
En la memoria de todos los aficionados al fútbol quedan las grandes hazañas de jugadores y entrenadores. Los momentos más oscuros y fracasos que han jalonado las carreras de los ídolos tienden a quedarse en el olvido. Pero éstos forman parte esencial de sus trayectorias, por más que los éxitos sobre los que cimentaron su fama quedara con justicia en primer plano
Arrigo Sacchi comenzó su gran trayectoria como una excentricidad del magnate, dueño del Milan, Silvio Berlusconi. Apostó por el mismo sin apenas bagaje tras de sí, para dirigir una plantilla lujosa creada a golpe de talonario con las tres joyas holandesas del momento: Van Basten, Gullit y Rijkaard. Sus comienzos fueron titubeantes; no pocos clamaban por su sustitución por un nombre más ilustre de los banquillos cuando los resultados tardaron en llegar.
Pero las ideas del entrenador italiano terminaron por cuajar. Era un innovador, un revolucionario que llevó conceptos como la presión en todo el campo, la línea adelantada de defensa y el ataque total a su máxima expresión. Un equipo de lujo lleno de talento fue el encargado de ejecutar magistralmente su plan. Cuando el equipo milanista ganó su segunda Copa de Europa consecutiva en 1990, todo el planeta futbolístico estaba rendido a sus pies. Por la ciudad deportiva del Milán transitaban entrenadores de todo el mundo deseosos de impregnarse de las metodologías del italiano.
Pero el éxito y la fama tuvieron un precio. Sacchi era una fanático del fútbol y sus triunfos le llevaron a tener un concepto muy elevado de si mismo. Exigía de sus jugadores una dedicación total a su profesión y una adherencia casi fanática a sus ideas. Imponía unas agotadoras sesiones de entrenamiento y recriminaba con vehemencia cualquier fallo de sus pupilos por consagrados que fueran. Algunos como Van Basten dijeron basta: no estaban dispuestos a continuar en esas condiciones. Cuando la temporada 90-91 acabó sin Liga ni Copa de Europa, Sacchi salió ante la amenaza de rebelión a bordo de la nave milanista.
El éxito y la fama tuvieron un precio. Sacchi era una fanático del fútbol y sus triunfos le llevaron a tener un concepto muy elevado de si mismo. Exigía de sus jugadores una dedicación total a su profesión y una adherencia casi fanática a sus ideas. Imponía unas agotadoras sesiones de entrenamiento y recriminaba con vehemencia cualquier fallo de sus pupilos
Tras el fiasco del mundial de 1990 y la Eurocopa de 1992 la selección italiana le reclamó. Era un movimiento lógico. Se trataba del entrenador con más prestigio del mundo y las manos a priori más idóneas para que los Azzurri volvieran a la gloria. Pero frente a lo que se pudiera pensar no resultó un seleccionador al gusto de todos. En buena parte del país trasalpino se recelaba del mismo. No en vano había sido el hombre que derribó el catenaccio, el símbolo italiano por excelencia, odiado en casi todo el planeta futbolístico pero ensalzado en Italia que siempre tuvo en su santuario los nombres de Nereo Rocco, Helenio Herrera o Giovani Trappatoni. El ex milanista era en buena medida un traidor a esa tradición ancestral del fútbol italiano
En la cita del Mundial 94, a disputarse en Estados Unidos, los azzurri vivieron en permanente sospecha. Perdieron el partido inaugural contra Irlanda y cuajaron una primera fase muy mediocre clasificándose por los pelos para las eliminatorias. Era una selección de tronío por nombres: Maldini, Baresi, Massaro, los hermanos Baggio o Albertini, buena parte de ella sacada de “su” Milán al que había heredado con éxito Fabio Capello. Sacchi intentaba reproducir en la selección su esquema exitoso de presión alta y defensa en línea muy adelantada, pero los resultados no eran los mismos. En octavos contra Nigeria, fue perdiendo casi todo el partido hasta que el empate de Roberto Baggio en el 89 llevó a la prorroga en donde los trasalpinos se impusieron. La misma historia se dio contra España en cuartos de final; superada en casi toda la segunda parte de forma casi insultante, una nueva genialidad de Baggio casi al final del partido dio el pase a la siguiente ronda. En semifinales se ganó a Bulgaria y solo quedaba el escollo de Brasil en la final para levantar la cuarta Copa del Mundo.
El partido es en Los Angeles e Italia plantea un esquema muy defensivo. Atrincherado atrás, deja toda la iniciativa a los cariocas que no logran sin embargo romper el muro trasalpino. Todo se deja a que una genialidad de Baggio (el gran héroe del Mundial) pueda romper la balanza; pero la misma no llega y son los penaltis los que deben dilucidar el campeón. Gana Brasil 3-2. Italia ha cuajado un campeonato meritorio pero aun así las criticas a Sacchi se recrudecen: él que siempre defendió el juego de ataque y el llevar la iniciativa ha terminando por apostar por las defensas cerradas y el contragolpe. Se le acusa de desperdiciar un equipo con mucho talento obsesionado por su rigurosidad táctica. De hecho el mejor jugador del torneo, Baggio, ha mantenido constantes enfrentamientos con el entrenador al saltarse sus indicaciones casi obsesivas y jugar de forma más anarquica.
Las cosas no mejoran en la próxima cita, la Eurocopa de Inglaterra en 1996. Irrita a buena parte de la afición al no convocar para la misma a Roberto Baggio, que tantas veces le sacó de apuros en Estados Unidos, vuelve a perder el partido inaugural con Chequia y un empate contra Alemania en la última jornada sella su destino: es eliminada en primera fase. Supone su salida de la selección, y a los pocos meses le espera una sorpresa agradable. Su antiguo patrón Silvio Berlusconi le reclama para el Milán tras cesar al uruguayo Tabárez del banquillo rossonero. Parece el entorno ideal de cara a recuperar viejos laureles en un equipo en el que conviven viejos vestigios de su época de esplendor como Baresi y Maldini, con nuevas estrellas del momento del calibre de Weah o Savisevic. Pero la vuelta al escenario de sus triunfos es una pesadilla; se encuentra con un equipo en descomposición en el que nada funciona como debe. Nada más aterrizar es eliminado de la Liga de Campeones, y en el Scudetto deambula sin pena ni gloria alejado de la parte alta de la tabla. Y lo peor está por llegar. La nueva fuerza emergente del Calcio, la Juventus de Marcelo Lippi con Zidane, Vieri o Deschamps visita San Siro y logra un humillante 1-6 que deja en la lona a los rossoneros. Al final ni si quiera de clasificara para Europa.
Pese a sus resbalones finales, su legado como gran estratega y genio táctico será inmenso: el fútbol de elite no volverá a ser el mismo desde su Milán de finales del siglo XX. En mayor o menor medida los grandes equipos de los últimos años (en especial del Barça de Guardiola) beberán de sus ideas y conceptos
Estos reveses afectan al prestigio de Sacchi en Italia, pero no en el resto del planeta futbolistico. En España, Jesús Gil y Gil, presidente del Atlético de Madrid, está convencido que su equipo debe “italianizarse” si quiere competir en lo más alto y le ofrece venirse al banquillo del Vicente Calderón. Es la noticia del verano de 1998, la llegada del gran innovador del fútbol europeo y el desafío que sus ideas cuajen en España con el poder omnímodo de Barça y Real Madrid. En realidad es un deseo satisfecho de la gran esperanza rojiblanca, el italiano Christian Vieri, un voluble y caprichoso futbolista con un tremendo olfato de gol pero poco dado a la disciplina y que ha salido tarifando con el anterior tecnico, Radomir Antic. Se espera que un entrenador de tanto prestigio sea capaz de enderezarle para ser la piedra angular del proyecto. Pero nada más empezar la pretemporada hay choques entre los dos por ciertos actos de indisciplina del atacante, tan buen jugador como dudoso profesional (deambuló por un sinfín de equipos en su trayectoria, dando problemas en casi todos ellos). Ni corto ni perezoso Vieri pide, y consigue, ser traspasado a unas semanas de comienzo de la Liga. El principal referente del equipo vuela dejándolo cojo. Además, las sugerencias de Sacchi para completar la plantilla no son precisamente acertadas; llegan italianos de rendimiento más que dudoso como los defensas Torrisi o Serena y el medio centro Venturin. Bajo la batuta de Sacchi el Atlético es un equipo mas bien plano y tedioso, que gana en casa y pierde con frecuencia fuera. La lesión del delantero Kiko Narváez, el mejor hombre hasta la fecha, es la puntilla. Una serie de malos resultados al comienzo de la segunda vuelta provocan su salida, a medio camino entre el cese y la dimisión ante la evidencia de que el proyecto hace aguas por todos los sitios.
No volverá a entrenar aunque actuará como director deportivo del Parma (el lugar donde inició su trayectoria) y en el mismísimo Real Madrid, en la primera etapa de Florentino Perez. Pese a sus resbalones finales, su legado como gran estratega y genio táctico será inmenso: el fútbol de elite no volverá a ser el mismo desde su Milán de finales del siglo XX. En mayor o menor medida los grandes equipos de los últimos años (en especial del Barça de Guardiola) beberán de sus ideas y conceptos. Pero como ocurre con todos los entrenadores, sus planteamientos requirieron de interpretes adecuados para hacerlas realidad. Y tras el fabuloso Milán de finales de los 80, no los volvió a encontrar.