Publicamos el relato ganador del  III Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad de La Galerna. Escrito por uno de los nuestros.

Para Pablo, a sus diecisiete, aquellas no iban a ser unas fiestas navideñas fáciles. Su época favorita del año era la Navidad. En ella solía dedicarse a pasear y jugar al fútbol con los amigos del barrio. Algunas noches trasnochaba jugando a la “Play”. Pero, sobre todo, era el momento de pasar ratos con su abuelo Vicente. El abuelo Vicente, era un hombre de mundo. Fue empresario, culto, aficionado al cine y la lectura y además un gran madridista. Cuando nació Pablo asumió la labor de inculcar el madridismo como uno de los valores vitales de su nieto. Consiguió su objetivo. De hecho, cada 25 de diciembre nunca faltaba en casa de Pablo un paquete con la camiseta de del jugador del Real Madrid que, a criterio de su abuelo, había sido el más destacado de la temporada.

Este año, en su época favorita del año tendría que enfrentarse por primera vez a la ausencia de su abuelo Vicente.  Desgraciadamente les había dejado para siempre hacía tan solo tres meses. Aquel día, el último día, Pablo lo recuerda con especial intensidad. Aun es capaz de sentir el último abrazo que le dio a su abuelo cunando fue a visitarlo a su casa por última vez. Recuerda como aquel día, cuando él pensaba que el rutinario abrazo de despedida había llegado a su fin, notó como el abuelo le volvía a apretar con fuerza. Como si quisiera alargar el momento mucho más de lo normal. Como si supera que ese iba a ser el último abrazo que le daría a su querido nieto. Algo que le resultó extraño. Cuando unos días más tarde recibió la fatal noticia por parte de su padre, aquel abrazo se le vino de inmediato a la mente y entonces lo comprendió todo.

A pesar del anonimato que permiten las redes, de entre todas sus amistades destacaba “Junioor20”

Su vida, más allá de echarlo de menos prácticamente a cada instante, no había cambiado mucho. Seguía con sus rutinas cotidianas. Asistía al colegio. Practicaba deporte con sus amigos. Veía a su Real Madrid y jugaba a la Play. Esta última era una actividad a la que dedicaba más tiempo del que les gustaría a sus padres. Aunque resignados, lo veían como algo inevitable al ser hijo único. Sin embargo, su abuelo disfrutaba mucho viéndolo jugar. En muchas ocasiones Vicente animaba a su nieto mientras jugaba a la Play. En alguna ocasión con más pasión que en un partido de Champions. A Pablo, se le daba especialmente bien. Cómo no, su juego favorito era el FIFA. Su dedicación le había permitido tener cierto nivel. Además, gracias a ello, había conocido a algunos amigos “gamers” con los que incluso mantenía algunas conversaciones por chat de cosas más allá del fútbol. A pesar del anonimato que permiten las redes, de entre todas sus amistades destacaba “Junioor20”. Era bastante parecido a él en su forma de entender el futbol y la vida. Incluso le habló de la reciente marcha de su abuelo Vicente.

Aquel año iba a ser muy diferente. Para evitar una cena de Nochebuena sumida en recuerdos, sus padres optaron por pasar unos días en un resort de República Dominicana. A Pablo no le pareció mal, siempre que le dejasen llevar en su maleta su “Play”. Temía que tendría que pasar muchos ratos a solas con sus padres.  Por el huso horario, no podría ni siquiera chatear con sus amigos de Madrid y, por tanto, la consola sería su tabla de salvación.

La llegada al hotel le sorprendió. Sus padres no habían escatimado en gastos. Nunca lo hacían cuando se traba de contentarle. El hospedaje consistía en un pequeño bungaló con vistas al mar, porche y pequeño jardín con hamaca atada al tronco de un cocotero. Y, sobre todo, una enorme televisión en el salón que era además el lugar donde él dormiría. Las partidas nocturnas estaban más que aseguradas. El primer día, lo dedicó a disfrutar de todo el ocio que ofrecía el resort. Cuando llegó la noche, decidió que era el momento de conectarse a su Play Station. Suponía que, por el cambio horario, sus habituales rivales ahora estarían durmiendo. Pero le sorprendió ver que “Junioor20” estaba “online”. Pensó que estaría también de vacaciones. No tardó en retarle. Sin más, el partido empezó. A pesar de que no había goles fue uno de los más entretenidos que recordaban, con muchas ocasiones. En el descuento, una jugada en el área de “Junioor20” hizo que el árbitro virtual señalara pena máxima. A Pablo se le escapó un -¡Siiiuuu¡- al más puro estilo Cristiano Ronaldo que rápidamente atenuó para no despertar a sus padres. Le pareció curioso que justo al mismo tiempo un grito de rabia se escuchara en el bungaló vecino. No le dio más importancia. Atribuyó el hecho a la casualidad o alguien viendo futbol por la ESPN. Procedió a tirar el penalti, pero falló. “Junioor20” acertó la trayectoria. Una vez más su grito de rabia coincidió con el de alegría de su vecino. No podría ser tanta casualidad. Dejó el mando sobre el sofá y salió al porche. Al mismo tiempo, vio que en el bungaló vecino alguien hacía lo mismo. No había mucha luz, no podía distinguir con nitidez aquel rostro de tez oscura de su vecino, que al momento preguntó, con un marcado acento brasileño: – ¿PabloGol? – Pablo respondió: – ¿Junioor20?- No podía ser. ¡Era demasiada casualidad! En ese momento, Junioor20 dio un salto con una agilidad sorprendente por encima de la barandilla de su porche. Se acercó al alojamiento de Pablo. Nuestro protagonista se quedó helado, no sólo porque estaba conociendo a su rival “gamer” con el que había compartido tantas horas. Sino que, además, su oponente, su amigo en definitiva, era Vinicius Jr., jugador del Real Madrid.

Le pareció curioso que justo al mismo tiempo un grito de rabia se escuchara en el bungaló vecino

Vinicius abrazó sin vacilar a Pablo, que seguía inmóvil ante la sorpresa. Le contó que estaba allí pasando unas vacaciones después del Mundial junto con familia. Sus obligaciones deportivas le forzaban a volver a Madrid antes del día 24. Le quedaba por tanto un solo día para disfrutar del sol caribeño. Estuvieron algo más de una hora hablando, como a veces lo hacían a través de la consola y después se fueron a dormir.

A la mañana siguiente, último día de Vinicius en el resort, Pablo se despertó pronto y contó a sus padres lo acontecido la noche anterior. Al principio no le creyeron. Al terminar, vio sobre la hamaca del jardín un balón de playa con una nota. Salió raudo a ver de qué se traba.  Cogió el balón y leyó: “A ver si con los pies eres tan bueno como con el mando. Te espero a las 9:00 en la playa. Fdo: Vini Jr”. No lo dudó, se vistió rápido y salió directo hacia la playa. Allí estaba Vinicius junto con unos amigos dando toques al balón de forma magistral. Al verle, el jugador del Real Madrid se apresuró a abrazarle. Insistió en ser compañero de equipo suyo y después de las presentaciones empezó el juego. Fueron cuarenta minutos de un juego divertido. Pablo participó mucho, corrió y disfrutó como nunca lo había hecho jugando al futbol. En la última jugada, Vinicius regateó con un sombrero a uno de sus amigos y directamente centró el balón hacia la posición de Pablo. Este se giró sobre sí mismo y realizó una chilena de enorme plasticidad.  El balón entró después de dar en el larguero. En ese momento Vini corrió hacia él. Se unió al gesto que instintivamente le salió a Pablo. Era el de mirar hacia arriba con los índices apuntando al cielo. Vinicius sabía que aquel gol estaba dedicado a su abuelo Vicente.

Una vez terminado el partido, Vinicius, junto con su familia y amigos se marcharon. Un nuevo abrazo bastó para sellar una amistad que hasta ahora era sólo virtual. Al día siguiente, Pablo celebró la Nochebuena con sus padres. Fue una cena algo anodina. El 25 tampoco empezó como la típica mañana feliz de Navidad. El habitual amanecer con los regalos bajo el árbol debía esperar a estar en Madrid. De repente, alguien del servicio de habitaciones llamó a la puerta. Traía una pequeña caja para Pablo. Él la abrió, y sonrió. Era una camiseta de Vinicius con una nota escrita con letra que él ya conocía: “Amigo, tienes que enseñarme a hacer esas chilenas. Fdo: Vini Jr”. En aquel momento, todas las emociones de estos días brotaron de golpe. No sabía si estaba triste o alegre.  Sentía que le faltaba el aire. Tenía ganas de llorar. Cogió la camiseta y les dijo a sus padres que se iba a dar un paseo. Finalmente, sentado en la arena de playa, se dio cuenta de que, un año más, había recibido la camiseta del jugador que más le había gustado a su abuelo. Ahora sí, rompió a llorar, pero la sensación era claramente de felicidad. Porque tenía la certeza de que alguien cuidaba de él desde el más allá y de que, además, lo haría durante el resto de su vida.

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