Ha pasado un mes desde que la selección española ganara el Mundial Femenino de fútbol. Han sido días intenso para las futbolistas españolas. El éxito logrado merece todo el reconocimiento de la sociedad. Unas deportistas que gracias a su esfuerzo personal han logrado el mayor existo de nuestro fútbol.
El 20 de agosto de 2023, España alzó al cielo de Sídney la Copa Mundial Femenina de Fútbol. Sin duda, el mayor hito de la historia de nuestro fútbol. Muchos dirán que en 2010 en Sudáfrica nuestro país también ganó un mundial. Efectivamente, el famoso gol de Andrés Iniesta nos llevó a la cima del mundo por primera vez. Un éxito, sin duda, colosal. Sin embargo, y sin intención alguna de desmerecer a aquella gloriosa selección de Vicente del Bosque, la relevancia de esta última victoria es superior. Lo es porque se trata de un triunfo que excede y supera un contexto social determinado.
Cuando Iker Casillas levantó la copa del mundo, en España, había más de ochocientos mil jugadores federados. Nuestro país estaba entre los cinco con más fichas federativas de Europa. El fútbol era y sigue siendo el deporte más practicado por los chicos españoles. La repercusión social y mediática del balompié en nuestro país es incuestionable. Pues bien, si dejamos a un lado la maldición histórica de los cuartos. Olvidamos los fallos de Cardeñosa, Eloy Olaya o Julio Salinas. Borramos las imágenes del codazo de Tassotti y de aquel arbitro llamado Al-Ghandur. Una vez que limpiamos la mente de malos recuerdos. Podemos decir que en términos sociales ganar un Mundial era algo factible y lógico por la selección. Solo por población, repercusión social y numero de fichas federativas tenía que suceder. Antes o después iba a llegar. Afortunadamente llegó.
Ganar la copa del mundo solo puede definirse como algo heroico. Inesperado en términos deportivos y con una repercusión social impredecible. Sin duda, estamos asistiendo a la victoria más importante del fútbol español.
Si hacemos un análisis similar respecto al fútbol femenino en España, observamos considerables y relevantes diferencias. Las fichas federativas no llegan a las cien mil. El fútbol no es el deporte femenino predominante. De hecho, no es el deporte con más licencias. Hoy en España el baloncesto, el montañismo y la escalada tienen más deportistas federadas. Si miramos fuera de nuestras fronteras observamos como en Europa, países como Alemania, Francia, Inglaterra, Noruega o Suecia tienen más licencias de futbolistas que España. En Norteamérica, Canadá y EE. UU., doblan, incluso triplican el número de fichas. Teniendo en cuenta este contexto, ganar la copa del mundo solo puede definirse como algo heroico. Inesperado en términos deportivos y con una repercusión social impredecible. Sin duda, estamos asistiendo a la victoria más importante del fútbol español.
Desgraciadamente este triunfo no es el reflejo de una configuración estructural de nuestro fútbol. Básicamente, como sociedad, debemos ser conscientes que al levantar esa copa del mundo en Australia se han cristalizado esfuerzos personales de impetuosas mujeres. Gran parte de la generación de jugadoras que han cosido la estrella dorada en nuestra camiseta roja desarrollaron su carrera en la periferia del fútbol.
Desgraciadamente este triunfo no es el reflejo de una configuración estructural de nuestro fútbol. Básicamente, como sociedad, debemos ser conscientes que al levantar esa copa del mundo en Australia se han cristalizado esfuerzos personales de impetuosas mujeres. Gran parte de la generación de jugadoras que han cosido la estrella dorada en nuestra camiseta roja desarrollaron su carrera en la periferia del fútbol. Irene Paredes, Jenni Hermoso o Alexa Putellas, entre otras, han entrenado a la hora que nadie lo hacía y en el campo que otros no querían. Si hoy son campeonas del mundo se lo deben a su propia voluntad. No a una estructura que facilitara su desarrollo deportivo. Su fuerza y resistencia han sido la herencia de intrépidas pioneras como Conchi Sánchez que en los años setenta representó a España furtivamente porque la Federación no reconocía oficialmente una selección femenina.
Por eso, la victoria pertenece a ellas, a las futbolistas españolas. Como sociedad es de justicia reconocérselo. Incluso no estaría de más una reflexión crítica. Pensemos en lo difícil que lo han tenido muchas de estas campeonas para hacernos felices a millones de españoles una mañana de agosto. Los osados, que han querido apropiarse de un éxito que no era suyo, ya no están. Por qué no todo vale. El coraje, el esfuerzo y la determinación de nuestras futbolistas no pude ser vilipendiado por los directivos de turno. ¡Basta ya! ¡Se acabó!
Las futbolistas y su copa han volatilizado los cimientos añejos y mohosos del fútbol español. La narrativa de su epopeya ya no se escribe en un terreno de juego. Han conseguido hacer muy evidente a la mayoría del país que son campeonas a pesar de las estructuras. No era sencillo hacer creíble un relato de perjuicios cuando levantas un trofeo. Sin embargo, lo han conseguido. Las futbolistas tenían razón. Han ganado pese a ellos.
Hablemos de “lo difícil que lo han tenido muchas de estas campeonas para hacernos felices a millones de españoles una mañana de agosto.” (¿Los habrá contado el articulista?)
Indiscutiblemente, es un éxito deportivo del fútbol femenino español en la final de un campeonato del mundo que pasará a la historia… ¡por el beso del impresentable Rubiales a una afectadísima y traumatizada jugadora…! Y que, por cierto, ocupó 900 veces más espacio en los medios de comunicación de esas fechas que el intento de asesinato del ex político Vidal Cuadras. Eso sí que es un reflejo de la sociedad en la que vivimos.
Y si la hazaña fue tan descomunal, ¿por qué se destituyó al seleccionador que lo consiguió? (le deseo suerte en la selección marroquí)
Valorar su esfuerzo, sí; celebrar su éxito, también. Pero, por favor, seamos ecuánimes y rigurosos, sin exagerar. Decir “que la relevancia de esta última victoria es superior” al gol de Iniesta a la Selección Holandesa, o al de Torres a la Selección Alemana, es como comparar este comentario mío con La Regenta de Clarín.