En los años setenta el Pakhtakor de Tashkent escribió una de las páginas mas importantes en la historia del fútbol en Uzbekistán. Paradójicamente el origen de sus mejores jugadores estaba en el exilio y la deportación. Contamos la historia de un equipo de leyenda en un país muy particular.
Rusia invadió Ucrania apenas hace un mes. En este tiempo, en los diferentes medios de comunicación y en las redes sociales, se han vertido opiniones de todo tipo sobre los motivos de este conflicto bélico. Las relaciones internacionales y la geopolítica han vuelto al debate diario de los ciudadanos. Se trata de temas complejos, cuestiones que para los que no somos expertos se hacen difíciles de comprender. Siempre hay un trasfondo gris, inmaterial, que distorsiona una realidad difícil de percibir para los ciudadanos que estamos lejos de las esferas de poder.
Muchos de estos análisis describían el peso político y la importancia de Rusia a lo largo de la historia. Otros escritos, más personalistas, se han focalizado en la figura del presidente ruso, Vladimir Putin. Denostado en occidente por una invasión militar difícilmente entendible en el mundo del siglo XXI.
Las conclusiones personales que he podido extraer de esta vorágine de información han sido dos. En primer lugar, Rusia se ve a si misma como un imperio. Un país que se extiende a lo largo de dos continentes. Abraza Europa y Asia al mismo tiempo. Es indiferente que el soberano que dirige su destino sea un zar, un revolucionario comunista o un exagente de la KGB. Los rusos se perciben como un imperio con necesidades legitimas de influencia más allá de sus fronteras. La segunda conclusión me lleva a pensar que en Rusia las libertades individuales han tenido a lo largo de su historia una importancia relativa. Democracia, libertad de expresión o respeto a los derechos individuales tienen poco arraigo en un país y en un pueblo que se siente cómodo con el autoritarismo estatal.
El imperialismo y el totalitarismo han estado presentes durante siglos en muchos ámbitos de la sociedad rusa. Pero no solo en ella, también en los países de su área de influencia
El imperialismo y el totalitarismo han estado presentes durante siglos en muchos ámbitos de la sociedad rusa. Pero no solo en ella, también en los países de su área de influencia, bien como miembros de la Unión Soviética o como Estados supuestamente independientes.
Uzbekistán por ejemplo se convirtió durante décadas en lugar de destierro. Joseph Stalin, líder de la Unión Soviética desde 1922 hasta 1953, decidió enviar a la exrepública de Asia Central represaliados y exiliados que surgían de las entrañas de la geopolítica soviética.
A finales de los años treinta llegaron a Vlaivostok, en el extremo oriental de Rusia, miles de coreanos que huían de la invasión japonesa de su país. A estos ciudadanos se les llamará en la Unión Soviética “Koryo-saram”. Stalin decidió deportar a todos ellos a las estepas de Kazajistán y Uzbekistán. Como ya había hecho años antes con los campesinos rusos que tenían propiedades, los llamados “kulaks”. Estos agricultores eran considerados enemigos del pueblo y acabaron sus días represaliados en las Repúblicas soviéticas de Asia Central. A finales de los años cuarenta, las inmensas estepas uzbekas serán también el lugar de acogida de los comunistas griegos que huían de la Guerra Civil de su país.
De tal modo, Uzbekistán en la década de los cuarenta y cincuenta estaba repleta de granjas colectivizadas. Lugares donde compartían destino vital, griegos, coreanos y rusos. Sin mayor arraigo entre ellos que el designio arbitrario del líder soviético. Entre esta red de granjas de algodón uzbekas, surgirán tres talentosos futbolistas que escribirán los versos mas importantes de la historia del fútbol uzbeco. Aquellos jóvenes deportistas se llamaban Mikhail Ann, Vladimir Federov y Vasilis Hatzipanagis.
Pues bien, aquel triangulo mágico lo conformaban paradójicamente tres futbolistas que eran hijos de deportados de Stalin. Mikhail Ann era nieto de un coreano “Koryo-saram”. Vladimir Federov, de origen ruso, era miembro de una familia de “kulaks” deportados. Por último, Vasilis Hatzipanagis, era el primogénito de un comunista griego en el exilio.
De las granjas de algodón uzbekas, surgirán tres talentosos futbolistas que escribirán los versos mas importantes de la historia del fútbol uzbeco. Aquellos jóvenes deportistas se llamaban Mikhail Ann, Vladimir Federov y Vasilis Hatzipanagis.
A estos tres intrépidos futbolistas un balón de cuero les ayudó a salir del infierno. Consiguieron una oportunidad que sus familias no tuvieron. A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, el equipo de la capital de Uzbekistan, el Pakhtakor de Tashkent, creó una red de ojeadores por todas las regiones del país. Fueron estos ojeadores los que descubrieron a estos tres magníficos jugadores.
Años más tarde, ya en la década de los setenta, la delantera del Pakhtakor, la formaban Mikhail Ann, Vladimir Federov y Vasilis Hatzipanagis. Fueron años de gloria del fútbol uzbeko. Aquel equipo compuesto por talento autóctono ascendió a la primera división del futbol soviético. Gracias a aquella delantera formada por los descendientes de los deportados se convirtieron en un equipo tremendamente goleador.
El Pakhtakor rozó la clasificación para competiciones europeas. Hubiera sido curioso ver como un club ubicado geográficamente en Asia competía en los torneos continentales europeos. Mikhail Ann, se convirtió en la figura de aquel equipo. Capitaneó la selección soviética sub´23 que se proclamó campeón de Europa en 1976. Ann llegó a debutar con la selección absoluta soviética.
Desgraciadamente la historia de Mikhail Ann y de su mítico Pakhtakor Tashkent acabó en tragedia. En 1979 el avión que transportaba al equipo para disputar un partido de liga en Bielorrusia se estrelló contra otro aeroplano. Un error de los controladores aéreos acabó con la mejor generación de futbolistas uzbecos. Aquel accidente se produjo en Ucrania. El país que nos ha vuelto a mostrar los sentimientos imperialistas y totalitarios que anidan en Rusia. Fue curiosamente en tierras ucranianas donde se estrelló el equipo de los hijos de los deportados por Stalin.