Joao Felix ha abandonado definitivamente la disciplina del Atlético de Madrid para irse al Chelsea mediante un jugoso traspaso. La mitad de lo que costó, pero, con todo, su salida tiene un efecto liberador para las partes implicadas. Hace tiempo que el fracaso de su fichaje era una losa demasiado pesada para todos
Joao Félix fue la operación más arriesgada que jamás realizó el Atlético de Madrid en el mercado. También ha resultado su fracaso más estruendoso en sus más de 120 años de historia. Porque fueron nada menos que 127 millones de euros los que desembolsó la entidad rojiblanca por sus servicios. Se disponía de dinero caliente por el pago al contado de la cláusula de Griezmann por parte del Barça. Joao era un desconocido para casi todos los aficionados, pero los busca talentos de casi toda Europa le tenían en el radar desde hace varios meses. En él se apreciaban unas dotes sobre todo técnicas que pocas veces se muestran a los 19 años. Sus primeros seis meses con el Benfica deslumbraron y le hicieron ser pieza muy cotizada para los equipos punteros.
Y además estaba en la órbita de Jorge Mendes, el gran capo del mercado europeo, de siempre muy bien relacionado con Miguel Ángel Gil Marín. Es difícil discernir la forma en que los mandatarios rojiblancos se decidieron a apostar tan fuerte por un futbolista sin contrastar plenamente, por muchas maneras que apuntase. Por un lado, es cierto que el Atlético se anticipaba a los grandes colosos del fútbol europeo (Madrid, City, PSG…) en la adquisición de un potencial jugador diferencial. Estos suelen ser presa de clubes muy poderosos una vez que ya están consagrados, porque solo los últimos pueden abordar su salario de estrella consolidada. Pero al mismo tiempo suponía una hipoteca muy seria para el potencial rojiblanco: es un club que debe de medir mucho sus inversiones potentes al disponer de menos medios que sus competidores más fuertes, en consecuencia un fallo se paga muy caro. Hablando en términos coloquiales el Madrid puede pasar sin casi notarlo un fiasco como Hazzard (100 millones), ya que su capacidad le permite afrontar varios fichajes de ese nivel.
Joao supuso una apuesta muy arriesgada de la dirigencia rojiblanca.Es un club que debe de medir mucho sus inversiones potentes al disponer de menos medios que sus competidores más fuertes, en consecuencia un fallo se paga muy caro
En aquel verano de 2019 el Atlético llevó a cabo una revolución de su plantilla. El dorado periodo 2012-2018 había llegado a su fin biológico y los Gaby, Godin, Filippe o Tiago enfilaban la salida. En función del nuevo estatus del club tras los éxitos del lustro anterior, se hizo una apuesta por un perfil distinto del mostrado en aquellas temporadas en los que el espíritu aguerrido y la intensidad defensiva eran las señas de identidad del Cholismo. Se optó por jugadores destinados a mostrar un teórico mejor pie en la elaboración como eran Lodi, Lemar, Mario Hermoso, Herrera y, por encima de todos, Joao. Simeone, que ha sido capaz de sacar lo mejor de varios jugadores a lo largo de sus carreras, tenía un diamante en bruto que pulir hasta el punto de convertirle en uno de los craks mundiales de referencia.
La descomunal inversión realizada pesó como una losa sobre todos desde el inicio de su andadura: en el jugador, que a edad muy temprana se veía obligado a justificar el desembolso sin tener madurez para ello, en el entrenador que se veía obligado a lidiar con la presión de alinear desde el primer día a un futbolista que iba más allá de ser un componente de la plantilla, en el club, que esperaba que su inversión estratégica diera frutos de inmediato y en la propia afición, de la que se apoderó la ansiedad de ver en tiempo récord a una mega estrella tan alejada a los habituales fichajes de la entidad. En el primer partido en casa ante el Getafe, un slalon maradoniano del portugués puso al estadio Metropolitano en pie: realmente todos creyeron que allí había un jugador para hacer época.
Los acontecimientos discurrieron por cauces muy alejados de lo esperado. A Simeone parecía costarle darle plenos galones a Joao. Alternaba titularidades y suplencias, y a no pocos se les puso la mosca detrás de la oreja: el argentino ya era señalado como un entrenador amarreta que veía el talento desde la desconfianza, y su ideario no estaba muy identificado con el juego de elaboración y dominio para el que se suponía que estaba dotado Joao. Se empezaba a cavilar que quizá ese no era en entorno adecuado para el futbolista. El Atlético empezó a ser irregular en cuanto a resultados y el portugués no acababa de estallar.
Todo cambió, por un momento, en la segunda temporada, aquella con los estadios vacíos por la pandemia. A última hora llegó un regalo inesperado de Barcelona: Luis Suarez. Con el uruguayo como estilete, Joao vivió sus dos mejores meses como rojiblanco. Goleaba y repartía juego, parecía que la maduración de la estrella había dado sus frutos. Pero las lesiones se cruzaron en su camino. Una vez regresó, la chispa se había perdido y el entrenador terminó otorgando más confianza a Correa, aunque fue, como no, Suárez el que terminó dando una Liga que en un principio parecía ganada, luego perdida irreversiblemente y finalmente adquirida de forma agónica.
Finalmente todo se torció. El jugador no superaba su afición a la intermitencia; destellos de gran calidad, en general en partidos cómodos ante rivales menores, y prolongados periodos de intrascendencia. Iba y venía de las alineaciones y la confianza del Cholo se mostraba cada vez más limitada. La hostilidad hacia el técnico aumentó en parte de la grada, muchos no entendían que no le diera cierta continuidad para que superase plenamente la reválida. Aparecieron los notorios gestos de descontento de Joao, esos aires de estrella caprichosa cuyo rendimiento no justificaba esos humos. Simeone respondió de forma no menos explícita: haciéndole calentar en vano para luego sentarle con un mensaje muy claro; cualquiera menos tú. El equipo campeón del 21 se iba sumergiendo en la mediocridad controlada; con plaza Champions, pero poco más.
El jugador no ha superado en ningún momento su afición a la intermitencia; destellos de gran calidad, en general en partidos cómodos ante rivales menores, y prolongados periodos de intrascendencia. Así ha sido en Atlético, Chelsea y Barça
No hubo más remedio que cederlo, buscarle una salida hasta que se decidiera el futuro. Si Simeone salía volvería por una oportunidad, si el mito rojiblanco seguía habría que traspasarlo siempre en condiciones desventajosas, sería imposible recuperar la inversión. Primero se le mandó al Chelsea, donde no destacó apenas y al final del ejercicio Pochettino, técnico de los londinenses fue claro: no contaba con él. Simeone por su parte enderezó la nave en la segunda vuelta de la 22-23 y salvó el año una vez más, salió claro ganador del duelo. Otra vez el problema, ¿Qué hacer con Joao?. Volvió de mala gana y mendigó de forma hasta indigna una cesión al Barça, con faltas de respeto hacia el Atlético. En su imaginario estaba todavía el club azulgrana como el paraíso de los jugones, y dado que no es proclive a la modestia pensó que allí encajaría como un guante y no tardarían en comprarle al completo. En Barcelona se repitió la historia: inicial exhibición en partidos menores, poca predisposición al trabajo defensivo, progresiva pérdida de confianza del entrenador y un paso sin pena ni gloria en un año discreto del equipo. Xavi no le quería, y ni siquiera le salvó la salida del técnico. En las estrecheces económicas en la que se mueven los culés, Joao dista de ser una de sus prioridades de cualquiera de las formas.
Volvió la pesadilla para todos. La presencia en Los Ángeles de San Rafael, la imposibilidad de localizar a un comprador capaz de pagar un traspaso medio decente sobre un futbolista al que todos le reconocen talento, pero del que hay cierta unanimidad sobre su falta de actitud necesaria para llegar a ser un gran jugador. Quizá no se trata sino de un futbolista habilidoso, que con trabajo y tesón pudiera a ser importante, pero que en modo alguno pueda convertirse de la súper estrella que el habilidoso agente de jugadores vendió en su día. Su problema posiblemente radique en que su entorno le convenció que era mejor de lo a lo que realmente puede llegar a ser. Y el mismo se lo creyó. Si en cinco años no ha explotado no es fácil que lo haga, y no parece su destino definitivo, el Chelsea de nuevo, el circo ambulante más caótico del fútbol europeo en estos momentos, abonado desde hace tres años al ridículo casi permanente, el sitio más indicado para demostrarlo. Negros nubarrones se ciñen sobre su futuro. Hay que darle, una vez más, el beneficio de la duda de si será capaz de revertirlos.
El sueño rojiblanco de 2019 terminó en una pesadilla, a la que al fin se le ha encontrado una salida digna. Todos descansan. Pero el portugués ha hecho historia en el Atlético y no para bien. Su fiasco puede equiparase a otros tan sonados como Laurie Cunningham en el Real Madrid o hasta el propio Maradona en el Barça. Al menos la nueva mega apuesta colchonera, Julián Alvarez, es un futbolista consagrado. De todo se aprende, y más de los errores.
Efectivamente el traspaso de Joao Félix ha sido muy liberador. Como aficionado atlético siento alivio, pero también tristeza por alguien que pudo ser buen jugador -nunca la estrella que se creyó o le hicieron creer- si hubiera aprovechado alguna de las muchas oportunidades que le dieron tres grandes equipos (cuatro si contamos a la Selección Portuguesa).
¿Qué pensarán quienes le echaban toda la culpa a Simeone? ¿o el mismo Joao cuando insultó, sin necesidad, a los que pagaban su ficha?
El excelente articulo define muy bien al joven luso con dos expresiones antológicas: “su afición a la intermitencia” y no “proclive a la modestia”.
Y de nuevo gracias al Chelsea que, como el Barça y Mendes mediante, nos sigue haciendo regalos.