El fútbol de hoy es muy diferente al de nuestra niñez. A continuación, relatamos una visión personal e intimista de cómo se vivía el fútbol en la década de los ochenta.
Crecí en los años ochenta, una época en donde no se usaban teléfonos móviles, no existía internet y todo lo que nos rodeaba parecía más cercano. Los años ochenta fueron una década prodigiosa, España vivía sumergida en su “movida”. Había una única televisión y los niños se educaban viendo punkis y electroduendes en un mítico programa llamado “la Bola de Cristal”. Todo parecía una fiesta, se rompían estereotipos del pasado y se experimentaba con la vida. Los excesos se inyectaban en vena con jeringuillas infectas que aniquilaban sueños de grandeza.
Los años ochenta fueron una década prodigiosa, España vivía sumergida en su “movida.
En este contexto de cambio crecí y viví mis primeros años de vida, los recuerdos que tengo de esa época son felices e intensos. Solía ir a todas partes con un balón de fútbol bajo el brazo. El fútbol, por fortuna, apareció muy pronto en mi vida. Sin embargo, ese fútbol era diferente al que viven los niños de hoy. El fútbol que estaba empezando a latir en mí era un punto de encuentro, una manera de afrontar la vida, un enjambre de relaciones humanas y personales. Ese fútbol quizá hoy ya no exista, pero para muchos de los niños que crecimos en los años ochenta ningún otro volverá a ser como aquel. Quizá solo nos quede la nostalgia.
El fútbol lo vivíamos como un juego, pronto pasó a ser una gran afición y para algunos se convirtió en una pasión. El intercambio de cromos en la escuela, las primeras camisetas, los partidos en televisión, poco a poco uno iba conectando con el fútbol de elite. Incluso en ese fútbol de elite de antaño, todo era muy diferente al que vivimos hoy en día.
Los equipos de fútbol eran clubes deportivos y no empresas capitalizadas con un solo dueño. La formación de jugadores y la cantera era la base de los proyectos deportivos. El Club se concebía como un ingrediente más de la identidad de la ciudad. Crecí viendo un fútbol donde la Real Sociedad o el Athletic Club de Bilbao ganaban Ligas y Copas gracias a portentosas camadas de jugadores formados en sus categorías inferiores. Arconada, Dani, Lopez Ufarte, Sarabia o Goicoechea alcanzaron la gloria sin moverse de casa. En el primer Real Madrid que viví, los jugadores más importantes no venían de lejanas latitudes, eran unos chicos criados en las calles de la capital, estos jóvenes madrileños maravillaban con un fútbol exquisito. Butragueño, Michel, Sanchis, Martín Vázquez y Pardeza fueron bautizados como la Quinta del Buitre, su estilo de juego estético y virtuoso dejó una impronta inolvidable en nuestro fútbol.
Los equipos de fútbol eran clubes deportivos y no empresas capitalizadas con un solo dueño. La formación de jugadores y la cantera era la base de los proyectos deportivos.
El fútbol cuando era niño se vivía de pie y con un intenso olor a “Puro”. Los estadios en los años ochenta eran alegorías de cemento y piedra, apenas había colores. Los afortunados que veían el partido sentado solían adquirir las famosas almohadillas. Recuerdo la primera vez que entre en un estadio, fue en el Vicente Calderon de la mano de mi abuelo Paco. No tengo muchos recuerdos del partido, pero sí de la odisea que fue entrar y salir del Estadio. En aquella época, todos los partidos de la jornada de Liga se jugaban el mismo día y a la misma hora, domingo cinco de la tarde. Las gradas estaban repletas de transistores que narraban los goles que acontecían en otros lugares.
Las camisetas de fútbol en los ochenta no cambiaban temporada tras temporada, los diseños eran sencillos y estables en el tiempo. Algunas ya tenían publicidad, si bien solían ser de empresas locales. Durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia, el Athletic Club y el Barça, se negaron a llevar publicidad en su casaca. Sus aficionados y dirigentes consideraban un sacrilegio manchar la camiseta con sponsor.
Crecí viendo un fútbol plagado de sentimiento y de pasión. Los jugadores enraizaban en los clubes por algo más que firmas contractuales. En los ochenta los jugadores de fútbol no tenían tatuajes, ni peinados de moda, tampoco tenían sus propias marcas de perfumes, no coleccionaban Ferraris y pocos hacían anuncios de televisión. El paso de los años fue cambiando el perfil, de repente los anuncios de televisión se llenaron de estrellas del fútbol, Eric Cantona se levantaba el cuello de la camiseta y decía “Au revoir”. El fútbol mutaba, el “merchandising” llegaba para quedarse y el negocio entraba por la puerta grande. La Televisión y la globalización universalizaron mi querido deporte. En Europa un tal Bosman revolucionó el fútbol, no lo hizo con un buen disparo a la escuadra o un portentoso regate, lo hizo dando una buena asistencia al libre mercado, este desconocido jugador belga llevó hasta las últimas consecuencias una demanda que acabó sentenciando que los jugadores de fútbol profesionales europeos no podían ser considerados extranjeros en ningún país de la Unión Europa. El “merchandising”, la televisión, el negocio y el mercadeo de jugadores cambiaron el fútbol para siempre.
El “merchandising”, la televisión, el negocio y el mercadeo de jugadores cambiaron el fútbol para siempre.
Posiblemente el Real Madrid no volverá a deleitar a los aficionados del buen fútbol con un equipo compuesto mayoritariamente por una quinta de prodigiosos canteranos. Ya nunca más los jugadores del Athletic Club y del Barça sudaran una camiseta impoluta sin el zarpazo de un spot publicitario. Por desgracia tampoco volveré a ver a mi querido Atleti derrochar coraje y corazón en el entrañable Vicente Calderon con su escudo de siempre. Lamentablemente la liturgia fútbolera de acudir al Estadio el domingo a las cinco de la tarde no volverá jamás, como tampoco aquellas apasionantes tardes de transistor con la jornada de liga narrada en un constante carrusel de emociones. Todo eso posiblemente ya no volverá, pero por fortuna estará para siempre en memoria. Es mi fútbol, el que viví siendo niño y con el que crecí, un fútbol eterno del que siempre estaré enamorado. Era otro fútbol, mi querido fútbol vintage.