
A todos los que han (hemos) llegado o superado la quinta década. Lo mejor esta por llegar
Llegar al medio siglo despierta en uno la necesidad de miradas retrospectivas. También en las aficiones que por diversos motivos uno ha cultivado. De alguna manera hay edades en las que el balance resulta poco menos que obligatorio. En la profesión elegida, en los vínculos actuales y dejados en el camino, en los objetivos cumplidos y aquellos que todavía están por llegar. Todo ello resulta mas o menos evaluable a determinadas alturas de este partido.
Los futboleros nacidos en mediados de los 70 nos enganchamos a un juego cuyas características de entonces hemos interiorizado tanto que nos cuesta desprendernos de ese legado emocional asociado a los años de crecimiento: esperábamos la jornada a las cinco de la tarde del domingo, nos pegábamos a los transistores buscando la emoción de las narraciones en directo, que otorgaban un dramatismo incalculable a lo que en el campo probablemente era un pelmazo, suspirábamos por los escasos partidos que en la televisión eran emitidos, nos volvimos insomnes esperando a José María García a la media noche. Teníamos inquietud por los dos o tres extranjeros que llegarían al club que seguíamos, de ellos dependía buena parte de las esperanzas del año; las plantillas estaban pobladas de jugadores nacionales, canteranos muchos de ellos, los futbolistas pertenecían a equipos durante casi décadas, las novedades del verano eran mínimas, algunos peloteros llevaban bigote y hasta barba.
Nos enganchábamos al As y el Marca, con su lenguaje salpicado de tópicos y lugares comunes pero del que no podíamos prescindir en especial por sus reportajes gráficos. Existían las firmas consolidadas en el medio, Gilera en ABC, Belarmo en Marca, Arnaiz en el As. Por la noche, el butano nos presentaba el cobro de dietas de la Federación Castellana como un escándalo de proporciones bíblicas y lo comentábamos al día siguiente en el colegio. Los equipos eran muy domésticos, tanto que no era infrecuente que hicieran el ridículo allá por donde fueran; miércoles negro en Europa sentenciaban los diarios con frecuencia. Los aficionados acudían con bufandas, gorras y banderas, no se vendían camisetas de los equipos más allá de algunas tiendas de deportes, los diseños de estas oscilaban entre la sobriedad y la simple cutrez; se mantenían además estables. Lo único que las distinguían eran sus patrocinadores. ¿Alguien se acuerda de Zanussi, que impregnó la camiseta blanca por primera vez y Mita la del Atlético?. Había dos cambios por partido, las alineaciones se repetían de memoria. Estaban muy claro los titulares, y existían suplentes eternos. Proliferaban jugadores estrambóticos por el aire racial que desprendían, lo que les hacía ídolos con méritos en ocasiones discutibles: Victor, Caldere, Camacho, Arteche, Juanito, Migueli…
Los futboleros nacidos en mediados de los 70 nos enganchamos a un juego cuyas características hemos interiorizado tanto que nos cuesta desprendernos de esa referencia emocional, pero de cual apenas queda nada más que el campo donde se juega
Los presidentes de los equipos al principio tenían un aire a procuradores franquistas un tanto desfasados (Vicente Calderón, Luis de Carlos) y de repente pasaron a convertirse en arquetipos de futuras series; de Los Soprano (Gil) a Sucession (Nuñez), pasando por Los Hombres de Paco (Lopera) o Boardwalk Empire (Mendoza), para terminar ser siendo pulcros ejecutivos sin nada interesante que decir, grandes fortunas personales y mucho trabajo en la sombra. Los clubes ahora ya pertenecen a capital extranjero, y vemos orientales al frente de Espanyol y Valencia, para hundirlos cada vez un poco más y quien sabe si el Atlético no caerá en breve en manos americanas o árabes. De los Secretarios Tecnicios de todo la vida de los que se sospechaba que trincaban en cada fichaje inexplicable a los CEOS de los que todo el mundo oye hablar pero nadie conoce realmente.
Pasaron los años y algunas novedades alteraron, y de que manera, esta imagen un tanto valle inclinesca del deporte rey en España. La televisión empezó a retransmitir sin parar. El partido de las autonómicas y luego el del Plus en domingo en que transitamos de la melancólica y bostezante narración de Jose Angel de la Casa al Spanglish de un tal Michael Robinson. Cambió la normativa y los equipos empezaron a poder fichar por todo el globo terráqueo, bastaba un pasaporte europeo. Se alteraron para siempre los veranos; de ser aburridos empezaron a tener casi la misma emoción que la competición, a ver a quien fichábamos y cuantos caían mientras consumíamos una cerveza en el chiringuito playero mientras todos los días nos vendían cinco nombres distintos. Empezaron a aterrizar en los clubes jugadores de los destinos mas divergentes, de los que nadie había oído hablar y de los que los periodistas parecían saberlo todo, y con ellos llegaron las esperanzas de que tal vez se tratasen de cracks mundiales capaces de llevarnos a la tierra prometida, a la que la mayoría nunca llegaba. Los jugadores pasaron a ser más pulcros: buscaban menos el tobillo del contrario y más el ir vestidos a la moda, algunos hasta asomaron por la llamada prensa del corazón. Eran los Guardiola, Luadrup, Caminero, Mijatovic, Suker…….El perfil del espectador ya no era el mismo: se veían mas jóvenes y bastantes mujeres; el estereotipo de tipo de mediana edad con gabardina y puro, que obtenía su cuota de libertad en las dos horas del partido, pasó a la historia. En la prensa proliferaron los cronistas de uso culto del lenguaje y elaboración de crónicas concienzudas y detallistas: Segurola, Miguelez, Ramón Besa….
Los últimos años echaron abajo muchas de nuestras convicciones de la adolescencia: nunca pudimos imaginar una selección española que coleccionara Eurocopas y hasta un Mundial, cuando su decepción bianual era una de nuestras citas fijas; ¿qué fue de la cantada de Arconada, el penalti de Eloy, la pifia de Julio Salinas, la tanda de Wembley, la despedida de Zubizarreta, el quiero y no pudo de Raúl o la portada del Marca pidiendo la jubilación de Zidane?. hubiésemos considerado un chiste fácil que el Atlético de Madrid se convirtiera en un club normal, serio, competitivo y con el mismo entrenador durante catorce años, ¿alguien recuerda a Menotti, Ufarte, Atkinson, Addison, Maturana, Pastoriza, Ovejero, Heredia, Briones, Clemente, Jair Perteira, D`Alessandro, o Sacchi y demás..? o que el Madrid hiciera de la Champions heredera de la Copa de Europa un escenario casi anodino de victorias ¿dónde queda ese anuncio del lugareño apartado del mundo que preguntaba con sorna por el nuevo título merengue en Europa?, no digamos si alguien nos cuenta que el Sevilla sería una máquina de ganar en el viejo continente. Vimos a equipos ascender a las nubes para luego hundirse en el fango (Deportivo de la Coruña) y a clásicos de toda la vida que dejaron de transitar por donde solían (Zaragoza, Sporting de Gijón), otros ascensores dejaron de subir (Racing de Santander, Oviedo) y animadores del cotarro o bien dejaron de ser molestos (Tenerife) o simplemente desaparecieron (Logroñés)
El futbol de antes era estar pegado a un transistor, el de ahora a un teléfono móvil en el que comunica las variaciones en el marcador. Eran declaraciones altisonantes de los directivos e insultos comúnmente aceptados por la masa amorfa que poblaba los campos; ahora casi se paran los partidos por cánticos racistas y ningún mandatario puede al menos formalmente salirse de lo cánones ordinarios. Eran señores de negro con barriga y pito que impartían sus criterios con aires de dictador; ahora nos encontramos con un señor de amarillo o azul en perfecta forma física y al que requieren de una sala con video para corregirlo. Del olor a puro en los estadios y la amenaza de los grupos ultras, al día del niño o los adolescentes que esperan inquietos el concierto del idolo juvenil del que no conocemos nada. Se nos fueron Sarriá, el viejo San Mamés o el Vicente Calderón y conocimos la llegada de recintos modernos convertidos en centros de ocio en lo que quizá lo menos importante sea el balón y los que lo juegan, porque a fin de cuentas muchos espectadores no conocen a la mitad de los mismos. Del chiste fácil y tosco sobre el fútbol femenino a su reconocimiento como actividad deportiva diga de respeto.
Paso del tiempo inexorable, mundo que cambia y batallitas pasadas de a los que les toca peinar mas canas de las que le gustaría reconocer.