Desde mi niñez allá por los años ochenta el mundo ha cambiado tanto que hay cosas que difícilmente se entenderían con la mirada de un niño de hoy en día. Los veranos, esa época del año que se espera con impaciencia, también han cambiado enormemente.
Si echo una mirada hacia atrás en mi memoria e intento visualizar cómo eran mis veranos cuando era niño, lo primero que recuerdo eran los inicios de las vacaciones viendo dibujos anímados toda la mañana, vagar por el barrio el resto del día y volver a casa cuando las luces de las farolas ya estaban encendidas. Esto solía durar un par de semanas, hasta que mi madre desesperada decidía enviarme con mis abuelos a su ciudad natal, Ferrol. En esta ciudad gallega me pasaba el resto del verano, rodeado de mis primos, abuelos y amigas de mi madre.
Los veranos de aquella época los tengo asociados a Ferrol y Galicia, los recuerdos y sentimientos que me vienen a la cabeza son de libertad, diversión y bienestar.
Mi mayor compañero de aventuras en esos veranos era mi primo “Tato”, en aquella época y por motivos laborales de mi tío “Tone” él vivía en Barcelona. Solo nos veíamos en Ferrol y durante el verano, eso sí, lo aprovechábamos al máximo. “Tato” y yo nos pasábamos los días juntos, volvíamos locos a nuestros padres, abuelos y resto de primos que eran mayores que nosotros y que pacientemente soportaban nuestras travesuras.
Los veranos en Ferrol eran intensos, jugábamos al tenis, íbamos a la piscina, si “abría” (asi dicen en Ferrol a salir el sol) bajábamos a la playa, visitábamos el astillero, alguna vez hacíamos vela y todos los años tocaba pasear por la Ría en la mítica “Lancha de Mugardos”.
Si bien para mí el momento más esperado del verano llegaba a mitad de agosto, cuando mi padre y mis tios “Tone” y “Gilo” nos llevaban a “Tato” y a mí a La Coruña a ver el ilustre torneo de futbol de verano Teresa Herrera. En aquella época, finales de los ochenta y principios de los noventa, los trofeos de verano tenían muchísimo prestigio futbolístico. El Teresa Herrera era uno de los más importantes y siempre acudían equipos de nivel mundial como el Real Madrid, el Barça, Peñarol, Boca Juniors o Sao Paolo.
Esas noches de futbol en La Coruña eran lo mejor del verano para mí, ya desde pequeño el futbol estaba metido en mi piel. Sin embargo a mi primo “Tato”, menos futbolero que yo, el futbol le daba un poco más igual, él iba al Teresa Herrera a conseguir autógrafos para su colección y cenar en el “Gaucho Diaz”, Churrasquería situada a las afueras de La Coruña donde solíamos cenar cuando volvíamos a Ferrol.
En aquella época, el equipo de la ciudad, el Deportivo de la Coruña, solo participaba en el Teresa Herrera si jugaba en primera división. En 1991 el Depor consiguió, después de veinte años en segunda, un histórico ascenso. Ese verano disputó el Teresa Herrera, fue la primera vez que lo vi jugar en Riazor. A partir de ese momento el Depor se convertiría en un asiduo del torneo conquistándolo en innumerables ocasiones y viviendo la época más importante del Club.
De los miles de regalos que me dieron los veranos en Galicia, el que más aprecio fue ver jugar en Riazor al Superdepor, un equipo para el recuerdo que emocionó a los niños de mi generación escribiendo una épica historia en el futbol español.
Lendoiro, mítico Presidente del Deportivo, construyó un equipo, del que se enamoró media España. En los noventa el Superdepor era el segundo equipo de casi todos los españoles. Dirigido en los banquillos por un sagaz gallego de Arteixo, Arsenio Iglesias, destiló un fútbol nunca visto hasta entonces en La Coruña y en Galicia.
En ese equipo jugaban dos campeones del mundo, los brasileños Bebeto y Mauro Silva, que enamoraron para siempre a la Coruña. La calidad la ponía una zurda mágica nacida en Carreira, un canterano llamado Fran que conquistó la gloria del futbol jugando toda su carrera profesional en el Deportivo. Lendoiro y Arsenio supieron reciclar jugadores descartados por los grandes equipos del futbol español, Voro y Nando llegaron del Valencia, Lopez Recarte del Barça, Donato del Atleti y Aldana del Real Madrid. Todo este coctel se fue sumando a veteranos que habían aterrizado ya como Djukic, Liaño, Ribera y Claudio Barragán. Se armó un sublime equipo de futbol que estuvo a punto de tocar la gloria ganando una Liga a los todopoderosos gigantes Madrid y Barcelona. Un famoso y trágico penalti lo impidió. Pero eso es otra historia.
El Superdepor fue un equipo peculiar, y como no podía ser de otra manera el diseño de su casaca también lo era, la foto que ilustra este escrito de nuestro fondo de armario lo evidencia. La marca Umbro pintó una extraña camisa en la que no se conseguía apreciar si las rayas blanquiazules del Deportivo eran horizontales o verticales. Dos rayas en forma de “L” invertida conseguían un efecto óptico y un diseño singular e inimitable en el mundo del futbol. La publicidad de la central Lechera Feiraco daba la pincelada autóctona y galaica a la camiseta de uno de los grandes equipos del futbol español de los años noventa.
La camiseta del Superdepor me recordara por siempre Galicia, la felicidad del niño que fui en mis veranos en Ferrol. Me recordará por siempre a mi madre, a su tierra natal. A mi padre y mis tíos llevándome a Riazor, a mi primo “Tato” cazando un autógrafo. En definitiva la camiseta del Deportivo me retrotrae a mis orígenes, a mi familia, a una tierra que palpita tatuada al lado del inmenso mar y que vive amarrada en altas rías descosida por una lluvia infatigable.
Aupa Depor, volverás con nosotros seguro que el próximo año. Un celtista amante de Coruña que echa de menos el derbi. Precioso artículo.
Gracias Sito. Precioso mensaje. En Esférico creemos que el fútbol une personas, gentes y aficiones. O noso Derby es un partido de primera, esperemos que pronto volvamos a disfrutarlo
Sublime. Un artículo evocativo y de agradable lectura. En Cantabria también se abre el día. Felicidades
Muchas Gracias Sergio. Cantabria y su Racing también merecen un articulo