La necesidad de tomar un respiro. Existe un valor y un porqué de vivir un verano sin futbol a nivel de clubes. Omito completamente aquellas exhibiciones en giras norteamericanas, asiáticas o en Australia cuyo rédito es meramente monetario; terminan siendo entrenamientos de interescuadras con acceso al público por un par de dólares, publicidad engañosa y un gasto innecesario del terreno de juego.
El verano permite ligar para algunos el festejo del último triunfo de la ultima jornada, echar abajo la cortina habiendo salvado el negocio y partiendo bajo el brazo con un nuevo título, con una permanencia, con una agónica salvación, con los últimos tres puntos que servirán de recuerdo de lo que fue aquella campaña. El verano permite aliviar las penas para otros más, por el título que se fue, por una permanencia del todo gris, por la categoría perdida, los últimos tres puntos que se perdieron y que quedarán como un recuerdo de lo que fue aquella campaña. Asimilación de la victoria como de la derrota, replanteo de lo que funcionó como también de lo que pudo ser, de lo que terminó bien como de lo que terminó mal, sinceridad u evasión, todo de cara al siguiente torneo.
El verano permite que la camiseta se tome un respiro, que se le dedique un trato y mimo de tintorería a modo de recompensa, largos fines de semana en casa o de visita, transpiración al son que dicte el ritmo cardiaco ante aquella jugada de peligro o jugada de gol, manchas de cerveza y de comida, prenda convertida en rosa de los vientos bajo el agite del aficionado en todo lo alto con puño cerrado y al compás de tambores y percusiones salidos de la tribuna. Año con año la “favorita” resulta ser el jugador de la temporada, sudor y verdadero aguante ese que se exige a los jugadores en cancha, pero resulta incomparable, siempre da talla, de género femenino abraza con una calidez de madre tanto en la celebración de un gol como ante el fallo en la última jugada, un paño de lagrimas ante lo que es el final del tiempo y el momento de decir adiós. Al término de la temporada el desgaste del apellido, dorsal y patrocinio resulta poco a poco más evidente, el escudo queda del todo intacto, orgullo, cariño, pasión y pertenencia, no hay nada ni nadie por delante del escudo. Bajo un sueño reparador en algún mueble aguarda al próximo primer encuentro de una nueva campaña.
La pausa del verano permite dar un respiro al estadio, que el tiempo al soplo del viento se lleve consigo los ecos que aun quedan para dar paso al silencio, que la tierra deje de sacudirse y disfrute de la calma, que el césped vuelva a crecer en tonos verde esmeralda, porque ya lo dijo Eduardo Galeano “no hay nada menos vacío que un estadio vacío… no hay nada más mudo que un estadio sin nadie”. Que impere un vacío sepulcral, como templo de la religión con mas adeptos alrededor del globo, un silencio impoluto, inmaculado, sublime y de respeto. Disfrutar del silencio.
La pausa del verano trae consigo la renovación del abono o carnet de socio. Examen de conciencia, como si de renovar los votos matrimoniales se tratase. Estado de salud de una relación con vaivenes, que del cariño se pasa al odio, del aprecio al desprecio, del orgullo a la decepción, del jubilo a la más profunda de las tristezas, de la advocación al compromiso a la decisión del desapego. Devoción, fidelidad y confianza renovable una vez al año. Nuevos rostros y algunos otros vitalicios.
En un mundo puesto al revés los clubes inician el verano con palabras de despedida y agradecimiento. Los días transitan en medio de flujo incomprensible de cifras monetarias cada vez más difíciles de poder seguirle el rastro; un ir y venir de jugadores como un intercambio de cromos queriendo cubrir espacios vacíos, aquellas figuritas rotas, repetidas, mal colocadas o que con el paso del tiempo han perdido su pegue. Para el aficionado durante el periodo de traspasos en pausa veraniega no hay un solo movimiento en su club que no le sea indiferente, estimulación mental a través de ejercicios de recreación del probable nuevo once que inaugure la campaña, el próximo goleador, la figura, el capitán, la consolidación, la revelación, la promesa, el próximo fracaso; cálculo matemático que clarifique las opciones de levantar el título, acceder a competiciones continentales, guardar un lugar en la categoría, sobrevivir o condenarse al descenso desde un inicio. Visiones de un destino sin confirmar.
Durante la pausa del verano el jugador deja de ser jugador para volver a ser persona. Raciocinio y sentimiento en las palabras de despedida como en sus primeas declaraciones de bienvenida; durante este perdido la dimensión de la puerta por la que llega o se retira es proporcional a su pasado, presente y futuro. Al otro lado, el jugador se encuentra con el goce o la calamidad. Durante el verano el destino guarda en secreto del porvenir que le depara a cada uno.
Durante la pausa de verano reflexiono si vale la pena seguir levantándome de madrugada para seguir viendo a mi equipo. De alguna manera trabajo mi memoria para poder asociar rostro con nombre y apellido, con el paso de los días recolecto optimismo que tan fácilmente se diluye tan pronto ocurra el primer desliz o golpe de realidad sobre lo que verdaderamente nos depara en los próximos meses; en ocasiones no debo esperar a que de inicio la liga, mi animo se puede ir yendo ante la noticia del traspaso inesperado o la lesión de nuestra figura durante ejercicios de entrenamiento durante la pretemporada.
La pausa de verano otorga un espacio de consuelo para los afligidos a este deporte, animo por el porvenir.
Llego un poco tarde, todas las ligas han dado comienzo, los primeros resultados de mi equipo han puesto ya mi ánimo a tan pocos centímetros de toparse con el frio suelo, guardo un poco de ánimo, aunque no dudo en lo urgente que es que llegue la pausa de invierno, a la espera de la llegada de un próximo verano que acaba de terminar.