El Barcelona siempre se asoció a la excelencia. Desde el atractivo “Dream Team” de los 90 hasta el imperial del periodo 2008-2015. De los grandes de Europa es aquel que en sus momentos álgidos más inalcanzable parece siempre; no solo gana, arrasa sin remisión. Esas exhibiciones puntuales le han dado un aire de suficiencia que no ha podido controlar; le cuesta asumir que sus buenas épocas han pasado y debe de bajar al fango. Pero de alguna forma es incapaz de competir en condiciones siendo inferior de facto a sus rivales.

Ha tenido siempre un curioso gen auto destructivo. Algo intangible que ha precipitado caídas de equipos que parecían destinados a ser leyenda o lo fueron menos tiempo del previsto.  Se retiró de la lucha por Di Stefano al que no pudo unir a Kubala y eso marcó el destino del fútbol español para siempre; cayó nada menos en manos del odiado rival y este impuso su dominio. En los 70 configuró un equipo destinado a marcar época: Cruyff era el mejor del mundo y luego le unió a su compañero de selección Nesskens, junto con Marcial, Asensi, Rexach…pero tras una Liga catártica ese combinado se sumió en la frustración y la falta de títulos. Luego llegó Nuñez a la presidencia; hizo del club uno de los mas ricos del mundo lo que se reflejó en el campo: Schuster, Maradona (nada menos), Simonsen…con todo lo que caían eran Copas del Rey y Recopas, mejor que nada, pero no lo suficiente para el gasto realizado y las expectativas creadas. En los 80 los equipos de cantera le comían todavía la tostada: la Real, el Athletic, luego el Madrid de la Quinta del Buitre…… Encontró su catalizador en Cruyff, al que por cierto estuvieron a punto de echarle un par de ocasiones al comienzo. Sus excentricidades tácticas (anteponía el ataque a la seguridad defensiva) le llevaron a la gloria, cuatro Ligas seguidas (nadie lo ha vuelto a hacer) y una Copa de Europa. En unas temporadas se habían enterrado fantasmas de varias décadas.

Aquello acabó más mal que bien, con un choque de egos entre el presidente y el entrenador que se sustanció en los tribunales. Pero se pensó que el legado ideológico del holandés era la línea a seguir, de tal forma que buscaron un clon en Van Gaal, también de los Países Bajos y también asociado a la ofensiva total. La cosa no resultó del todo; perdieron de forma inexplicable al jovencísimo Ronaldo y lo sustituyeron por Rivaldo, colosal jugador acaso más completo que el primero, pero con ese gusto por la anarquía propio de su ámbito. Cuadró poco con la rigidez de Van Gaal que no supo o no pudo establecer la conexión entre el brasileño con un Luis Figo pletórico, el siempre sólido Guardiola así como el volcánico Luis Enrique. La cosa se quedó a medias con un par de Ligas pero iniciando una curiosa tradición de desastres en Champions. Luego Figo se largó al Madrid, algo que casi nadie creía posible ni siquiera el propio jugador que más bien pensaba que usaba un farol para mejorar su ficha. Pero al cuajar la operación la recién estrenada presidencia de Gaspart quedó tocada de muerte; fue un infierno que acabó en 2003 más cerca del descenso que del título

El Barcelona siempre se asoció a la excelencia. Desde el atractivo “Dream Team” de los 90 hasta el imperial del periodo 2008-2015. De los grandes de Europa es aquel que en sus momentos álgidos más inalcanzable parece siempre; no solo gana, arrasa sin remisión. Pero al mismo tiempo ha contado con un  curioso gen auto destructivo. Algo intangible que ha precipitado caídas de equipos que parecían destinados a ser leyenda o lo fueron menos tiempo del previsto.

Llegó entonces Laporta. Con don de palabra, muy nacionalista e ideas revolucionarias. Reactivó el equipo gracias a piezas destacadas: Ronaldiho, Deco, Márquez, Etoo…y ya entonces Xavi e Iniesta empezaban a despuntar su talento. Y llegaba al primer equipo un argentino bajito, de nombre Messi. Se percibían en el mismo un talento descomunal, aunque nadie estaba preparado para lo que iba a venir. Tras un par de años irregulares dio el pelotazo definitivo, o lo que es lo mismo la alternativa una vieja referencia del Cruyffismo como Guardiola. El antiguo centrocampista había mamado sus innovaciones tácticas y a las mismas les unió un conocimiento profundo del fútbol moderno; la presión adelantada se convirtió en tan importante como el manejo de balón, excelso a mas no poder con unos interpretes majestuosos que habían nacido para jugar en ese equipo, porque a los ya citados se le unieron unos jóvenes Busquets y Piqué. El Barça se hinchaba a ganar y además lo hacía de una forma tan brillante que hasta sus más enconados enemigos le rendían pleitesía; eran unos Lakers ochenteros trasladados al fútbol, tanto talento junto resultaba hasta agobiante. Sus futbolistas nutrían a la que probablemente haya sido la mejor selección nacional de historia (la España 2008-2012), su estilo marcaba tendencia en el planeta futbolístico, el toque constante de balón era la oscura aspiración de casi todos. La contratación de Mouriho por el Madrid (el portugués fue muy seriamente considerado para entrenar al primer equipo azulgrana en el verano de 2008) reafirmo su imagen excelsa frente a la tosquedad de un equipo madridista que volvía a usar el talonario como mecanismo de equilibrar fuerzas, pero que se mostraba casi siempre impotente en los duelos fratricidas que protagonizaron.

Se fue Guardiola en 2012, pero siguió quedando un equipazo. Viejos líderes como Puyol o Xavi enfilaban la recta final, pero quedaban muchos puntales, y entre todos Messi, ya confirmado como lo mejor que casi todos habían visto en un terreno de juego. La economía era boyante y permitía seguir trayendo lo mejor que pululaba por ahí; Jordi Alba, Luis Suarez y Neymar, de forma significativa, con los que Messi formaba un núcleo duro en quien apoyarse. Llegó el triplete en el año 2015 (el segundo en siete años), y nada parecía detener la voracidad culé; que por aquel entonces era el mejor club del reciente siglo XXI con diferencia. Tenía grandes estrellas, un estilo diferenciado y una cantera que producía. Pocos pensaban que se le pudiera hacer sombra

Pero entonces empezó el camino de destrucción, una vez más. Sandro Rosell, el sucesor de Laporta empezó a realizar algunas operaciones oscuras (en especial el inflado fichaje de Neymar) y se vio obligado a salir en medio de un tortuoso proceso judicial. Su segundo de abordo Bartomeu, tomo el mando y se encontró con nada menos que un triplete y un equipo que bordaba el fútbol. Creyó pues que la formula consistía en darle a sus figuras aquello que querían: contratos largos maravillosamente remunerados. Al contrario que alguno de sus predecesores presidenciales (significativamente Nuñez) no tuvo los arrestos necesarios para poner freno a la voracidad retributiva de sus estrellas. Estas tomaron el poder del club y siguieron ganando títulos a granel, pero en la pieza más cotizada, la Champions, empezaron a resbalar estrepitosamente. Nunca se supo a ciencia cierta si era falta de fe o exceso de arrogancia, pero el Barça que se `paseaba por la Liga española y que goleaba con relativa frecuencia al Real Madrid, se estampaba una y otra vez en escenarios exigentes: el Calderón, Juventus Stadium, Olímpico de Roma o Anfield.

En realidad, los desastres tenían un trasfondo futbolístico evidente; el ritmo parsimonioso del tiki taka se situaba lejos de la intensidad física que poco a poco iba reclamando el juego en Europa. El Madrid, por su parte, que había sufrido un sometimiento a la dictadura de Messi y su cuadrilla, encontró la fórmula para volver a reinar con una apuesta por la calidad y las piernas largas, poderosas físicamente, así como con una seguridad pasmosa de afrontar los duelos europeos; su presidente (que había aprendido de su algo frustrante primera etapa galáctica) no le hacía ascos a perder a figuras consentidas del calibre de Cristiano Ronaldo, su gestión deportiva avalaba tales decisiones. La dinastía fue blanca y no azulgrana como todos preveían. Además, el ciclo biológico avanzaba inexorablemente y era hora de afrontar los recambios. Pero tras la terrible pandemia se descubrió lo que nadie esperaba: la caja estaba vacía y encima el club debía de afrontar el pago de una plantilla multimillonaria cuyo rendimiento deportivo decaía sin remisión.

Laporta aseguró que los grandes días volverían con uno de los artífices de los años dorados; pero los medios para tal fin eran mas escasos de los que se quería reconocer. Un reseteo de la plantilla mediante las famosas «palancas» le permitió ganar una meritoria Liga, con un modelo muy alejado del que preconizaba en las ruedas de prensa, a base de 1-0 y mucha seguridad defensiva

Desde ese lejano descalabro en Liverpool en Champions, todo fue cuesta abajo. Laporta volvió a la presidencia y no vio otra salida que vender patrimonio para formar al menos un equipo decente de cara a competir. Para el banquillo tiró de un viejo recurso de los equipos de élite de darle el mando a una leyenda de la casa, que al menos tuviera el beneficio de la duda de prensa y aficionados para asentarse, más por su pasado glorioso sobre el césped que por la confianza que inspiraba como técnico. El elegido fue Xavi Hernández, el centrocampista imperial del Barça y la selección española de su periodo mágico. Demasiado buen jugador como para no saber de fútbol, se suponía. Se predicó que los grandes días volverían con uno de los artífices de los años dorados; pero los medios para tal fin eran mas escasos de los que se quería reconocer. Un reseteo de la plantilla mediante las famosas «palancas» le permitió ganar una meritoria Liga, con un modelo muy alejado del que preconizaba en las ruedas de prensa, a base de 1-0 y mucha seguridad defensiva. Pero todo apunta a que se trató de una excepción a la regla general, esa que muestra día sí y otro también que el club, lastrado por sus deudas, no cuenta con el musculo económico suficiente para mirar de frente a los más poderosos de Europa, y no puede traer lo que necesita para lo que el listón de su historia, sobre todo reciente, le marca. Se tiene que conformar con jugadores notorios pero en la fase crepuscular de sus carreras y ha apostado por una generación de canteranos de buenas perspectivas pero a los que se ha quemado quizá excesivamente pronto. Lucha contra el recuerdo de un pasado reciente y glamuroso que ha pasado a mejor vida, y sus aficionados y el propio fútbol español, que puso todos los huevos de la cesta en el duelo Barça-Madrid, parecen no asumirlo. Su futuro parece irremediablemente encaminado a convertirse en Sociedad Anónima; que inversores potentes le presten lo que necesita para llegar de nuevo a la cima. Mientras, intenta sobrevivir a diario mirando cada vez mas lejos a su viejo y ahora boyante rival.

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