En toda competición los equipos más destacados atraen los focos de atención de prensa y aficionados. Pero no debe perderse de vista la necesidad de que todos los participantes en el planeta fútbol tienen su papel esencial en su mantenimiento como deporte de masas. Las dinámicas del fútbol actual no son muy propicias a la defensa de todo lo que no sea élite económica

Como casi actividad humana el deporte profesional tiende a la estratificación. Unos equipos destacan más que otros, por mera lógica competitiva. El fútbol, desde que se consagró como fenómeno de masas, ha conocido una gran variedad de conjuntos destacados que han dejado una impronta a lo largo de la historia. Muchos de ellos se han ido quedando en el camino. La profesionalización, el manejo de cantidades cada vez mayores de dinero, la alta competencia existente y la necesidad de aunar las dos modalidades de gestión, económica y deportiva, ha provocado la subsistencia de los más fuertes, una especie de darwinismo inherente a la necesidad de resultados permanentes sobre el terreno de juego.

Pero en función de lo expuesto, los distintos modelos de competiciones profesionalizadas pueden influir y mucho en cómo se desarrollan las mismas. Nada mejor para ello que el contraste entre Norteamérica y Europa. Más allá del Atlántico siempre se ha tenido claro que para que el producto sea atractivo debe de existir una competencia real por los campeonatos. Para ello las diversas modalidades de Liga profesional (Baloncesto, Fútbol Americano, Beisbol..) han tenido tres instrumentos: ligas profesionales cerradas a las que sólo pueden acceder franquicias con un nivel económico, un deporte Universitario muy potente que actúa como proveedora de jóvenes promesas para las Ligas y un limite salarial como palanca para evitar grandes desfases.

El primero de los elementos permite dar garantía que sólo puedan acceder a las competiciones franquicias cuyo nivel económico les permitan la ocasión de crecer y dar la cara sobre la cancha o el estadio. El segundo es la llave que incide en dar oportunidades a los más débiles del momento: los peores equipos disponen de preferencia en elegir a las promesas que serán realidades el día de mañana. Esto provoca que un conjunto débil pueda convertirse, gracias a una buena labor gerencial, en unos años en un potencial candidato para el título. Y ,por último, el tope salarial es el elemento que pone un freno a las franquicias más poderosas para que los desequilibrios no se ahonden y la acumulación de estrellas en un equipo tenga cierto limite.

El manejo de cantidades cada vez mayores de dinero, la alta competencia existente y la necesidad de aunar las dos modalidades de gestión, económica y deportiva, ha provocado la subsistencia de los más fuertes, una especie de darwinismo inherente a la necesidad de resultados permanentes sobre el terreno de juego.

Nada más lejos de esta realidad que el fútbol mundial actual y europeo en particular. En el mismo algunos equipos sobrevivieron a los años de la profesionalización incipiente y las guerras europeas y salieron reforzados como entidades punteras. Sus éxitos deportivos fueron su rampa de lanzamiento para captar seguidores tanto en sus propias ciudades como en aquellos territorios que no contaban con un equipo con entidad en la zona y cuyos aficionados buscaban una referencia. Construyeron estadios grandes en una época en que los ingresos venían casi de forma exclusiva por la taquilla de los asistentes y pronto ejercieron su poder económico para captar a los mejores activos del mercado, que eran birlados a los  mas modestos privándosele su capacidad de pelear en la élite. Algunos de esos clubes (y ya tenemos todos en mente unos cuantos) se convirtieron en auténticos poderes fácticos, sociales y hasta políticos. Con posterioridad, llegaron las sociedades anónimas y algunos clubes de poco recorrido histórico se vieron inflados por la inyección de capitales que los convirtieron en nuevos ricos.

Otra de las diferencias esenciales de los dos modelos era y es la entidad organizadora de las competiciones. En América se constituyeron Ligas profesionales compuestas por los propietarios de los equipos, que en condiciones de igualdad plantearon reglas comunes a todos para favorecer al conjunto. En Europa eran promovidas federaciones nacionales o la U.E.F.A, entidades y organismos, de naturaleza un tanto ambigua (mezclando elementos privados y públicos) en los que no participaban directamente los directivos de los participantes. Desde hace ya mucho tiempo los clubes punteros reivindican una posición de privilegio para captar los pingues beneficios que el deporte rey provoca: nuestras son las cuotas de mercado y por lo tanto las competiciones han de estar en función de nuestros intereses. La entidades organizadoras de competiciones han respondido mediante el palo y la zanahoria: amenazas de exclusión mezcladas con permitírseles cada vez mas generosos ingresos.

Nada mejor que ver la evolución de las competiciones europeas para ver esta situación: planteadas en sus orígenes en torno a un modelo de eliminatoria directa con tres niveles en función de los méritos deportivos (Copa de Europa, Recopa y U.E.F.A), las presiones de una élite han derivado en sucesivas transformaciones que tienen por objeto favorecer los intereses económicos de la misma. La mal llamada Liga de Campeones ha sido el instrumento que ha herido de muerte para casi siempre a las ligas domésticas, o al menos a la posibilidad de que puedan soñar con ganarla la mayor parte de los equipos. Al cambiar las reglas de acceso a la máxima competición continental, ampliando sus participantes los equipos punteros se aseguraban su plaza por sistema, lo que multiplicaba sus ingresos en detrimento del resto. Si la historia previa de las competiciones europeas estaba plagada de campeones novedosos y eliminaciones sorprendentes de los equipos mas potentes, estas posibilidades de sorpresa han ido menguando con los años.

Ya no es que las clases medias se vean privadas de sus mejores activos, algo inevitable de siempre, sino que la acumulación de poder económico de los poderosos les permite cada vez más y mejores plantillas, tener banquillos que de por sí podrían configurar un equipo de élite, acaparar casi en exclusiva el foco mediático y dejar al resto casi en la irrelevancia.

El caso español es muy significativo. La situación actual de paradigmas de la clase media como Valencia y Sevilla es una muestra muy palpable. A este último no le ha valido ni siquiera una hazaña deportiva del calado de ser los amos de la Europa League para poder estabilizarse como integrante del selecto club de clubes punteros. Ahondando en los ejemplos, podemos encontrar caso tan sangrantes como los del Deportivo de la Coruña o el Zaragoza, animadores del cotarro en los años 90 del siglo pasado y hasta ocasionales acaparadores de títulos y sumergidos desde hace años en una noche oscura de intrascendencia deportiva. La historia es bien conocida: la espiral inflacionista que provocan los mejores equipos con sus salarios desbocados termina laminando las posibilidades de las clases medias. El caso del Deportivo es muy ilustrativo; durante una década compitió con los mas fuertes pero cuando llegaron vacas flacas se esfumaron los ingresos de la Champions, las deudas salieron a la luz, y la debacle deportiva hizo acto de aparición. Ya no es que las clases medias se vean privadas de sus mejores activos, algo inevitable de siempre, sino que la acumulación de poder económico de los poderosos les permite cada vez más y mejores plantillas, tener banquillos que de por sí podrían configurar un equipo de élite, acaparar casi en exclusiva el foco mediático y dejar al resto casi en la irrelevancia.

Porque si bien el modelo americano no es exportable a Europa (la ausencia de una sistema de deporte Universitario lo impide), si al menos se podría captar del mismo un elemento que en parte podría paliar en parte la desigualdad existente: establecer un limite salarial que suponga un freno a la expansión retributiva de los poderosos y de paso poner freno a la espiral inflacionista. Para hacerse una idea, en la Liga española siete de los diez jugadores mejor pagados de la misma son del Real Madrid. No digamos a nivel europeo en el que la presencia del capital árabe (PSG) y la potencia económica de la Premier suponen una inflación desbocada. Posiblemente es algo utópico, ya que los grandes no van a estar dispuestos a permitir ninguna medida que pueda alterar su estatus privilegiado, pero el riesgo que corre el fútbol como deporte capaz de interesar es grande. La reiteración de campeonatos ganados por la elite hace que el éxito deportivo se haya convertido en una rutina que ya apenas llama la atención hasta de los propios afectados. Es necesario, y hasta imprescindible que Madrid, Barça y hasta Atlético los pasen mal en los distintos campos que visitan, que pierdan puntos y que las opciones de posibles campeones muestren cierta variación. También son saludables la aparición de opciones como el Bayer Leverkusen, que ha demostrado que partiendo desde abajo son posibles los éxitos

Se trata casi de una quimera, es cierto. Pero al menos debe ser una línea a seguir en el futuro por el fútbol europeo, que de momento ha cortado la amenaza de la Superliga (la puntilla para el fútbol más modesto, una locura elitista que destrozaría a todo aquel que no estuviese seleccionado en ese selecto club) pero no debe de dejar de buscar sistemas que promuevan la alternancia y el equilibrio en las competiciones, al contrario que la tendencia imperante del siglo XXI.

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