Se cumplen 25 años del mundial de Estados Unidos y también del lanzamiento del disco Casa Babylon, de Mano Negra. Un recorrido por sus canciones nos sirve como pretexto para recordar algunas de las historias y protagonistas de aquel campeonato

Para la mayoría de miembros de mi generación, el mundial de Estados Unidos fue el primero que seguimos con verdadera atención y recordamos con nitidez. Tal vez por eso he escuchado a muchos de ellos calificarlo sin rubor como “el mejor de la historia”. Esos recuerdos cumplen este verano 25 años, como también lo hace un disco que en mi cabeza se ha acabado convirtiendo en su inseparable banda sonora.

Casa Babylon es tan fascinante como difícil de categorizar y no dudo que seguirá sonando igual de fresco y rompedor cuando cumpla otros 25

  Casa Babylon es tan fascinante como difícil de categorizar y no dudo que seguirá sonando igual de fresco y rompedor cuando cumpla otros 25. Mano Negra, por entonces un colectivo de ocho músicos, se metió en el estudio de grabación tras dos quijotescos proyectos, el primero llamado “Cargo 92”: la banda, acompañada de la compañía de teatro Royal de Luxe, se embarcó en un carguero con todo lo necesario para montar su espectáculo gratuito y autogestionado allá donde fuera. Partiendo del puerto de Marsella pasaron por Venezuela, Colombia, Cuba, República Dominicana, México, Brasil, Argentina y Uruguay. Lo enlazaron con “El Expreso del hielo” (¿guiño a Cien Años de Soledad?), en el que recorrieron Colombia de Santa Marta a Bogotá por las vías abandonadas del ferrocarril. La intensidad de todas estas vivencias quedó plasmada en el disco pero también pasó factura a los miembros del grupo: para cuando Casa Babylon estuvo en la calle habían anunciado su disolución y nunca llegaron a tocarlo en directo.

El arranque del disco hace las veces de ceremonia inaugural. La emoción contenida en las gradas, 24 equipos venidos de todos los confines del mundo aportando distintos colores,  culturas y maneras de entender el fútbol y un penalti fallado: el de Diana Ross en la antesala del campeonato que calcó el que Baggio erraría en la primera final de la historia que acababa en prórroga y penaltis.

Foto: Action Images

La cuarta canción nos cuenta una de las historias que marcaron este mundial. Colombia llegó con un aura de favorito refrendada por el mismísimo Pelé tras haber deslumbrado al mundo con aquel inolvidable vapuleo a Argentina de la fase de clasificación (0-5 en el Monumental de Buenos Aires, con Maradona en la grada). Se acabó marchando por la puerta trasera tras una decepcionante fase de grupos, marcada por su derrota contra el equipo anfitrión. Pero hubo una noticia peor que la eliminación: el 2 de julio el capitán Andrés Escobar era asesinado a balazos en un aparcamiento de Medellín. Todavía hoy quedan muchas preguntas sin resolver en torno a este suceso, pero sigue instalada la sospecha de que su muerte tuvo que ver tanto con su desgraciado autogol diez días antes como con aquella oscura figura que podía moverse con total impunidad por palcos y vestuarios y que hizo al seleccionador Maturana ponerse al teléfono en el descanso del fatídico partido contra Estados Unidos: el Señor Matanza. “Él decide lo que va, dice lo que no será / Decide quién la paga, dice quién vivirá”.

El siguiente tema hay que escucharlo en pie: ese comienzo épico en el que la distorsión de la guitarra se superpone al bombo, la hinchada y un enardecido comentarista lo convierte en el himno del fútbol de los 90 por excelencia. ¿Su título? Santa Maradona. El 10 fue otro de los protagonistas del mundial, aunque no por los motivos que hubiéramos deseado. Mejor quedarnos con aquel golazo a Grecia y la posterior celebración en la que Diego rompió la cuarta pared, mirando a los ojos a los espectadores de todo el mundo. Una vez más, el de Villa Fiorito nos regalaba algo que no recordábamos haber visto antes y que muchos tratarían de imitar en los años venideros.

Foto: FIFA

Super Chango es un canto al optimismo, nos habla de un superhéroe del pueblo que no teme a nadie y espeta “echa pa fuera” a los mismísimos Batman y Superman. También hubo superhéroes en aquella copa del mundo y ambos dejaron su impronta en el Rusia-Camerún disputado el 28 de junio: Roger Milla jugó y marcó con 42 años de edad y Oleg Salenko firmó cinco goles en ese partido. Todavía nadie ha conseguido superar ambas proezas, ni siquiera Batman y Superman. 

Y así llegamos a Bala Perdida, una explosión de energía desbordante, una galopada irrefrenable que comenzó en tu propio campo y en la que vas dejando atrás defensores belgas, un toque más, un recorte más, viendo cada vez más cerca la puerta de Preud’Homme hasta que al borde del agotamiento y el área pequeña consigues cruzar el balón al otro palo ya cayéndote al suelo. Acabas de marcar el que para muchos será el mejor gol del mundial, que además clasifica a tu selección y deja fuera a la que llegaba como primera de grupo. Te llamas Saeed Al-Owairan y has conseguido entrar en la historia del fútbol. 

La gloria fue para la selección brasileña de Carlos Alberto Parreira, con un juego que no terminó de convencer

El disco continúa con dos alegatos ecologistas, el “global warning reggae” de Machine Gun y la delirante El Alakrán, que dan paso al intimismo afrocubano de Mama Perfecta y acaban desembocando en la adrenalina punk-psychobilly-rumbera de Love and Hate. Los mundiales siempre dejan historias de amor y odio, de éxitos y fracasos.  En el que nos ocupa la gloria fue para la selección brasileña de Carlos Alberto Parreira, con un juego que no terminó de convencer y cuyos únicos momentos de inspiración estética vinieron de Romario y Bebeto, incluyendo la icónica celebración tras el gol de este último a Holanda en la que acunaban un bebé imaginario. Sí se ganaron nuestro aprecio futbolístico otros combinados como Suecia, que estuvo a punto de igualar su mejor puesto en un mundial, la Bulgaria del temerario Hristo Stoichkov que apeó a Alemania en cuartos y acabó levantando el balón de oro ese año y Rumanía, liderada por otro zurdo genial apodado “Maradona de los Cárpatos”. Si quieren rescatar algún partido del campeonato, mi humilde recomendación es el Rumanía-Suecia disputado el 10 de julio en el Stanford Stadium, también de cuartos de final.   

Foto: Tomikoshi Photography

Y de vuelta al reggae con Drives Me Crazy ,cuya melodía remite al Stir It Up del gran referente del género. También hubo quien perdió la cabeza en la cita mundialista, Stefan Effenberg fue apartado de la selección tras dedicar un feo gesto a sus propios aficionados en el partido contra Korea y el brasileño Leonardo puso fin a su participación con un codazo en la cara del bético Tab Ramos en octavos que le acarreó una sanción de cuatro partidos.

La siguiente canción describe en tono paródico el arquetipo de vida perfecta norteamericano, ya exportado al resto del mundo. Sin embargo, para mí los verdaderos Hamburger Fields siempre serán los campos de aquel mundial, con sus estrambóticos patrones de corte de césped y los no menos chocantes estadios cubiertos, algo que nunca pensamos que acabaríamos viendo en Europa.

Foto: AS

Sandor Puhl y sus asistentes aseguraban no haber visto nada mientras el asturiano señalaba la sangre que se mezclaba con lágrimas en su rostro

La Vida Me Da Palo fue lo que exclamamos todos los aficionados de la selección española tras la amarga eliminación en el Foxborough Stadium de Boston aquel maldito 9 de julio. Clemente había apostado por un combinado en el que la quinta del Buitre dejaba paso a la generación del oro en Barcelona ’92 (excepto Kiko, que no pudo viajar), algunos componentes del Dream Team de Cruyff y otros talentos como Caminero, que estuvo estelar. La derrota en cuartos fue un palo porque aquel fue muy probablemente su mejor partido pero por encima de todo lo fue por lo ocurrido en el minuto 93: mientras un centro de Goikoetxea volaba hacia el área Luis Enrique recibió un codazo vil, cobarde, camorrista e impune de Mauro Tassotti. A él le rompió la nariz, a nosotros el corazón. Sandor Puhl y sus asistentes aseguraban no haber visto nada, mientras el asturiano señalaba la sangre que se mezclaba con lágrimas en su rostro. El árbitro húngaro acabó dirigiendo la final, el defensa italiano (que inexplicablemente lucía el dorsal número 9) no volvería a jugar con su selección. En una decisión sin precedentes, la FIFA lo sancionó a posteriori con ocho partidos tras analizar el vídeo de la acción. Escaso consuelo para todos los que aquella tarde lloramos con el 21 de España, viendo nuestro sueño convertido en pesadilla cual Sueño de Solentiname.  

Foto: FIFA

El último corte sería el acompañamiento perfecto para nuestro lento pero inexorable avance hacia la distopía que el futuro parece reservarnos. Este fue el primer mundial de los tres puntos por victoria, de los cuartos árbitros mostrando tablillas electrónicas al hacer los cambios y de las camillas motorizadas que profanaban el césped con sus torpes maniobras. Por primera vez las camisetas llevaban un nombre encima del dorsal, que pasaba a ser propiedad exclusiva de cada jugador (algo que ya habíamos visto en la Premier League y que la liga española incorporaría en la temporada 95/96). La tradición cedía terreno a la mercadotecnia, nuestro amado balompié daba signos inequívocos de estar convirtiéndose en ese fútbol moderno al que hoy muchos juran odio eterno. Nos guste o no, este cambio que nunca pedimos parece irreversible. Nos guste o no, This is my world.

Este articulo ha sido escrito por Diego Peral Redondo

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