El Valencia, un grande de nuestro fútbol, está viviendo una nueva crisis deportiva. Ganar, ni si quiera competir, es objetivo de su actual propietario. El equipo che es sin duda un claro ejemplo de las consecuencias nocivas a las que nos lleva el actual futbol moderno.
El fútbol es algo trascendental para una parte importante de la sociedad española. Lo ha sido y posiblemente lo será en el futuro. Por eso la forma en que se gobierna o gestiona una entidad futbolística tiene una repercusión que va más allá de lo deportivo.
De todos es sabido que los equipos de fútbol son epicentros de poder. En ellos desembocan intereses políticos, económicos, empresariales y sociales. No se trata de algo aislado. En general, los clubes de fútbol en España son la institución con más proyección de la ciudad, en muchos casos, incluso de la provincia o de la Comunidad Autónoma.
Durante las últimas décadas la gobernanza del fútbol ha mutado tanto que es prácticamente irreconocible. En los años ochenta los equipos eran clubes. Los socios eran los verdaderos dueños. Sin embargo, en los noventa, todo cambió. Llegaron las SAD, las conocidas como Sociedades Anónimas Deportivas. Gracias a ellas una persona podía adueñarse de un club sin la necesidad de escuchar a socios o aficionados. Solo tenía que desembolsar el capital de las acciones. El cambio de modelo estuvo justificado para potenciar el control financiero. La inmensa mayoría de los clubes estaban arruinados a finales de los ochenta. Con esta reforma se pensaba que, si los dueños de los equipos eran accionistas, la gestión les conectaría con activos de su propio patrimonio. Por esa razón serían más rigurosos en la actividad económica.
Con estas estructuras de gestión se aterrizó en el siglo XXI. Un momento donde el fútbol pasó de juego deportivo a negocio en un contexto de globalización universal. De repente la Liga de nuestro país se veía en Hong Kong, Monterrey y Nueva Delhi. Nuestros equipos eran potentes marcas internacionales.
Posiblemente, el club más permeable a las oscilaciones que ha provocado la administración del fútbol en nuestro país ha sido el Valencia. Un histórico de nuestro balompié que hoy vive secuestrado por un magnate de Indonesia y cuyo futuro no parece nada halagüeño.
Con más o menos intensidad la mayoría de nuestros clubes fueron transitando por estos modelos de gestión. Posiblemente, el club más permeable a las oscilaciones que ha provocado la administración del fútbol en nuestro país ha sido el Valencia. Un histórico de nuestro balompié que hoy vive secuestrado por un magnate de Indonesia y cuyo futuro no parece nada halagüeño.
En 1985 el Valencia descendió a segunda división por primera vez en su historia. Una asfixiante deuda hizo que el conjunto valenciano perdiera la categoría y tuviera que pasar un año en el purgatorio. En ese momento, el Valencia seguía siendo un club y los socios pudieron elegir un presidente. En esa ocasión acertaron. Arturo Tuzon, un empresario serio y sensato, se hizo con las riendas de la institución. El descenso duro apenas una temporada. De aquel desastre deportivo surgió una camada de canteranos que años después devolverían al conjunto che cierta impronta competitiva. Quique Sánchez Flores, Voro, Fernando Colomer o Arroyo consiguieron desde el compromiso deportivo revertir la inexorable deriva económica del club. Lo salvaron de la ruina y lo llevaron donde realmente se merecía.
A principios de los noventa, el Valencia se convirtió definitivamente en una sociedad anónima deportiva. Francisco Roig se convirtió en el presidente y máximo accionista. Fueron años de cierto apogeo, el club volvió a instalarse en la elite del futbol español.
Al inicio de los años dos mil el Valencia vivirá su edad de oro. La presidencia del club pasará a manos de Jaime Ortí que construirá junto con Pedro Cortes un equipo que ganará ligas, copas del rey, además de disputar dos finales de Champions y levantar una Europa League. Aquella escuadra se convirtió en un referente del fútbol europeo y el nombre del club será conocido por todo el mundo.
Si en los ochenta el descenso sirvió de impulso para conseguir una reactivación deportiva, los éxitos de los años dos mil fueron el principio del declive. La propiedad del Valencia fue un cotizado objeto de deseo. La inestabilidad institucional carcomió al club y durante diez años pasaron infinidad de presidentes. Los accionistas mayoritarios iban y venían de la misma manera que la economía del club se resentía.
En aquellos años, la Comunitat de Valencia, como buena parte de España, entró en una espiral de suntuosidad y exuberancia. El Valencia no fue ajeno aquello. Se propuso asaltar los cielos. Pero aquel gigante tenía pies de barro. En 2007 se inicia la construcción de un nuevo estadio, dos años después, las obras son paralizadas. Hoy, en 2024, el Nou Mestalla es solo un esqueleto de cemento en medio de un solar.
En aquellos años, la Comunitat de Valencia, como buena parte de España, entró en una espiral de suntuosidad y exuberancia. El Valencia no fue ajeno aquello. Se propuso asaltar los cielos. Pero aquel gigante tenía pies de barro. En 2007 se inicia la construcción de un nuevo estadio, dos años después, las obras son paralizadas. Hoy, en 2024, el Nou Mestalla es solo un esqueleto de cemento en medio de un solar. Este desastre no solo priva al club y a sus aficionados de una instalación moderna, sino que ha dejado a la ciudad del Turia sin sede para el Mundial de 2030. La tercera urbe del país no podrá disfrutar del evento, trágico y cómico al mismo tiempo.
Pero sin lugar a duda el momento en que el Valencia quedó gravemente malherido fue en 2013. Ese año se hace con la propiedad del club, Peter Lim. Un opulento hombre de negocios asiático que en unos pocos años ha pasado de salvador a ejecutor. Sus promesas iniciales se han ido diluyendo en una terrible resaca repleta de decadencia.
Para los anales de los incomprensibles en gestión deportiva quedará el verano de 2019 en Valencia. En unos meses un proyecto ganador, con Copa del Rey mediante, es aniquilado por la propia propiedad del club. Mateo Alemany, director deportivo, Marcelino, entrenador, y Rodrigo, jugador franquicia, son despedidos por hacer un equipo demasiado competitivo. Fue ahí donde quedó claro que ni ganar, ni competir, son objetivos de Peter Lim para el Valencia.
En unos meses un proyecto ganador, con Copa del Rey mediante, es aniquilado por la propia propiedad del club. Mateo Alemany, director deportivo, Marcelino, entrenador, y Rodrigo, jugador franquicia, son despedidos por hacer un equipo demasiado competitivo. Fue ahí donde quedó claro que ni ganar, ni competir, son objetivos de Peter Lim para el Valencia.
A partir de ahí, poco podemos esperar. La grada irredente de Mestalla exige cada domingo la marcha del déspota dirigente. Algo que parece necesario y a la que debería sumarse el conjunto de aficionados del fútbol español. Independientemente de colores, es obligación moral de todo futbolero pelear por salvar al Valencia de las garras de Peter Lim. De lo contario, seremos todos culpables y nuestro fútbol quedará mutilado para siempre.
Un club histórico como el Valencia no puede seguir por más tiempo a la deriva. Su muerte o desaparición no debería dejarse en manos de unos imberbes futbolistas y su respetable entrenador.
El fútbol moderno, entendido como un negocio sin límites y sin escrúpulos, está llegando con fuerza a nuestro país. Hoy aporrea la puerta del Valencia, antes lo hizo en Málaga y en Santander. Detener esa nociva espiral pasa hoy por defender al Valencia.
Si queremos un futbol español sano, con valores deportivos y donde los aficionados sean parte activa del juego, entonces, debemos exigir que Peter Lim se vaya. La causa de la afición del Valencia es la de todas las hinchadas de España. En esto da igual la bufanda.
¡Peter Lim Go home!
Crítica rigurosa y detallada de la situación de las sociedades anónimas deportivas en general, y de la del Valencia en particular. En mi opinión, a los abonados, aficionados y seguidores de este equipo sólo les queda dejar las gradas vacías, durante toda la temporada, como forma simbólica de protesta. Debe ser insoportable aguantar el desprecio y “pasotismo” de un personaje como su dueño. Que ni siquiera de dignó a acudir a una final, presidida por el Rey de España, que su equipo perdió frente al Betis. ¿Peter Lim sabrá ubicar a la Comunidad Valenciana en el mapa? Lo dudo.
Como parece imposible que los clubes de fútbol vuelvan a ser propiedad de los socios, sería deseable que sus propietarios cumplieran, al menos, con tres requisitos:
– Que sean empresarios o profesionales de reputado prestigio, y que hayan demostrado capacidad de gestión eficiente en sus empresas o trabajos (como Tuzón o Roig).
– Que muestren un máximo respeto a la afición, a la historia y a los símbolos de su institución.
– Que acrediten su vinculación y compromiso con el deporte y con la población o territorio al que su club representa.
Sé que todo ello es utópico e ingenuo en este tiempo y circunstancias; pero, de no ser así, convertirán a los futboleros en meros consumidores de una mercancía más. Y este deporte, sin sentimiento y pasión, se quedará sin alma.