Corren tiempos difíciles en el Atlético de Madrid. Momentos propicios para los análisis y la reflexión. A continuación, uno de nuestros cronistas escribe cómo ve la situación del club colchonero.  

El inicio del campeonato de liga para el Atlético de Madrid ha sido decepcionante. En los tres partidos disputados el equipo entrenado por Simeone ha sumado únicamente dos puntos. Algo que parece muy alejado de las expectativas creadas en los seguidores colchoneros esta temporada.

En el mundo del deporte y en el fútbol en particular los malos resultados suelen provocar relatos hiperventilados y dramáticos. Son los momentos en que se escuchan frases como “no sienten los colores”, “no vale ninguno”, hay que echar a todos”.

Como no podía ser de otra manera la mala racha rojiblanca no ha sido una excepción y las críticas, cual ventisca, han arreciado sin cesar. Por desgracia, los aficionados colchoneros se han visto succionados por una turbina de toxicidad que lo absorbe todo. El debate está siendo intenso, agrio y en algunos momentos desagradable. Seguramente porque el reproche está llegando a las leyendas del club. Se juzga con acritud la actuación del mejor entrenador de la historia, al jugador que más goles marcó y al futbolista que más veces vistió la rojiblanca. Mitos, venerados y revindicados, todavía, por parte importante de la afición. Poner la diana en ellos, inevitablemente lleva a la fragmentación. A un lado los partidarios al otro los detractores. Desgraciadamente, una dinámica de polarización habitual en nuestros días, donde el marco mediático de sesgo y parte es su promotor principal.

Los aficionados colchoneros se han visto succionados por una turbina de toxicidad que lo absorbe todo. El debate está siendo intenso, agrio y en algunos momentos desagradable. Seguramente porque el reproche está llegando a las leyendas del club.

Paradójicamente la propiedad del Atlético de Madrid permanece impasible ante la situación. Una demostración clara que la mala racha de resultados es posiblemente el menor de los problemas que tiene el club. Los actuales dirigentes son incapaces de gestionar de forma realista las expectativas de una afición. Con una política de comunicación incendiaria, pregonan, sin pudor frases como, “Vamos a intentar ganarlo todo” o “Estamos haciendo una plantilla para soñar en grande”. En realidad, se trata de una estrategia comunicativa recurrente en nuestros días. Discursos grandilocuentes que difuminan una gestión errática. Algo temerario en un club de fútbol que básicamente se basa en la pasión del aficionado.

Por mucho que se repita en tabloides afines o lo difundan las redes sociales del club, ni la plantilla del Atleti es extraordinaria, ni la inversión realizada ha sido eficaz. El Atleti necesita más, mucho más, para poder competir por títulos.

Después de un largo tiempo de desinversión, fichando meras oportunidades de mercado, futbolistas veteranos o de proyección limitada, la plantilla de Simeone quedó envejecida y destilando una alarmante falta de competitividad. El declive era tan evidente que el club se vio forzado a reconstruir el equipo. Posiblemente, si persistían con su austericidio, perderían los ingresos de Champions. Quedar entre los cuatro primeros, realmente, corría peligro.

La primera fase del lavado de cara se acometió el verano pasado. Llegaron al Metropolitano seis nuevos jugadores. Entre ellos, un portero suplente, Juan Musso y un defensa descartado por el Barça, Lenglent, que en principio tendría un rol secundario como quinto central. Sorprendentemente, el francés acabó jugando con asiduidad. Una muestra clara del nivel del vestuario. En un sentido estricto de competencia, la primera etapa de reconstrucción supuso únicamente la llega de cuatro futbolistas tangibles. El más relevante, Julián Álvarez, bandera del nuevo proyecto, era y es un futbolista de garantías y un seguro para una inversión millonaria. Junto a él, aterrizaron en el Metropolitano, Sørloth, Gallagher y Le Normad, fichajes más arriesgados que no consiguieron afianzarse en el once titular. Lamentablemente aportaron y aportan poco. Aparece la primera gran grieta de la reforma.

Después de un largo tiempo de desinversión, fichando meras oportunidades de mercado, futbolistas veteranos o de proyección limitada, la plantilla de Simeone quedó envejecida y destilando una alarmante falta de competitividad.

A pesar de ello Simeone saca rentabilidad a los jugadores que tiene. Consigue enderezar un dubitativo inicio de temporada y cumple con los objetivos del club. En buena medida por la aportación de dos jóvenes canteranos, Giuliano y Pablo Barrios, que estiran el escaso musculo que tiene una plantilla repleta de peloteros disputando sus últimos partidos en el mundo del fútbol.

Será con estos jugadores en los estertores de su carrera donde comience la segunda fase. Durante el mes de julio, empiezan a desfilar. Por fin se rejuvenece un plantel que estaba acostumbrada a tener varios recursos sin apenas minutos en la temporada. Se incorporan ocho nuevos jugadores, todos de un perfil parecido, jóvenes, desconocidos para el aficionado medio y con un precio de mercado entre veinticinco y treinta millones. La única excepción, Baena, que supera a penas los cuarenta y cinco millones.

Para entender la situación actual, se debe partir de la premisa que fichar mucho no significa fichar bien. En un fútbol europeo, sometido a la inflación que impone la Premier League, un jugador de calidad cuesta al menos cincuenta millones. Por debajo de ese precio no consigues firmar futbolista de elite europea. Segunda y posiblemente la grieta más importante de la reforma, apenas, ha llegado imaginación, creatividad y calidad. Hoy, casi no hay futbolistas diferenciales que vistan la rojiblanca.

Paradójicamente, catorce jugadores en dos ventanas de fichajes no han solucionado gran cosa. La infructífera primera fase y la falta de calidad de la segunda dejan una plantilla repleta de carencias. En conclusión, en el último lustro la gestión deportiva del Atlético de Madrid puede calificarse de deficiente, incluso de muy deficiente. El único capaz de maquillar este esperpento es y ha sido Simeone. Lo ha hecho tantas veces los últimos años que repetirlo no sería una sorpresa. Sin embargo, no siempre se pueden hacer milagros. Nada es eterno y nadie es infalible.

En el último lustro la gestión deportiva del Atlético de Madrid puede calificarse de deficiente, incluso de muy deficiente.

En definitiva, no hay un Director Deportivo a altura de la exigencia histórica del club. Lo más preocupante es que dentro de la propia institución no parece que exista una estructura deportiva de elite y profesional. No hay equipos de scouting, ojeadores o competencias de análisis que proyecten confianza. La cantera es un páramo en proceso de desamortización. Por desgracia, ni si quiera existe, ni se espera, una ciudad deportiva en condiciones. La falta de todo ese armazón provoca que dependas de prestamistas, intermediarios y dudosos agentes para confeccionar una plantilla. Duele escribir esto, pero deportivamente el Atlético de Madrid esta lejos, muy lejos, de ser un club de elite europea. La precariedad es tan evidente que incluso duelo verla.

Puede ser que el Atlético de Madrid tenga un precioso estadio, escenario de grandes conciertos. Tal vez firme contratos de patrocinio cada semana. Es posible que una gran ola, jamás vista hasta ahora, lidere un megalómano proyecto de ocio inmobiliario, una ínfula que según dicen inundará con euros las arcas del club y también los bolsillos de los propietarios. Pero todo eso no sirve de nada, cuando la gestión deportiva es frívola, errática y precaria.

Al colchonero no le interesa su club por sus ingresos atípicos, estrategias de diversificación o el desarrollo de proyectos inmobiliarios. Lo único que necesita es identificarse con su equipo. Sentir que sus futbolistas le representan. La propiedad del Atleti ha elegido el camino contrario. Realmente, son ellos el mayor de los problemas. Pero como dijo aquel, “Es el mercado, amigo”.

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