La pelota te acompaña desde la más tierna infancia hasta la madurez. Se convierte en un amigo mas en la vida. Por toda esta importancia le dedicamos este escrito a la pelota.

Desde que tengo conciencia he jugado al fútbol. Cuando era un niño mi vida giraba al redor de un balón. La calle, ese eterno asfalto que decora Madrid, se convirtió en la mejor escuela de fútbol. Por qué no decirlo también de vida. En plenos años ochenta y para la mayoría de los niños de mi generación una pelota de cuero era sinónimo de diversión infinita. El tiempo volaba con un esférico en los pies. Podían ser horas, días, incluso semanas, dando puntapiés a aquel amigo circular que vestía de cuero.

Gracias a la pelota soportábamos el hastío del verano. Con un simple punterazo éramos capaces de romper la calma infinita de ansiadas pero eternas vacaciones. En invierno el balón era el mayor aliciente para acabar con la monotonía de un día de escuela. Un partido en el patio del colegio era la puerta de entrada a una aventura sin igual. Miles de cosas que esperar. Todo podía pasar en aquella andanza que acaba de empezar.

Cuando era un niño mi vida giraba al redor de un balón. La calle, ese eterno asfalto que decora Madrid, se convirtió en la mejor escuela de fútbol. Por qué no decirlo también de vida.

Con la pelota todo era más fácil. Los amigos aprecian sin más. No era necesario siquiera hablar. Una simple mirada, un gesto, enlazaban una amistad con un balón y su pasión. El tiempo no era eterno. Pero siempre había espacio para un gol más.

En aquella nostálgica infancia de cuero, sudor y asfalto un gol era la visión perfecta de la satisfacción. Felicidad suprema difícil olvidar. Entusiasmo por vivir compartiendo la vida en un simple arrabal. La inocencia de la primera vez. La ternura del primer gol. La conciencia infinita de libertad. Jugando al fútbol sin temor ni responsabilidad.

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No éramos conscientes que aquella añorada ingenuidad no volvería jamás. Pero su nostalgia siempre nos conectará con una pelota a la que chutar. Una predilección para el resto de la vida. Sin embargo, la libertad de la pachanga se irá transformando en competitividad. Pronto no valdrá solo con jugar, al menos habrá que intentar ganar.

El paso del tiempo fue aparcando la pelota en un lateral. La vida volaba y superaba la pubertad. Sin darte cuenta un rayo inquietante te convierte en adolescente con necesidad de explorar. Suenan acordes y aparecen canciones. Eternas películas que te hacen pensar. Buscas respuesta leyendo sin parar. Sin darte cuenta dejas de chutar, te dedicas a ver a otros jugar. La pasión por el balón se grita en la grada. Se salta en un bar o se brinca en el sofá.

Pero la pelota no te olvida. Ella te sigue esperando, al fin y al cabo, es tu amiga. Cuando cumples los veinte la añoras. Necesitas volver a golpear el balón. Quieres volver a sentir el electrizante tacto al chutar. Irremediablemente terminas volviendo a correr junto a ella otra vez.

Pero la pelota no te olvida. Ella te sigue esperando, al fin y al cabo, es tu amiga. Cuando cumples los veinte la añoras. Necesitas volver a golpear el balón. Quieres volver a sentir el electrizante tacto al chutar.

Aparece un fútbol nuevo. Una excusa sin más. El resultado ya no importa. El esfuerzo no se hace al comienzo del partido. Ni si quiera en la segunda parte. Sin duda lo más importante es el tercer tiempo. Ahí esta la pelota pegando amistades para que nunca se descosan. Vuelven pachangas livianas donde da igual perder o ganar. Sobrevivir es el objetivo que conquistar.

Pasan los años y la madurez empieza a pintarte inevitablemente el cuerpo. Canas, barrigas, roturas, todo indica que se acaba. La pelota sigue esperando, pero ahora ella es la pesimista. Ya no es fácil correr con ella. No todos pueden resistir su imborrable zigzagueo. Inevitablemente llega el momento.

Eres consciente de lo importante que es y ha sido la pelota. Por eso motivo lo primero que le regalas a tu hija y a tu hijo es eso, una pelota. Gracias por todo amiga de cuero. Sin lugar a duda te echaré de menos.

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