Recordamos a un portero mítico de los noventa en el futbol español, Wilfred Agbonabare. Un homenaje a un futbolista que dejó marcados a una generación entera.
El fútbol, como el deporte en general, es capaz de crear héroes y mitos que trascienden todo tipo de ámbitos. Maradona, Messi o Pele no son simple jugadores. Su relevancia va mucho más allá del balompié. Los tres fueron en su momento considerados los mejores del mundo. Todos ellos proyectaron a la sociedad valores que sirvieron de referencia para mucho niños y jóvenes. No siempre fueron un buen ejemplo. En realidad los futbolistas están barnizados por la imperfección, son simples dioses mortales.
Cuando era niño, allá por finales de los ochenta y principios de los noventa, un jugador llamó la atención de mi grupo de amigos. Aquel futbolista se llamaba, Wilfred Agbonavbare, portero nigeriano del Rayo Vallecano. En aquella época, un portero africano se veía como algo exótico. Aunque era mas habitual de lo que parecía. N´kono, Rufai y Songo ‘o eran ejemplos de cancerberos que llegaron a nuestro futbol desde el continente africano. Sin embargo, a todos ellos se les veía con sorna y petulancia. Éramos un país lleno de prejuicios.
Sin embargo, Wilfred era una persona diferente. Desprendía una fuerte personalidad. Pero no lo hacia desde la agresividad o la altanería del que se sabe afortunado. De hecho, era todo lo contrario. Wilfred hipnotizó a muchísimos niños madrileños por la humildad que desprendía su forma de ver la vida.
Ser futbolista en el Rayo Vallecano implica muchas cosas. Aquel que defiende la franja roja sabe que representa a un barrio, obrero y humilde. Un lugar donde el esfuerzo y la lucha diaria son una constante. La ostentación y la opulencia no puede sudar esa camiseta.
Ser futbolista en el Rayo Vallecano implica muchas cosas. Aquel que defiende la franja roja sabe que representa a un barrio, obrero y humilde. Un lugar donde el esfuerzo y la lucha diaria son una constante. La ostentación y la opulencia no puede sudar esa camiseta.
Wilfred lo entendió a la perfección. Sabía lo que representaba su equipo. Fue un hombre cercano a sus aficionados. Se mimetizó con ellos haciendo vida en el populoso barrio del sur de Madrid. Pero en aquella época, España, no era el país multicultural que es hoy. Un africano paseando por las calles llamaba la atención. Desgraciadamente la homogeneidad decoraba nuestras vidas. Fueron años complejos, surgió en nuestra sociedad una tribu urbana que tiñó nuestras calles de violencia. Los skinheads campaban por nuestros campos de futbol, avenidas y plazas. Sus actitudes violentas y xenófobas impactaron de improviso en nuestro día a día. Wilfred fue diana constante de esa sin razón.
Cada domingo que el Rayo Vallecano jugaba fuera de Vallecas los ultras del equipo rival lo insultaban. Desde el silencio, Wilfred respondió siempre donde más dolía, poniendo un cerrojo en su portería. A cada insulto racista le acompañó una parada, a cada cantico xenófobo una palomita y a cada acto de racista su manopla reaccionaba parando el balón y la intolerancia.
Una década entera estuvo demostrando sus virtudes en nuestros campos de futbol. Primero fue el Rayo y luego el Écija. Tiempo más que suficiente para que conquistara el corazón de muchos de nosotros.
Desde el silencio, Wilfred respondió siempre donde más dolía, poniendo un cerrojo en su portería. A cada insulto racista le acompañó una parada, a cada cantico xenófobo una palomita y a cada acto de racista su manopla reaccionaba parando el balón y la intolerancia.
Un día, sin hacer mucho ruido, como era habitual en él, Wilfred dejó el futbol y se marchó. Nadie volvería a saber de él. Años, muchos años, después, reapareció en un extraño realty show de la televisión. El jefe infiltrado se llamaba el programa. Wilfred surgió en escena de improviso. Ya no era futbolista, no se vestía con su camiseta verde pintada de colores. Era un simple trabajador que se ganaba la vida porteando maletas en el Aeropuerto. Sin embargo, su sonrisa era la misma. Por su puesto, su humildad también.
Después del futbol su vida fue un periplo de infortunios. Volvió a su país, Nigeria. Su mujer enfermó de cáncer y Wilfred gastó todo lo ahorrado durante años para costear su recuperación. Por desgracia el esfuerzo fue en valde. Ella no lo consiguió. Sin dinero en los bolsillos volvió a España. Aquí se ganó la vida como cualquier trabajador vallecano que tan dignamente representó durante años. La franja había tatuado su piel para siempre.
Wilfred moriría repentinamente por un cáncer. Vallecas, le recuerda cada domingo con una pancarta en su Estadio. Hay muchos tipos de futbolistas. Como también existen muchos héroes en la vida. Wilfred Agbonavbare, fue las dos cosas. Yo y mis amigos, no le olvidaremos nunca. Para siempre en nuestro recuerdo, estará, Willy, el Gato de Vallecas.
Merecido homenaje a Wilfred, un hombre bueno, un futbolista humilde, con gran fortaleza de espíritu, que estoicamente soportó lo insoportable; sin amilanarse ante las vilezas, insultos y afrentas que tanto sufrió. (Cuesta ver sin vomitar, rabiar y llorar, ese video que muestra en el estadio Bernabeu a la escalofriante masa de miles de fieras racistas gritando sin parar “¡Wilfred cabrón recoge el algodón!; ¿lo habrá visto Vinicius?)
Mucho han cambiado las cosas desde entonces, pero la violencia no sólo persiste, sino que ha aumentado exponencialmente. Los skinheads -cerebros rapados- han (casi) desaparecido de nuestras calles y plazas; pero dejando paso a grupos como las peligrosas bandas latinas en Madrid, o las manadas de radicales en el País Vasco o Barcelona que, por motivación política o religiosa, atemorizan a propios y extraños con actos terroristas que los buenistas llaman de “baja intensidad”.
Agradezco al articulista este emotivo recuerdo de Wilfred. Él sí que proyectó, en el fútbol y fuera de él, “valores que sirvieron de referencia para muchos niños y jóvenes”; mucho más que Pelé y Messi juntos. (Lo que proyectó Maradona me lo callo).
Precioso artículo, Luis. Felicidades