La temporada del Atlético de Madrid concluye en la misma línea de los últimos tres ejercicios: una sensación de cumplimento de objetivos mínimos sin muchos motivos para la plena satisfacción

 Es posible que si en la primera década del siglo XXI alguien propusiera la posibilidad de que el Atlético de Madrid jugase la Champions trece años consecutivos fuera tomado a chirigota. El club transitaba por la inanidad deportiva tras su ascenso en 2002. Temporadas sin otro aliciente que una remota posibilidad de plaza europea, que llegó a su culminación en 2008 y 2009, con cuartos puestos que dieron acceso a la máxima competición continental por la que se pasó sin pena ni gloria. La entidad vivió unos años en bucle: lejos de su posición natural por cuota de mercado e historia y sin perspectivas de muchos logros.

Evidentemente la llegada de Simeone ha resultado un catalizador de la esperanza: la presencia en la élite del fútbol europeo es ya una rutina y a ello hay que añadirle no pocos títulos en sus primeras temporadas, incluyendo dos Ligas; heroicidad indiscutible en un campeonato como el español, sometido desde 2004 más que nunca a el yugo inflexible del duopolio. Solo alguien ha sido capaz de discutir esa aplastante superioridad fundamentada en astronómicas diferencias económicas y de influencia social y hasta política, y ese alguien ha sido el Atlético de Simeone.

Es posible que si las primeras temporadas de Simeone hubieran concluido con varios terceros puestos sin añadirle más logros, todos se hubieran dado por satisfechos. Pero el listón se situó tan alto, que esta época de austeridad de triunfos deportivos produce una desazón en el aficionado.

Pero por otro lado los puntos oscuros de esa trayectoria no pueden dejar de obviarse: buena parte de los grandes éxitos se concentraron en las primeras temporadas, y el último lustro del entrenador argentino muestra una regularidad evidente en cuanto al cumplimiento de objetivos mínimos, pero mas allá de la Liga de 2021, la cosecha de triunfos es escasa: ni una final de Copa en doce años, falta de lucha real por el campeonato de Liga y ausencia de cualquier semifinal europea desde la Europa League de 2018.

Es posible que si las primeras temporadas de Simeone hubieran concluido con varios terceros puestos sin añadirle más logros, todos se hubieran dado por satisfechos. Pero el listón se situó tan alto, que esta época de austeridad de triunfos deportivos produce una desazón en el aficionado. De 2012 a 2021 se vivieron esos dos campeonatos de Liga, dos finales de Champions, dos Europas Leagues, Supercopas de Europa y España. Tras esa trayectoria notable resulta complicado asumir que apenas se pelee por títulos en los últimos cuatro ejercicios.

Es por ello que la entidad se ha sumido en una especie de bucle, que en buena medida se asemeja a sus años de plomo, aunque en un escalafón evidentemente superior. Ya no se mira a la Intertoto o la Europa League, sino se está asentado en zona Champions. Pero más allá de esa diferencia esencial hay ciertas analogías entre ambos periodos que provienen de una falta de estimulo de los aficionados que en las últimas cuatro temporadas, en las que en los meses de febrero o marzo (o incluso antes) ven a su equipo apartado de la lucha por los grandes logros.

Y sobre todo, mas allá de los resultados inquietan las sensaciones que transmite la entidad: una sensación de conformismo, de gusto por la rutina lucrativa que otorgan las clasificaciones para Champions sin apenas oposición, de falta de ambición real para los grandes logros. Uno de los motores de la primera época de Simeone en el banquillo rojiblanco era precisamente ese aire inconformista y rebelde que transmitía el equipo: ante las versiones más potentes que uno pudiera encontrar de Real Madrid y Barça se las arreglaba para plantarles cara y ganarles con cierta frecuencia. Todo ese espíritu de lucha sin cuartel ha ido progresivamente evaporándose.

Esa incomodidad por la situación actual ha ido además derivando en una guerra civil soterrada entre los aficionados rojiblancos: los cholistas contra los anticholistas. Como en cualquier contienda cada una de las partes no es capaz de ver las virtudes del termino medio. Las descalificaciones mutuas abundan y como tanto uno como otro bando pueden encontrar argumentos sólidos de defensa de posiciones, no resulta fácil el entendimiento. Es cierto que la sensación de agotamiento del proyecto del argentino es mas que evidente en los últimos tiempos, que el cúmulo de partidos infames en especial lejos del Metropolitano no tiene justificación alguna, que buena parte de las decisiones como las de mantener a algunos jugadores decadentes como titulares contra viento y marea no encuentran fácil justificación. No es tampoco menos argumentable, que se trata del entrenador con mejores resultados de la historia de la entidad, que nada de la historia del Atlético otorga fiabilidad de mantenerse en la élite, y que hay ejemplos muy palmarios de equipos con apariencia solida que terminaron hundiéndose (Manchester United, Chelsea, Valencia y recientemente, Sevilla).

La incomodidad por la situación actual ha ido además derivando en una guerra civil soterrada entre los aficionados rojiblancos: los cholistas contra los anticholistas. Como en cualquier contienda cada una de las partes no es capaz de ver las virtudes del termino medio.

Tal vez la solución pase por asumir una realidad: el entrenador no esta en posición de hacer más milagros. Los hizo en su primera etapa con un equipo de mucha calidad que el supo canalizar por la senda adecuada y al que dotó de un espíritu encomiable. Pero al hacerse mayor ese equipo y tener que realizar el cambio generacional, la capacidad del argentino para sacar petróleo fue mostrándose mucho más reducida. Desde 2018 a 2022 salieron del equipo Rodri, Thomas, Lucas Hernandez o Trippier. Los recambios o bien no llegaron o no tuvieron la calidad suficiente para ir llenando los huecos de la plantilla. El Simeone de 2013 era capaz de superara de marcha de Falcao y hacer un equipo aun mas competitivo y ganador, el actual no. Todo entrenador tiene unos años dorados y quizá los del argentino ya han pasado. Pero eso no quiere decir que con los mimbres adecuados no pueda ser capaz de montar otro equipo competitivo y capaz de lograr éxitos. Así lo hizo con la llegada de Luis Suarez en la Liga de la pandemia y no hay nada que hagan pensar que si el club hace sus deberes y sigue la senda iniciada el año pasado de buscar refuerzos de calidad, puede construir otro equipo de garantías.

El fútbol europeo ha ido progresivamente derivando hacia una estratificación cada vez más acusada. Los campeonatos suelen estar reservados a unos pocos, que marcan la agenda con sus ingresos millonarios y sus gastos inalcanzables para el resto de clubes. No hay nada más revelador que consultar el palmarés de los últimos quince años de entidades situadas en la clase media alta de ese panorama tales como el Arsenal o el Borussia Dortmund. En ese contexto Simeone fue capaz de arrancar títulos a los mas poderosos. Pero ya no tiene la llave mágica de sus primeros años; necesita plantillas compensadas y con calidad para buscar nuevos asaltos. Y que la propia entidad, sumergida en una probable venta en unos pocos años, deje de transmitir ese conformismo un tanto irritante, cuya mejor muestra posiblemente sea el no tener más plan deportivo que la capacidad de su eterno entrenador para sacarse conejos de la chistera.

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