No existía mejor momento para fletar la nave y empezar una travesía porque el viento iba a nuestro favor. Parecía que los dioses, Odín y compañía en este caso, habían enviado una ráfaga muy favorable. Así que lo que tocaba era orientar las velas, comenzar a navegar y ver dónde nos llevaban las corrientes, convencido siempre de llegar a buen puerto. El Madrid acababa de ganar la decimotercera. No hacía falta hablar de temas manidos como que si Benzemá había hecho uno de los mejores partidos que se le recordaba, si era o no jugador para el Real Madrid, tampoco hablar de manos de mantequilla ni de llaves de judo, no quería perder tiempo en pensar sobre si Bale metió o no su último gol con la camiseta Blanca y menos aún en dar mi opinión sobre el dejavú que sufrimos los madridistas al oír en el momento menos oportuno que el bueno de CR7 se quería ir del Madrid. Simplemente quería hablar de qué significaba para un madridista de a pie jugar (y ganar) la tercera final de la Champions consecutiva, cuarta en cinco años. Quería contaros cómo es el ritual previo a la final que a base de repetirlo se ha convertido en una secuencia perfecta de manías y costumbres que garantizan el éxito, quería hablar de lo que sale de la boca de un madridista mientras está viendo la final acordándose de los Piqués de turno, del tradicional paseo por el Bernabéu una vez acabado el partido para ver cómo cambian el escaparate de la tienda oficial y lo adaptan a la renovada condición de campeón de Europa por decimotercera vez. Quería sacar pecho, quería dejar a un lado por un momento la falsa modestia de la que a veces hay que hacer gala para no herir sensibilidades, quería despedirme igual que del resto de madridistas con un “hasta el año que viene”, convencido de que era más que probable que en un año nos viéramos las caras en parecidas circunstancias.

Es preocupante que el líder, el “ser superior”, proyecte miedo e incertidumbre sobre el futuro mientras explica que ha sido incapaz de retener a Zidane.

Tenía muchas cosas que contaros, la Lancha Vikinga estaba cogiendo velocidad de crucero, estaba dándole forma a una original frase en la que decía más o menos que el Madrid era hoy una máquina de ganar con una precisión de un reloj suizo escuchando la matraca de la moción de censura de fondo cuando de repente me llega un whatsapp que me advierte de que en breve  había rueda de prensa de Zidane. Paro de escribir, me entran sudores, súbitamente deja de importarme lo que estaba diciendo Rajoy,  en pocos minutos sólo tengo oídos para Florentino que confirma la peor de las noticias. Zizou, se va. Probablemente era la peor noticia que el madridismo podía esperar. El Real Madrid siempre ha estado por encima de nombres, por esta casa han pasado grandes personajes que se han marchado, pero el Madrid ha seguido ganando. Esta vez parece distinto. Zidane era un entrenador respetado por las grandes figuras del el vestuario porque él ha sido una de ellas, respetado también por la prensa y por los rivales y sobre todo, un Madridista, que entiende que la institución estaba siempre por encima de nombres propios, sabe que deja en las vitrinas tres Copas de Europa como entrenador, sí, pero es que antes ya se habían ganado diez. Antes que Zidane pasaron entrenadores que ganando una liga ya se sentían más grandes que el propio Real Madrid y proponían cambios en el estilo y filosofía de club. Zidane quiere más al Madrid que a sí mismo. Quizá por eso ha preferido no empezar una guerra interna sobre fichajes y renovaciones, quizá ha preferido que la directiva decida sobre qué camino debe seguir el club y dar un paso al lado. No es la primera figura importante del club que se va, el problema es que la cara de Florentino nunca estuvo tan desencajada como cuando despedía a Zizou. Es preocupante que el líder, el “ser superior”, proyecte miedo e incertidumbre sobre el futuro mientras explica que ha sido incapaz de retener a Zidane. Florentino ha pasado momentos difíciles al frente del club, entre otras cosas, ha tenido que luchar contra el mejor Barça de la historia pero en su cara siempre se percibía esa expresión propia del mismísimo Hannibal Smith del Equipo A, que con una sonrisilla venía a decir “No os preocupéis, tengo un plan”. El pasado jueves 31 de Mayo pasará a la historia como el día en el que el miedo venció a Florentino, porque ese día Florentino perdió a su apuesta más personal y que más éxitos le trajo. Ese día el viento cambió para la lancha Vikinga, quedan por delante meses de fichajes y despedidas para poder enderezar el rumbo, porque una cosa está clara, el aficionado blanco no entiende de nombres propios a la hora de esperar nuevos éxitos. Esto es el Madrid y  los madridistas ya sueñan con levantar la decimocuarta y no hacerlo sería una gran decepción, porque además este año es en el Metropolitano…

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