El fútbol fue inventado por los ingleses y llegó a España para quedarse. Entre otras cosas porque el público al que iba destinado decidió que le gustaba. Y por eso empezaron a fundarse clubes, organizarse campeonatos, después tertulias, es de imaginar que con el tiempo unos clubes destacarían más que otros y se convertirían en más poderosos y lógicamente intentarían acaparar a los mejores jugadores, así que de esa manera nacería el mercado de fichajes. Con el tiempo la afición sería cada vez más popular y se empezarían a construir grandes estadios y atraería el comercio alrededor de ellos. Probablemente a alguien se le ocurriría que sería una buena idea narrar los partidos por la radio y a la gente le gustó. Lo mismo pasaría con la televisión después de que ésta se inventase. En definitiva, el futbol, como espectáculo, fue creciendo hasta convertirse en lo que se conoce hoy en día. Sin duda necesitaba de estamentos que le ayudaran a llegar a todo tipo de aficionados, estableciera unas normas básicas y comunes en todos los territorios y centralizase actividades que de otra forma serían ingobernables. Una de esas instituciones en España, la LFP, se encargó de gestionar la Liga de Futbol Profesional y demás competiciones asociadas. Entre ellas la competición más larga y que probablemente más aficionados sume en España a lo largo de todo un año.

Que la LFP a través de una aplicación para móvil y sirviéndose de una serie de permisos de esos que la gente no se lee antes de instalarla en su dispositivo, puede acceder al micrófono de los usuarios.

A lo largo de estos años ese estamento ha decidido que los partidos se deben jugar a horas intempestivas sin pensar en qué es lo que realmente le conviene al aficionado, se empeña en entrar en polémicas que lo único que consiguen es distanciar aficiones, negocia derechos de imagen abusivos que obligan al aficionado a pagar cantidades impropias que le permitan disfrutar de su afición y de su equipo, al que con su apoyo ha ayudado a crecer.  El caso más sángrate es el de los bares, a los que ha obligado a poner una tarifa que hace que, salvo derbis de máxima rivalidad, sea imposible rentabilizar la inversión a base de venta de consumiciones poniendo en peligro la costumbre tan típica en España de quedar a ver el fútbol en el bar compartiendo un rato con amigos y familiares.  Hasta aquí nada nuevo, lo realmente indignante es la noticia aparecida esta semana en la que se cuenta que la LFP a través de una aplicación para móvil y sirviéndose de una serie de permisos de esos que la gente no se lee antes de instalarla en su dispositivo, puede acceder al micrófono de los usuarios que previamente haya detectado que se encuentran en un bar mediante geolocalización, para saber si en ese local se está viendo fútbol y si además se está haciendo de forma legal.

https://www.xataka.com/privacidad/laliga-reconoce-que-su-app-usa-tu-microfono-ubicacion-para-espiar-que-bares-emiten-futbol-licencia

No se trata de fomentar desde aquí la piratería, se trata de alzar la voz para criticar que una organización que nació para ayudar al ciudadano a disfrutar de su afición se haya convertido en una máquina de hacer dinero en manos de unos pocos. Y que además se sirva de la inocencia de los propios aficionados al fútbol para exprimir aún más la vaca lechera sin importarle que su propia avaricia acabe perjudicando a la parte más fundamental del fútbol y que es la piedra filosofal sobre la que se apoyó el crecimiento de este deporte hasta convertirse en lo que es, es decir, el aficionado al fútbol.

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