Cuando se dirigía a ver el partido el Fiat 125 en el que viajaba intentó adelantar a un camión, pero se dio de frente contra otro vehículo. Del choque se derivó un incendio en el que perecieron los tres ocupantes del malogrado FIAT.
El impacto en Italia fue tremendo. Sciera era casi un símbolo del fútbol trasalpino y desde luego de la Juventus, el club mas laureado de esos lares. Se suele identificar el transito desde el defensa rocoso y un tanto leñero al perfil del libero elegante y con clase en la figura de Franz Beckembauer y de otros pioneros como el brasileño Luiz Pereira. Luego llegaría el turno de nombres ilustres encabezados por el imperial Franco Baresi, líder del Milan dominador la última etapa del siglo XX o el mismo Ronald Koeman, que hizo de la salida limpia de la pelota todo un arte. Pero entre ellos, ha quedado un tanto en el olvido, la figura de Scirea, un defensa elegante, y pulcro que hizo de la anticipación y el robo de la pelota una virtud pocas veces visto hasta la fecha en los defensores.
Gaetano Scierea había comenzado su carrera en el modesto Atalanta y como tantos otros defensas de clase tuvo unos comienzos asociados a posiciones en el campo mas adelantadas. Pero poco a poco los técnicos vieron en él unas condiciones innatas para el puesto de libero. En un país que sacralizaba como ningún otro el arte de defender Sciera era una mina de oro: su gran visión de juego le permitía intuir las jugadas atacantes y abortarlas de forma limpia y segura; dotado de un gran sentido táctico era el encargado de armar la línea defensiva y ejercía de líder en todas las facetas relacionadas con el mantenimiento de la portería a cero, no solo participaba también colocaba a sus compañeros en la forma precisa. Aseguraba pases seguros en la retaguardia y dominaba con solvencia también el juego aéreo. Para hacerse una idea de su talento defensivo basta decir que no recibió una tarjeta roja en toda su carrera, algo inédito en un fútbol como el de los 70 y 80, que no se caracterizaba precisamente por su ausencia de dureza en cuanto a la labor defensiva.
La figura de Sciera esta olvidada frente a otros nombres ilustres del arte de la defensa con talento como Beckembauer, Pereira, Maldini o Baresi; pero su influencia en el fútbol italiano fue esencial para explicar buena parte de los éxitos del país a nivel de selección y de clubes
No fue extraño que la Juventus le requiriera para sus filas en 1974. El cuadro turinés, la joya de la corona de la familia Agnelli y el imperio FIAT, se estaba sacudiendo del dominio de las potencias milanesas de los 60. Los Scudettos volvían a caer del lado Juventino con bastante frecuencia. En 1976 aterrizó en su banquillo Giovani Trappatoni, curiosamente antigua leyenda del Milan, entidad en la que bebió de las fuentes de uno de los grandes maestros de la pizarra y el arte de la defensa, Nereo Rocco. Trappatoni hizo de la escuadra blanquinegra una máquina de competir y ganar bajo el lema “un ataque implacable apoyado en una defensa de hierro”, y en esa premisa la figura de Sciera no hizo sino engrandecerse. Poco a poco se fue fraguando el gran equipo de la Juventus de Turin, quizá el mejor de su gloriosa historia, que ya es decir. En la portería el gran Dino Zoff, en defensa junto a Sciera los pegajosos e implacables Antonio Cabrini y Claudio Gentille, el talentoso y bregador Marco Tradelli en medio campo y en ataque Paolo Rossi. A ellos se les unían extranjeros de gran entidad como el centrocampista irlandés Liam Brady, y con posterioridad, el delantero polaco Boniek y muy especialmente a partir de 1982, la gran figura gala Michel Platini, el mejor jugador de Europa e la época. Con semejante acumulación de talento no tardarían en llegar los éxitos, siete Ligas Italianas, la U.E.F.A de 1977, la Recopa de 1984 y la Copa de Europa de 1985, tras un fallido asalto en la final de 1983 perdida ante el Hamburgo. Sciera pues es uno de los pocos jugadores de la historia que puede presumir de haberlo ganado absolutamente todo. Pero no deja de ser curioso de su única Copa de Europa, la del 85, fuese aquella de la tragedia de Heysel, que tiño de muerte al futbol europeo. Casi un presagio de su destino fatalista.
Pero el legado de aquella Juve no solo se dejó sentir en el fútbol de clubes. En la cita mundialista de España de 1982, el técnico Enzo Bearzot, utilizó la base del campeón italiano para configurar un equipo capaz de competir por el título. Y muy especialmente en la retaguardia en la que, la portería guardada por el ya cuarentón Zoff, estaba resguardada por el trio mágico de la Juve: Sciera, Cabrini y Gentille. Después de unos comienzos irregulares por no decir decepcionantes (tres empates en la fase previa) Italia cayó en el llamado “grupo de la muerte” en la segunda fase del mundial, contra Argentina y Brasil nada menos. Esto implicaba que la defensa trasalpina se las tendría que ver con los mayores astros del momento: Maradona, Zico o Socrates nada menos. Ha quedado en la memoria el pegajoso marcaje de Gentille a Maradona, pero la clave del éxito italiano residió mucho más en la clase y jerarquía de Sciera, que demostró a todas luces que se trataba del mejor defensa europeo del momento. No en vano el Brasil-Italia disputado en el ya desaparecido estadio de la carreta de Sarriá, se cita con toda justicia como una de las grandes batallas mundialistas de todos los tiempos. Todo el mundo recuerda los tres goles de oportunismo de Paolo Rossi, pero la clave de la resistencia azzurra al mejor ataque del mundo del momento, se fundó en la solidez de una defensa comandada por el juventino, que luego no daría opción ni a Polonia en semifinales ni tampoco a la temida a Alemania en la final. Fue un triunfo además redentor para el fútbol italiano: muy recientes estaban el escándalo del «Totonero», de apuestas ilegales y el pobre papel de la selección azul en la Eurocopa del 80 precisamente en tierras trasalpinas. La victoria tuvo por lo tanto mucho de catártica e inició una era de dominio de los clubes italianos en Europa y de predominio de su Liga a la que llegaban los mejores jugadores del mundo con bastante frecuencia.
Su muerte anticipada tiño de luto a la Italia futbolística. 1989 fue un año trágico para el fútbol en las carreteras. Junto a Sciera fallecieron en parecidas circunstancias el polaco Kazimierz Deyna y el inglés Lauirie Cunningham. En esos años, el milanista Franco Baresi asombraba al mundo con su dominio del arte de la defensa táctica, alejada de la violencia y con la inteligencia y anticipación como armas esenciales. Sciera había sido el pionero en el país que ensalzaba esas virtudes como casi como un patrimonio nacional. Y no deja de ser emblemático que muriera en un automóvil FIAT, un símbolo del club en el que fue leyenda y del propio país.