Los padres de hoy tienen muy difícil explicar a sus hijos que cuando eran niños, incluso adolescentes, no usaban teléfonos móviles. En sus vidas no existía internet, no conocían Google, Wikipedia o Youtube. Utilizaban enciclopedias, diccionarios y algún que otro manual.
Los salones de sus casas estaban decorados con televisiones de cola y su pantalla era curvada. Algunos, los más privilegiados, tenían videos VHS. En su infancia no existía Spotify, no había tablets ni lectores electrónicos. La única red social que conocían era un balón de cuero y una pared. Chutar una pelota contra un muro hacia más amigos que un buen tuit, un post ingenioso o una story alucinante.
Para los que crecimos en los ochenta, el fútbol, lo contaminaba todo. Se trataba de algo esencialmente social. Una manera de afrontar la vida y un imán irresistible de relaciones humanas. Hoy, ese deporte repleto de sentimiento, no existe. Posiblemente no volverá jamás. Por desgracia ninguno será como él.
Tal vez sea por la nostalgia de aquellos maravillosos años, cada domingo, un grupo irreductible de galos resiste, todavía y como siempre, al fútbol moderno e invasor. Ese grupo de apasionados futboleros se hace llamar The Trooper. Al igual que los acordes de la legendaria canción de Iron Maiden, cada fin de semana, preparan su batalla.
Su lucha es, esencialmente, la de toda una generación. En cada contienda que afrontan, no usan armas, ni tampoco balas. Su objetivo es simple, pero no por ello sencillo. Su mayor victoria es estar y perdurar. Cuando The Trooper pisa el duro cemento de una pista de fútbol sala hace eterno aquel deporte con el que crecieron. Sin duda, el mejor que ha existido jamás.
En la trinchera de enfrente, siempre aparece un recluta del nuevo fútbol moderno e invasor. Un soldado provisto de ridículas botas fosforito, abdomen bien tallado y camiseta ajustada. Un pelotero del nuevo siglo que por desventura piensa que en el marcador está la gloria. Un ciego inconsciente, incapaz de ver que los laureles en el fútbol no se consiguen a base de goles.
A pesar de que los años pasan, que las vidas vuelan y los cuerpos cambian, el grupo de eternos colegas que forman The Trooper, no se separa. Su inquebrantable equipo de fútbol les une, les ampara y los lleva a ganar su enésima batalla. Un pase sin destino, una parada sin balón, incluso un chupinazo al vacío son, sin duda, el mejor de sus legados.
La casaca azul de The Trooper, desgastada en eternas lavadoras, la sudan tuercebotas inconscientes, barriletes de buen pie, viejas glorias sin rodillas y motivadores incansables. Un ejército de irreductibles que durante cuarenta interminables minutos dejan su huella imborrable en una cancha de hormigón. Esperanzados en alcanzar la gloria de un tercer tiempo regado con la eterna cerveza que hidrata su amistad. A pesar de los constantes marcadores adversos, cada domingo, la victoria es suya. Esencialmente porque están, han estado y estarán siempre juntos. La esencia de aquel fútbol de antaño con el que crecieron.
Solo por eso, The trooper, es uno de los mejores equipos de fútbol que han visto mis ojos. El orgullo de un barrio, una ciudad y un referente para toda una generación. Sin embargo, para mi, son mucho más que eso, son simplemente, mis amigos.