A través de los ojos de un padre futbolero y de su pequeña hija de siete años reflexionamos sobre el fútbol de hoy en día. Un deporte excesivamente cargado de polémica.   

Hoy, como todos los días, fui a recoger a mi hija de siete años al colegio. Al llegar, la vi llorando desconsoladamente. Una imagen difícil de digerir para una padre. La recibí con un abrazo. Tras calmarla, pregunté el porqué de los sollozos. Ella abrumada por la situación, me contestó, tres compañeros de clase se han reído de mí,  por mi mochila. Ese zurrón de la discordia, fue un regalo mío. Un obsequio tras una entrañable tarde de fútbol en familia. Una dádiva que llegó después de una inocente e incesante petición. Una suplica imposible de ocultar. El bolso del conflicto llevaba serigrafiado el escudo de su equipo, del mío y del de muchos. Pero quien podía imaginar que por esa mochila, por un equipo de fútbol, mi princesita se iba a sentir extranjera en su ciudad.

¿De qué equipo? Eso da igual. No es una cuestión de colores. No se trata de buenos contra malos. Algunos dirán, que a ellos de pequeño también les pasó. No diré que no, pero en mi niñez todo era diferente. En esa España de los años ochenta en que crecí se tiraban cabras desde el campanario. Un presidente de un equipo de fútbol decía sin tapujos “al negro le corto el cuello”. Y en  el estadio del club más laureado se gritaba “negro” a un nigeriano que era portero del Rayo.

Cuarenta años después, espero mucho más de mi país, del fútbol y de la sociedad en general. No culpo de lo sucedido a tres chavales de siete años. Al fin al cabo, niños son.  Espejo y reflejo de sus mayores que están pintando un espectáculo futbolero difícil de soportar. Un deporte que se proyecta más allá de un noble juego con tertulias chabacanas. La ofensa tiñe cualquier sana  rivalidad. Si ganas te grito y si pierdes me rio. Sin respeto y con desprecio.

Cuando los relatos dejan de lado el decoro, poca consideración se le podrá exigir a los aficionados. Mucho menos a los más pequeños. Me niego a que este deporte se convierta en una caja de extorsión. Ni en fertilizante de exclusión. Urge a todos los futboleros revindicar un deporte abierto. Un futbol integrador, que sea un arco iris para todos y todas. En definitiva una herramienta contra la intolerancia.

Un espectáculo donde la pasión del hincha, del aficionado, conviva con el respeto al adversario. Entendiéndolo como un compañero de viaje que simplemente tiene una camiseta diferente. O una mochila de otra color.

Por su puesto mañana, mi hija llevará su mochila colgada en su espalda. Esa que tiene el escudo de su equipo grabada. Reivindicando sus colores. Pero sobre todo exigiendo a sus mayores, un fútbol diferente, respetuoso y tolerante.

Leave a comment.

Your email address will not be published. Required fields are marked*