El Cacereño y el Atlético de Madrid se enfrentan en la segunda ronda de la Copa del Rey. Para la mayoría es un partido de fútbol más. Sin embargo, para uno de nuestros articulistas es el encuentro que relata una vida.

En nuestro país, la Copa del Rey, es posiblemente la última competición que desprende aroma a fútbol puro y verdadero. Ese juego añejo que se disputa en campos repletos de barro, custodiados por tapias diminutas y con graderíos invisibles. La Copa y su inevitable idiosincrasia provoca que por un día la opulencia se impregne con las restricciones de la carestía. Como si fuera un desagravio, los perfumes de alta gama decoran perchas de precarios vestuarios. Dignamente se empareja la elite con la plebe, galácticos con futbolistas aficionados. Todos iguales, a pesar de lo antagónico de sus vidas. Esa bofetada de realidad es en mi opinión algo maravilloso para el fútbol.

El ultimo sorteo copero, me deparó un inesperado regalo. Mi equipo, el Atleti, un grande y un histórico de nuestro fútbol, se enfrenta al equipo de mi padre, el Cacereño. Un eterno y digno paseante por las catacumbas del balompié.

Irremediablemente ese duelo me provocó un grato recuerdo. Algo que va más allá de una disputa futbolera. En mi memoria apareció mi abuelo, un tenaz benemérito que a finales de los sesenta dejó un pueblo que parlaba castúo para aterrizar en una selva de cemento llamada, Madrid. En un poblado de Carabanchel, conocido popularmente como Caño Roto construyó una nueva vida para dos hijos universitarios y una bondadosa esposa, señora de su hogar. Muchos años después, esa dulce mujer, que era mi abuela, telefoneaba a la casa de mi infancia cuando un cacereño con rayas canallas, esas de los colchones, alojaba un balón en el fondo de las mallas. Ese pelotero, se llamaba Manolo y durante una década conectó Cáceres con el rio Manzanares. A falta de trenes buenos son los goleadores.

El ultimo sorteo copero, me deparó un inesperado regalo. Mi equipo, el Atleti, un grande y un histórico de nuestro fútbol, se enfrenta al equipo de mi padre, el Cacereño. Un eterno y digno paseante por las catacumbas del balompié.

En los años ochenta, no hubo domingo que mi hermana y yo, no acompañáramos a mis padres aquel piso incrustado en una colmena de ladrillos de Carabanchel. Un día, mi abuelo, me cogió de la mano y me llevó a vivir una gran aventura. El resto de la familia se quedó frente al televisor de aquella casa. Descifrando junto con Jessica Fletcher algunos de aquellos crímenes que se habían escrito. Mientras tanto yo, de la mano de aquel buen hombre, que tanto llegué a querer, crucé un enjambre de casa bajas, frágiles y endebles, que palpitaban al compás del mundo calé.

A paso apresurado descendimos una colina para toparnos frente a la majestuosidad de un estadio pintado de rojo y blanco. Era el Vicente Calderón y mi Atleti, jugaba contra el Sabadell. Ese día fue la primera vez en mi vida que pisé un campo de fútbol. Un extraño olor quedó tatuado en mi memoria. Una fragancia que mezclaba el aroma del cemento mojado, la hierba húmeda con el humo de puros y cigarros.

En realidad, a ninguno de mis abuelos paternos les gustaba el fútbol. Sin embargo y por paradojas de la vida me dejaron los primeros recuerdos de una gran pasión. Una llama eterna que me acompaña, intentando vivir la vida, derrochando, coraje y corazón.

Una tarde de finales de los ochenta, mi abuela, se marchó. Con ella se esfumaron también las llamadas tras los goles de Manolo y los domingos en Caño Roto. Mi abuelo de repente se convirtió en mi compañero de habitación. El fútbol, poco a poco, fue contaminando mi vida. En vez de elegir lo fácil, el destino me llevó a la maraña inexplicable. Tal vez fue Manolo o aquel partido contra el Sabadell, incluso esa casa en Caño Roto, la verdad es que no lo sé.

A mi padre, aquel fervor por lo que llaman sufrimiento le generó bastante indiferencia. Incluso, creo que alguna vez, su sonrisa la interprete como el menosprecio de los que no lo pueden entender. Pero él no era muy diferente a mí. Cada domingo se las arreglaba para saber que había hecho su equipo, el Cacereño.

A mi padre, aquel fervor por lo que llaman sufrimiento le generó bastante indiferencia. Incluso, creo que alguna vez, su sonrisa la interprete como el menosprecio de los que no lo pueden entender. Pero él no era muy diferente a mí. Cada domingo se las arreglaba para saber que había hecho su equipo, el Cacereño. Paradójicamente, el equipo donde empezó a jugar, Manolo.

Hoy, el padre soy yo, con esfuerzo he hecho todo lo posible para que mis hijos, ellos sí, lo puedan entender. Creo que lo he conseguido. ¡Menos mal!

El jueves nuestro Atleti visitará Cáceres, la ciudad donde nació mi padre, mi tío y mis abuelos. Jugará en un campo de fútbol sin el glamur de los grandes estadios de Europa. El equipo al que se enfrentará no tiene sus vitrinas repletas de trofeos. Pero a mi todo eso me da igual. Sin duda, lo viviré como el partido más importante que ha jugado mi equipo desde que tengo uso de razón.

Sinceramente me hubiera gustado ir a verlo con mis propios ojos. Incluso llevar a mi padre y a mis dos hijos conmigo. Por desgracia, eso ya no es posible. Me conformaré con verlo en televisión. Eso sí, junto a mí, estarán todos ellos, mis mellizos y su querido abuelo. Por desgracia, él no entenderá nada. Porque ya no comprende casi nada. Ya ni siquiera sigue a su querido Cacereño.

5 thoughts on “Cacereño y Atleti. Un partido y una vida eterna

  1. Una historia emotiva y profunda. Lírica y épica. Como todas la buenas historias bebe de la verdad íntima de sus protagonistas, que son los verdaderos héroes y santos de la mitología de lo cotidiano. Como todas las buenas historias transita de lo particular a lo universal, porque revive en cada uno de los lectores cada una de las que marcaron sus vidas. Me ha gustado y me ha emocionado. Y a toro pasado, después de conocer lo acontecido y el resultado, me atrevo a añadir que el partido entre el Cacereño y el Atlético de Madrid respondió al significado hondo del artículo, y a las vivencias del autor y sus antepasados.

  2. No pensaba en mi vida que un artículo sobre fútbol pudiese emocionarme tanto. Un abrazo enorme Luisin

  3. Hermosa historia relatada maravillosamente. Un bello relato de sentir que quienes nos marcaron están siempre con nosotros

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