Diez años atrás, una tarde de primavera, disfrutaba con mi gran amigo Héctor del  atardecer en una terraza de un viejo bar en nuestro querido Barrio del Pilar de Madrid. Llevábamos más de una hora intentando decidir donde podíamos perdernos en las vacaciones que se aproximaban, surgían todo tipo de destinos, algunos muy exóticos, otros demasiado caros y otros no nos alentaban. Íbamos por el tercer tercio de Mahou cuando, Héctor propuso Croacia. Los dos nos miramos y tras un profundo trago chocamos los cascos de cristal de nuestras cervezas y a modo de brindis habíamos decidido donde disfrutar el verano. 

Las siguientes semanas las pasamos planeando el viaje, tardes enteras frente a un  ordenador viendo vuelos, albergues, ciudades, el destino pintaba realmente bien. Los dos habíamos iniciado nuestras vidas profesionales hacía poco tiempo, la precariedad convivía con nuestros modos de vida pero  algo de “pasta” habíamos conseguido ahorrar para hacer un buen viaje ese verano.

Croacia era un país del que habíamos oído hablar con frecuencia, el tránsito de nuestra  pubertad  a la adolescencia la vivimos desgraciadamente viendo imágenes de la guerra de los Balcanes, eran los noventa, los telediarios de la época mostraban terribles imágenes de disparos, enfrentamientos bélicos, genocidios, bombardeos etc.  La  Yugoslavia que habíamos estudiado en nuestros Atlas de Geografía de la E.G.B. se desintegraba. Primero Eslovenia y Macedonia, después Croacia y Bosnia se declaraban independendientes, los serbios liderados por un tal Slobodan Milosevic, enarbolaban la idea de una gran Serbia sobrepasando las fronteras geografías establecidas, prometían a todos los serbios que habitaban en los distintos territorios yugoslavos que siempre vivirían bajo una autoridad serbia, no permitirían que croatas y  bosnios pudieran decir por ellos. La situación derivó en una guerra étnica y religiosa, que despertó los peores fantasmas de la historia reciente de Europa.

imagen: Luis en la zona mixta del Estadio del Dinamo de Zagreb

En los noventa Croacia, también era conocida por sus estrellas del deporte. En baloncesto Petrovic y Kukoc rompían estereotipos y tabús triunfando en la NBA.  En tenis un brutal sacador llamado Goran Ivanisevic luchaba por conquistar Wimbledon.

El futbol no podía ser menos y la nueva selección croata, surgida pocos años después de la independencia del país alcanzó las semifinales del Mundial de Francia 98. Ese equipo lo capitaneaba Davor Suker, un elegantísimo delantero que triunfó en nuestra Liga jugando en  el Sevilla y el Real Madrid, fue bota de oro de ese mundial. Pero no era el único jugador croata que conocíamos, en esa selección peloteaba Prosinecki, jugador fantástico que vio su carrera  mermada por constantes lesiones, a pesar de ello vistió la camiseta de los dos grandes de nuestra Liga, el Real Madrid y el Barcelona.  Suker y Prosinecki no eran los únicos jugadores croatas del momento que triunfaban en las grandes ligas, Jarni en el Betis, Vlaovic en el Valencia, Stanic en el Parma italiano  o Bilic y Stimac en Everton y Derby Country respectivamente evidenciaban el grandísimo nivel que tenían los jugadores balcánicos en la década de los noventa. 

imagen: Héctor en los aledaños del Estadio del Dinamo de Zageb

Por todas estas cosas Croacia no nos era desconocido, realmente lo veíamos como un destino excitante. Una mañana de agosto partimos desde Madrid a Zagreb, con una pequeña escala en Barcelona.

Zagreb, la capital del país, nos pareció una bella y exquisita ciudad llena de palacios, museos y terrazas repletas de personas a altas horas de la madrugada. Aprovechamos la ocasión y visitamos el estadio de la Dinamo de Zagreb, donde la selección croata disputa sus partidos como local. En una pequeña tienda de deportes de Zagreb compramos la camiseta que introduce este escrito, su diseño es de los más originales del futbol mundial, ajedrezada con cuadrados rojos la camiseta de la selección refleja el escudo nacional de Croacia. Según nos contaron los lugareños el escudo  de armas de Croacia tiene su origen en la Edad Media, una leyenda cuenta que un rey croata arrestado en Venecia  consiguió su libertad jugando tres partidas de ajedrez con su carcelero en un tablero con campos rojos.

En Zagreb alquilamos un coche y entre los dos viajantes nos recorrimos el país entero, habían pasado los años pero en las fachadas de los edificios podían verse todavía las secuelas de la guerra. Llegamos a la península de Istría, donde visitamos ciudades increíbles como Pula, Rovinj o Porec. Las carreteras croatas dejaban mucho que desear y tras algún que otro susto  propiciado por los conductores croatas aterrizamos al Parque Nacional de los Lagos de Plitvice, un lugar increíble lleno de naturaleza salvaje.  El final del viaje se lo dedicamos a la costa dálmata, Split, Zadar, Dubrovnick y las islas mediterráneas, nos sumergieron en jornadas de diversión y relax en entornos increíbles. El verano terminó en Dubrovnick con una cerveza en la mano y discutiendo cuantos “Yugos” (antigua marca de automóviles de fabricación yugoslava) habíamos visto en todo el viaje.

imagen: Héctor y Luis en la ciudad croata de Porec

Los últimos éxitos de Croacia en el Mundial de Rusia, afloraron en mí los recuerdos de aquel viaje. Los Modric, Perisic, Mandzukic o Rakitic me hicieron sonreír de nuevo este verano con el aroma croata. Me alegré de sus triunfos y me impregnaron de nostalgia. Añorando la libertad  de viajar sin límites y sin horarios, hoy  las exigencias paternales me impiden esa forma de transitar. Volverá la espontaneidad y la soltura, estoy seguro de ello.

La camiseta de la selección de futbol de Croacia siempre me recordará ese viaje. Un gran viaje con un gran amigo acompañándome.

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