
El gran Deportivo de la Coruña de los 90 sigue en la mente de buena parte de los aficionados, y una de sus referencias esenciales no era otro que Arsenio Iglesias, su entrañable entrenador. Pero un incidente, que afectaba a la manera de entender el futbol del técnico gallego, estuvo a punto de precipitar su salida anticipada
En la antepenúltima jornada de la primera vuelta de la temporada 94-95, el Real Madrid visitaba Riazor. Era un partido grande: primero contra segundo de la Liga. En medio de una gran expectación el encuentro fue disputado y muy táctico, con muchas precauciones por ambos lados y con un resultado final previsible en ese contexto; empate a cero. Lo que nadie tenía previsto es la tormenta que se iba a desatar después.
Nada más acabar el partido el gran estandarte de ese Deportivo, el delantero Fran, hacía unas sorprendentes declaraciones; “Somos un equipo demasiado defensivo”. La cosa no quedó ahí, el domingo por la noche Jose Ramón de la Morena entrevistaba al atacante gallego y éste fue aun mas lejos; “Jugando así, no seremos jamás campeones”. El entrenador Arsenio Iglesias se quedó lívido al escuchar frases de ese calado en uno de los emblemas del equipo. Decepcionado y hastiado el hombre que había capitaneado el milagro coruñés tomó una decisión: dimitir al sentirse despreciado.
La temporada estaba siendo complicada para los coruñeses pese a su buena marcha, una vez más, en lo alto de la tabla liguera. Sobre el ambiente pesaba el drama de la pérdida de la Liga tan estrambótica del ejercicio anterior con aquel penalti fallado de Djukic, en el último suspiro del partido ante el Valencia en Riazor. No era fácil remontar ese trauma, por más que la plantilla coruñesa derrochara calidad. Además ,unos meses después, otro acontecimiento desgraciado había asolado al Depor; en una eliminatoria ante el Borussia Dortmund en la U.E.F.A, en la vuelta en Alemania el equipo había recibido dos goles en los últimos minutos de la prorroga, siendo eliminado de forma inesperada. Una vez más se había estado a las puertas de un gran éxito, echado al traste en el último momento.
El ascenso del Coruña había sido espectacular pero siempre parecía faltarle algo para rematar la faena y llegar a la tierra prometida: ganar un título. Buena parte de las criticas empezaron a dirigirse hacía uno de los héroes del ascenso a los cielos del Depor; su entrenador Arsenio Iglesias, al que se le reprochaban sus planteamientos demasiado defensivos
Estas frustraciones causaron una gran ansiedad en la afición. El ascenso del Coruña había sido espectacular pero siempre parecía faltarle algo para rematar la faena y llegar a la tierra prometida: ganar un título. Empezaban a ser considerados como fiables, aquellos que aseguraban que los coruñeses no tenían mentalidad de equipo grande y que se achicaban en los momentos claves. Y buena parte de las criticas empezaron a dirigirse hacía uno de los héroes del ascenso a los cielos del Depor; su entrenador Arsenio Iglesias.
Las criticas a Arsenio estaban centradas, tal y como había puesto de manifiesto el propio Fran, en sus planteamientos excesivamente defensivos. En realidad, en la temporada anterior en la que se había dejado escapar una ventaja de tres partidos sobre el Barça, buena parte del titulo de Liga se había evaporado en empates ante equipos de la parte baja de la tabla; significativos fueron los cosechados en las últimas jornadas ante Lleida y Rayo Vallecano, que acabarían descendiendo. No pocas voces reprochaban al técnico gallego el no haber sido más atrevido en la recta final del campeonato; y la cuestión tomaba cada vez más fuerza entre prensa y aficionados. A ello había que añadir que el de Arteixo siempre mantuvo un perfil bajo y realista en sus declaraciones y sobre él empezó a pesar el estigma de una presunta falta de ambición. Si bien Riazor era casi inexpugnable, el rendimiento fuera de casa bajaba bastante, y en no pocos partidos se podía percibir cierta falta de ambición para buscar la victoria desde el inicio.
Además, España vivía una impregnación de una cultura futbolística que se había apoderado del debate futbolístico del momento. El equipo hegemónico de la década era el Barça de Cruyff, con su apuesta decidida por el juego ofensivo y una cierta dejadez defensiva. Era el sinónimo del éxito y de los triunfos, y en La Coruña se había instalado un obsesión por inaugurar el palmarés a toda costa. La prensa del momento no hacía otra cosa que alabar sin cortapisa a los entrenadores atrevidos que hacían permanente bandera de su apuesta por el “espectáculo” sobre el césped, y se era critico con los representantes de la escuela de la seguridad defensiva y el control de los riesgos, como podía ser el seleccionador Javier Clemente. El entorno mediático del momento, por lo tanto, no favorecía ni mucho menos a Arsenio.
De hecho, el propio Super- Depor había mutado en sus tres años en la élite. En la temporada 92/93 la de la explosión del equipo con la llegada de los astros brasileños Bebeto y Mauro Silva, el juego había sido vistoso y alegre; pero a medida que se fue asentando en los primeros puestos de la tabla, se había percibido una evolución hacía formulas mas defensivas y una priorización de dejar la puerta a cero a cualquier precio. Buena muestra de ello fue que el portero Liaño se convirtió en la 93-94 en el Trofeo Zamora con menos goles encajados de la historia. Buena parte de esta evolución, según ciertos analistas, estaba justificada en la lesión de Adolfo Aldana, un media punta fichado del Real Madrid, que canalizaba buena parte del ataque coruñés junto con Fran. Su ausencia forzosa se había cubierto con el hispano-brasileño Donato, que junto con Mauro Silva componía un doble pivote casi inexpugnable, pero no tan fluido a la hora de crear juego.
Cansado ante tanta presión y sintiéndose abandonado por los propios jugadores , Arsenio estuvo en un brete de dimitir. Al final las cosas se calmaron y se logró encauzar la situación al menos hasta el fin de la temporada. El destino le tenía reservado una peculiar redención; la conquista de la Copa del Rey ante nada menos que el Valencia, su verdugo del año anterior.
La trayectoria de Arsenio había estado siempre ligada al fútbol modesto; con plantillas de recursos escasos que había que optimizar a toda costa. Deportivo de la Coruña. Hercules, Zaragoza , Burgos, Almería o Elche eran conjuntos que no podían otorgarle mucho arsenal. De su capacidad para obtener resultados en condiciones mas que precarias derivaba su apodo de “El Brujo”. Su ideario, pues, estaba fundamentado en mantener el equilibrio, recibir pocos goles y ser certero en las contras. Pero las exigencias de nuevo rico del Coruña no casaban con esos principios. A eso había que añadirle una relación mas que tirante con el presidente Lendoiro y algunos roces en el vestuario con los menos habituales.
Cansado ante tanta presión y sintiéndose abandonado por los propios jugadores Arsenio estuvo en un brete de dimitir. Al final las cosas se calmaron y se logró encauzar la situación al menos hasta el fin de la temporada. Se anunció, eso sí, que sería la última del veterano técnico al frente del equipo ya que tras la misma se retiraría de los banquillos. Las iniciales desconfianzas fueron limando y los resultaron volvieron a llegar; se acabo de nuevo segundo esta vez detrás del Real Madrid de Valdano e incluso el destino le daría una oportunidad de redención inmejorable: se llegó a la final de la Copa del Rey y en la misma esperaba nada menos que el Valencia, precisamente el mismo equipo que les había apartado de la gloria de esa forma tan cruel. En una accidentada final que se tuvo que suspender y reanudar dos días mas tarde, por la tromba de agua que cayó en la capital de España, las ganas de triunfo gallegas quedaron al fin saciadas por una victoria por 2-1. El viejo zorro de los banquillos se despedía de su casa por todo lo alto. Un acto de justicia poética que estuvo a punto de irse al traste debido a la crisis de unos meses antes. Por su parte el Deportivo seguiría viviendo momentos espectaculares bajo la batuta de otro histórico de los banquillos españoles: el vasco Javier Irureta.