Tras una primera vuelta irregular y tener todos los síntomas negativos que pudieran imaginarse, el Atlético de Madrid ha enderezado su rumbo de manera notoria en la última fase del campeonato Liguero.  Una resurrección con la que no muchos contaban

No hay memoria más frágil, quebradiza y aleatoria que la del aficionado futbolero. De una jornada a otra, de una eliminatoria a otra, de una temporada a otra los ídolos pasan a ser villanos, las figuras se convierten en paquetes, las referencias empiezan a ser molestas. Los cambios, de cualquier tipo, son recibidos con esperanzas desmedidas, aunque poco o nada se sepa del nuevo entrenador o de los jugadores de los que se ha oído hablar tangencialmente, toda cara nueva trae consigo el nacimiento de la expectativa de llegar a la tierra prometida de los éxitos.

En el Atlético de Madrid se mantiene el entrenador desde hace más de once años. Es un record inédito en un entorno en el que el corto plazo lo marca todo y sobre que todo el mundo tiene derecho a opinar: prensa y aficionados especialmente. En ese periodo de tiempo los resultados han sido de dos tipos, o simplemente buenos o excepcionales. Modestos en comparación con los grandes buques insignia del fútbol europeo y descomunales en relación con la clase media del mismo y con la propia historia moderna del Atlético de Madrid. De 1993 a 2012 el equipo estuvo entre los tres primeros de la Liga en una sola ocasión (el año del doblete de 1996); desde 2013 no se ha bajado de la tercera plaza nunca, incluyendo dos títulos de Liga, además otros éxitos importantes. En un entorno tremendamente estratificado como es el futbol europeo actual, en el que los equipos más poderosos marcan la agenda de forma insistente con grandes presupuestos, masas salariales disparadas y acumulación de talento en sus filas, el Atlético supone un elemento casi siempre seguro de fiabilidad aun con ocasionales descalabros como la pobrísima campaña europea de esta temporada.

De 1993 a 2012 el equipo estuvo entre los tres primeros de la Liga en una sola ocasión (el año del doblete de 1996); desde 2013 no se ha bajado de la tercera plaza nunca, incluyendo dos títulos de Liga, además otros éxitos importantes.

En la primera parte del campeonato todo parecían malas noticias para los del Metropolitano: se jugaba mal, los jugadores referencia estaban en baja forma, la antaña seguridad defensiva brillaba por su ausencia y el panorama pintaba más que oscuro. En torno a Simeone se ceñían nubarrones; todo olía a ambiente fin de ciclo, a época amortizada por el paso del tiempo. Un entorno enrarecido se apoderó del Metropolitano, ya no parecía existir la vieja comunión entre afición y equipo, ni la grada idolatraba a su ídolo de banquillos en la misma medida. Desde la consecución de la Liga de 2021 y la vuelta a los estadios tras la terrible pandemia nada era como se esperaba. Una plantilla de teórica calidad, sin el ardor guerrero de antaño representada en los Gabi, Godin o Juanfran, pero con más argumentos técnicos en sus pies, como había demostrado la primera vuelta del ejercicio 20-21, se mostraba con un cuadro deslavazado sin ninguna de las virtudes que le suponían un combinado capaz de mirar de nuevo a la cara a los grandes trasatlánticos. En ese contexto la figura de Joao Félix emergía como elemento de referencia de aquellos que dudaban del entrenador que más tiempo y mejor ha entrenado a los rojiblancos. La gran inversión del club, su teórica referencia para poder competir por los grandes logros, pasaba más tiempo en el banquillo que en el campo; solo ofrecía destellos puntuales de calidad, era sustituido la mayoría de los partidos y en muchos ni siquiera era titular. Además, el equipo cuajaba una fase de grupos de Champions desastrosa saldada con un tétrico cuarto puesto que le dejó fuera de Europa a las primeras de cambio. Se señaló a Simeone como responsable del desaguisado; si en los triunfos había sido la referencia en los fracasos también era la cabeza visible.

Foto Goal

Pero llegó el Mundial y tras él una serie de decisiones trascendentales: Joao saldría en calidad de cedido y con él se irían jugadores que ni por rendimiento ni posiblemente mentalidad encajaban en el ideario cholista: Cunha y Felipe acompañaron al portugués. En verano Lodi había enfilado la puerta de salida con el mismo argumento; no se sentía cómodo con el estilo de un técnico que parecía a contracorriente de algunos de los integrantes de su plantilla. La decisión era una reválida para Simeone: si Joao la rompía en Londres y el Atlético no se enderezaba todos le señalarían como el gran lastre del club al que tanto ha dado.

La decisión era una reválida para Simeone: si Joao la rompía en Londres y el Atlético no se enderezaba todos le señalarían como el gran lastre del club al que tanto ha dado.

Unos meses después la victoria del Cholo es total. Ha enlazado una recuperación espectacular en el campeonato de Liga, insuficiente para pelear por él dado el altísimo porcentaje de puntuación que ha seguido el Barça, pero suficiente para asegurar el objetivo vital de asegurarse la Champions del año siguiente y mirar de nuevo de frente a culés y Real Madrid. Diez victorias y solo tres empates le han convertido en el mejor equipo de la segunda vuelta. Todos sus puntales han vuelto por sus fueros: Oblak, Koke, Marcos Llorente y por encima de todo un imperial Antoine Griezzman, en la actualidad el mejor jugador de la Liga. De nuevo fue Simeone su gran valedor en su regreso y su empeño fue tal que hasta soportó el dantesco espectáculo de solo poder alinearle durante treinta minutos al comienzo de la temporada. Por el contrario, la trayectoria de Joao en el Chelsea da la razón en todo por ahora a aquel que en teoría coartaba su talento; no pasa de seguir siendo un jugador de puntuales apariciones e inconsistencia crónica. En su descargo cabe decir que ha caído en uno de los equipos más caóticos y desastrosos del continente europeo. Pero ya son cuatro los años de ejercer como eterna promesa no cuajada. Y eso no parece accidental. Tampoco el desarrollo del resto de exiliados les hace merecedores de ser considerados víctimas de un estilo que no les convenía; todos ellos viven en la misma intrascendencia del portugués.

No es la primera vez que Simeone revierte una situación que parece destinada a finalizar sus días en el banquillo colchonero; en la temporada 19-20 se fue a la pandemia sexto clasificado para acabar tercero de forma sobrada, en la 20-21 una irregular segunda vuelta pareció tirar por la borda una Liga que parecía en el bolsillo pero la reacción final de cuatro victorias y un empate en los últimos cinco partidos llevaron la ansiada Liga a las vitrinas atléticas y la temporada pasada todo apuntaba a quedar fuera de la Champions; diez victorias, dos empates y dos derrotas en la llamada “Liga de 14 partidos” salvó un año más que irregular. Muchos, incluido el autor de estas líneas, sospecharon en varias ocasiones que prolongar la estancia de Simeone era cuanto menos dudoso en función de las sensaciones que se percibían. Pero el que resiste suele triunfar. Y pocos ostentan la capacidad de aguante y reinvención del argentino. Una vez más está callando bocas. Y van unas cuantas.

En su debe cabe hacer constar que acumula dos temporadas sin pelear por los títulos hasta el final. Pero esto no debe llevar a engaño. Tomando como referencia otros equipos de parecido potencial al de los rojiblancos, sus números son extraordinariamente sólidos en la década cholista. En el mismo periodo de tiempo el Arsenal actual líder de la Premier lleva cuatro años sin asomarse a la Champions, el Borussia Dortmund eterno rival del Bayern ha ganado dos copas de Alemania. el Totemham no conoce las mieles de un título pese a poderosas inversiones o el Inter de Milán ha conocido de dos Scudettos y una Coppa de Italia. Incluso trasatlánticos del calibre del Manchester United muestra números mucho más pobres. Toda una muestra de fortaleza si se sitúa en su justo contexto.

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