
El reciente caso de Nico Williams, y su frustrado fichaje por el Barça, ha hecho recordar un casi análogo de los años 90 del siglo pasado. No es otro que el de Julen Guerrero, que teniendo la posibilidad de ir alguno de los mejores equipos de Europa siguió en San Mamés…con desigual fortuna.
Las ofertas de los más poderosos a los futbolistas destacados de los escalafones inferiores pueden marcar el destino de los campeonatos y de las propias carreras profesionales. La trayectoria lógica de cualquier jugador que destaca parecer ser un equipo más grande que aquel en el que empieza a despuntar pero que quizá no puede ofrecerle muchas perspectivas de grandes triunfos colectivos. En eso la cantera vasca tiene mucho que aportar,
A comienzos de los años 90 el Athletic de Bilbao pasaba por uno de sus típicos procesos de transición generacional. El gran equipo de comienzos de los 80 había ido desapareciendo de forma progresiva y los altos puestos de la tabla clasificatoria parecían lejos. De hecho, en la temporada 90-91, en la que Javier Clemente volvió al banquillo vasco, se había coqueteado con el descenso de forma harto peligrosa. En 1992 la junta directiva dio un golpe de mano: contratar a un prestigioso entrenador alemán, Jupp Heynkess, una vieja leyenda de los terrenos de juego que había empezado una prometedora carrera como técnico, con algunos éxitos iniciales en el Bayern Munich.. En un entreno de pretemporada vio jugar al filial, y puso su atención en un joven jugador de dieciocho años que mostraba un desparpajo y unas maneras más que notables. Dijo que lo quería para el primer equipo. No era otro que Julen Guerrero, natural de Portugalete y que así daba el salto a la elite del futbol profesional.
Fue una ráfaga de aire fresco para la un tanto alicaída afición bilbaína, necesitada de nuevos idolos. Tras mostrar muy buenas maneras en su primer año, explotó de forma completa en su segunda temporada, con dieciocho goles, siendo el máximo realizador de los vascos. Era un media punta incisivo, con muy buena visión de juego y, por encima de todo, gran olfato de gol. Gran llegador, tenía una notable habilidad para el desmarque y conjugaba un potente disparo con un buen uso del remate de cabeza. Clemente, ahora seleccionador, lo convocó para el Mundial de Estados Unidos y disfrutaba de bastantes minutos con el combinado nacional.
Mas allá de sus méritos futbolísticos, Guerrero fue una conmoción social. Su peculiar físico, muy apuesto, con un aire al Tadzio de “Muerte en Venecia”, le hizo ser el ídolo de casi todas las adolescentes del país. Cada entrenamiento en el que participaba se convertía en una congregación de fans deseosas de lograr un autógrafo. Insoportablemente guapo y gran jugador, los contratos publicitarios le llovían a mares, se publicó un libro en torno a su figura (“Julen Guerrero, alma de ganador” Ediciones Aguilar 1996) y al poco tiempo era una de los rostros mas conocidos de la España de los 90 (incluso hizo un cameo en la serie más popular del momento “Médico de familia”). Era una sensación en toda Vizcaya, el referente de toda una afición, la imagen impoluta con la que sueña todo deportista. En buena medida se trató de un precedente nacional del fenómeno que unos pocos años después protagonizaría David Beckam.
Guerrero fue una sensación mediática y deportiva en la España de los años 90. Todo en él apuntaba a convertirse en un jugador que iba a marcar una época. Con visión de juego y gran olfato de gol. El Real Madrid estaba dispuesto a hacer un gran esfuerzo económico para tenerlo en sus filas. Decidió seguir en el club de su vida
Solo le faltaba una cosa: no jugaba en un equipo puntero. Aunque el Athletic consiguió clasificarse para la U.E.F.A en la temporada 93-94, los títulos estaban lejos de las posibilidades de los vizcaínos, siempre atados por su política restrictiva en cuanto a contrataciones. No era complicado prever que el joven mediapunta estaba en el punto de mira de varios equipos importantes. Se habló del Barça en un principio, pero el que pareció tener decidido apostar por ficharlo fue el Real Madrid. Además en 1995 había llegado la revolucionaria sentencia Bosman, y las fronteras de los jugadores europeos se abrieron definitivamente. No se tenía claro si la política rojiblanca podría sobrevivir en ese contexto.
Era un Madrid un tanto debilitado, pero que acababa de proclamarse campeón de Liga con Jorge Valdano de entrenador, y que aun tenía ciertos rescoldos de la Quinta del Buitre. Arrastraba una notable crisis económica de los últimos años de mandato de Ramón Mendoza, pero parecía dispuesto a hacer un esfuerzo por fichar al jugador español con mas proyección y su claúsula se situaba en torno a los 500 millones de pesetas de la época, cantidad estimable aunque no desorbitada. En Bilbao la posibilidad de perder a su ídolo se vivió como una cuestión de máxima inquietud. El presidente, José María Arrate, estuvo dispuesto a echar el resto con tal de retener al su máximo activo. Le ofreció un contrato casi vitalicio de doce años siendo con diferencia el jugador mejor pagado de la plantilla. Guerrero aceptó; su ilusión de toda la vida no eran los títulos en la Castellana sino el disfrutar jugando en el equipo de sus sueños, soñaba con sacar la Gabarra algún día. Cuando recibió una alevoso pisotón por parte de Diego Simeone, en San Mames se vivió como una agresión a la entidad mas que al propio jugador.
La decisión pareció acertada en el corto plazo. En 1996 llegó otro entrenador extranjero a Bilbao, el hispano-francés Luis Fernández, que dio un nuevo impulso a la nave rojiblanca. En su segundo año al frente del equipo el Athletic fue segundo solo por detrás del Barça, y conforme al cambio de reglas de las competiciones europeas se ganó el derecho a participar en la Liga de Campeones en nada menos que el año del centenario. Guerrero seguía siendo un referente y un fijo de las convocatorias de la selección.
A partir del año 2000 fue cayendo en una todavía no aclarada decadencia deportiva. Los entrenadores no contaban con él como titular y fueron surgiendo rumores muy asentados de que estaba sufriendo un complot por parte de los jugadores más destacados de la plantilla bilbaina. Se retiró prematuramente en 2006 a los 32 años
Pero todo cambiaría drásticamente a partir del año 2000. Todavía con Luis Fernández en el banquillo empezó a perder la titularidad indiscutible. Seguía mostrando destellos de clase, pero estos eran cada vez más intermitentes. Una lesión de rodilla agravó la situación y lo cierto es que las prestaciones de otrora ídolo bilbaíno empezaron a reducirse drásticamente. Desapareció de las convocatorias de la selección y empezaron a surgir rumores bastante consolidados de que el jugador vivía un complot en su contra en el vestuario, cuyo origen estaba en los celos y resquemores que provocaba su popularidad social. Ni si quiera la vuelta de Jupp Heynkess, el gran mentor de sus comienzos, al banquillo de San Mamés en 2001 pudo revitalizar su carrera. En 2006 con apenas treinta y dos años, anunciaba su retirada del fútbol profesional, en una emotiva rueda de prensa cubierta de lágrimas. Siempre hubo la sensación de que un gran futbolista se había quedado a medio camino de una carrera aun mas destacada y la hipótesis de lo que hubiera podido ser en caso de aceptar los cantos de sirena de los grandes, quedo en la mente de no pocos aficionados. Quizá rodeados de jugadores de más nivel y dejando de ser el emblema de una entidad centenaria, con el peso que eso suponía, sus cualidades hubieran podido acrecentarse.
En su legado quedan 372 partidos con la zamarra rojiblanca y 116 goles. Destacados números que le otorgan una posición destacada en el santoral vizcaíno, pero un tanto alejado de los grandes mitos (Zarra, Dani, Gainza y compañía) a los que estaba destinado a equipararse. Al menos, en su última etapa dejó un recuerdo épico, en un Athletic-Osasuna de enero 2005, en que los locales remontaron un 0-3 en contra, y el 4-3 en el minuto 89 fue obra de Guerrero, que como era regla habitual en esa última etapa de su carrera había salido desde el banquillo. Un canto del cisne que rememoró viejas épocas que ya sonaban lejanas.