Desde hace varios años es fácil encontrar aficionados de equipos europeos en cualquier parte del mundo. Llevan sus camisetas, ven sus partidos, controlan sus calendarios y discuten en bares sobre polémicas arbitrales. La única diferencia con los hinchas locales es que ellos apoyan a su “equipo de toda la vida” a miles de kilómetros de donde juega sus partidos como local. Es la consecuencia de la estrategia de globalización que han planteado los clubes para, ampliando fronteras, ampliar también su cartera de clientes.
No es casual que para un día tan crucial en sus vidas decidan ponerse esa camiseta y no otra.
Es indudable que hinchas de países ricos como es el caso de los árabes o los asiáticos aportan a los clubes un retorno económico considerable. No hay más que mirar las gradas de los estados de fútbol para verlas plagadas de estos aficionados que, después de haber gastado unos buenos cientos de euros en la tienda de suvenires del club, se gastan otro montón de dinero en poder vivir desde las primeras filas un partido de su equipo y así poder oler el césped y sentir cerca a los jugadores que semanalmente ven por televisión en sus países de origen. Son aficionados por tanto que enriquecen las arcas de los clubes y que desde las direcciones financieras de estos cuidan incluso más que a los hinchas locales porque tienden a gastar más, ya sea en productos con licencia oficial o derechos televisivos. Guste o no, esta es una consecuencia inevitable de la globalización. Pero no hay que olvidar que esta “maldita globalización” también ha traído otros aficionados, no tan ricos, que quizá reciben del fútbol mucho más de lo que dan y que desde lugares más humildes como puede ser la única televisión de un poblado de la África profunda viven jornada a jornada los éxitos de sus equipos que jamás podrán ver de cerca, aun así, celebran como el que más los triunfos y gozan de la emoción de los partidos durante algunas horas de la semana que les permite evadirse de la realidad a la que deben enfrentarse en forma de guerras, escasez de alimentos o falta de sanidad. Y es que, si se piensa bien, no todo lo que ha traído la internalización del futbol es malo. Según un estudio sociológico realizado en el Reino Unido (Measuring the Social Impact of Community Investment: A Guide to using the Wellbeing Valuation Approach, © HACT 2014), que trata de monetizar todos aquellas variables cotidianas que proporcionan bienestar a la sociedad, el futbol aporta al año a cada ciudadano un beneficio emocional equivalente a 3.101 libras, es decir, una persona debería gastarse en aspectos relacionados con el ocio o la salud más de tres mil libras para obtener una satisfacción personal equivalente a la que le proporciona el fútbol. La cifra impresiona, y más aún si se compara con la escasez de recursos que hay en los países en vías de desarrollo a los que nos referíamos anteriormente. Y es que en estos casos, es el fútbol y sus clubes los que hacen algo por sus aficionados y no al contrario, como en general se tiende a creer en este futbol moderno. Una prueba de este plus que aporta a estos aficionados más desfavorecidos es la conmovedora imagen, que por desgracia tan a menudo se ve, de tantos inmigrantes viajando en patera llevando en muchos casos las camisetas de sus equipos con el nombre de su héroe a la espalda. No es casual que para un día tan crucial en sus vidas decidan ponerse esa camiseta y no otra. Para ellos, probablemente, llevar el nombre de Ronaldo o Messi a la espalda, significa tener la confianza, aunque sea mínima, de que llegado el momento decisivo que todo viaje como ese requiere, les ayudará a sacar esas últimas fuerzas de dónde no las hay para alcanzar su sueño. A este respecto, es imposible olvidarse estos días de los niños del equipo de futbol de Tailandia atrapados en una cueva inundada y de esa camiseta azul del Real Madrid llevada por uno de ellos. Seguramente llevando esa camiseta aquel día buscaba parecerse a su ídolo y hacer el mejor de sus entrenamientos y después darlo todo en la excursión con sus amigos, aunque al final las cosas se torcieron. Son muchos los factores que necesitarán que el rescate pueda ir bien, pero si uno de ellos, por mínima que sea su influencia, es la fuerza que le da esa camiseta, no quedará más remedio que decir que la “maldita globalización del futbol” no ha sido tan mal idea.