Un hotel del norte de Madrid ha cobijado a grandes jugadores y equipos de fútbol de nuestro país. Un lugar arraigado a su barrio y su ciudad. A través de su peculiar historia hacemos un recorrido por las ultimas décadas de nuestro fútbol. Desde la mirada de un niño que luego se hizo adolescente y definitivamente adulto repasamos jugadores que marcaron una época de fútbol en Madrid.     

Crecí en los años ochenta, una década en la que no existía Internet y no se usaban teléfonos móviles. Fue en esa época cuando aparecieron los primeros videojuegos de la historia, míticos entretenimientos como el Tetris o el Pac-Man. Los cines en aquellos días eran puertas a nuevas dimensiones por descubrir, películas como Regreso al futuro, Los Goonies, Cazafantasmas o E.T. hacían que nuestros diminutos arrabales se hicieran todavía más pequeños.

Los años ochenta fueron un oasis de libertad. Madrid, la ciudad en que crecí, nunca dormía, vivía plagada de jeringuillas infectas, de crestas de colores y de libertad punk. Cada amanecer las calles de Madrid daban la bienvenida a un gentío de personas que pisoteaban sus adoquines sin miedo a que se hiciera de noche en la ciudad.

Entre ese profundo aroma de libertad di mis primeros pasos en la vida. Las calles eran nuestras, mías, tuyas, suyas, del otro y de otros. En el Madrid de los recuerdos de mi infancia, las avenidas eran al mismo tiempo, barras de un bar, dispensadores de heroínas, pistas de baile, pasquines reivindicativos y campos de fútbol.

En el Madrid de los recuerdos de mi infancia, las avenidas eran al mismo tiempo, barras de un bar, dispensadores de heroínas, pistas de baile, pasquines reivindicativos y campos de fútbol.

Las primeras patadas que le dimos a un balón, lo hicimos en medio del duro asfalto madrileño. Al fútbol se jugaba en las esquinas, con porterías desiguales pintadas en una pared o dibujadas artificialmente con dos jerséis. El fútbol estaba presente en las arterias de la ciudad.

Crecí en un barrio del norte de aquella desenfrenada metropoli. Un entrañable enjambre de ladrillo que nadie sabía decir si era el Barrio del Pilar, Peñagrande, Fuentelarreina o Puerta de Hierro. A mí eso me daba igual, era inmensamente feliz y eso me bastaba. Vivíamos la calle con naturalidad, sin miedos, como el destino perfecto para vivir una y mil aventuras.

En aquel pequeño cosmos que nadie sabía ubicarlo en un plano, el fútbol estaba muy presente. Pero claro, como todo en los ochenta era un fútbol diferente al de hoy en día. A unas cuantas manzanas de mi casa había un lugar muy especial para los niños futboleros de mi adorable barrio. Ese paraje, tenía nombre especifico, Hotel Monterreal.

En ese hotel, se concentró durante décadas el Real Madrid. Era relativamente fácil ver a Michel comprando el periódico en el quiosco de prensa. Si madrugabas era muy probable cruzarte con Butragueño y Martín Vazquez mientras daban un paseo mañanero. Siendo niño toparte con un futbolista era el culmen de la felicidad. Eran los ochenta y las estrellas del fútbol todavía no vivían en un olimpo de divinidad, eran personas accesibles y cercanas, que no ponían reparos a firmar un autógrafo en la libreta de un niño.

Algunos jugadores del Real Madrid y debido a la proximidad del Hotel Monterreal se instalaban en el barrio. Recuerdo a Tendillo y a Gordillo hacer la compra en el Supermercado de la Galería Comercial. No se me olvida como Chendo tomaba cervezas al lado de mi abuelo en el Bar Jericó, el abrevadero por excelencia de mi entrañable barriada.

La vida fue pasando y los años también. Los ochenta se fueron y llegaron los noventa, una década de euforia constante. Fueron años de carpetas “Grunges” forradas con la foto de Kurt Cobain. Madrid y mi adorable barrio fueron cambiando, pero el desenfreno continuaba arraigado en la ciudad. El Hotel Monterreal seguía alojando a los jugadores del Real Madrid antes de los partidos, pero el fútbol empezaba a transitar hacia el monte Olimpo. Ir a ver a los jugadores al Hotel ya no resultaba tan fácil, una barrera y un “segurata” no ayudaban a alternar con Raúl, Hierro o Zamorano.

Foto Deportes con Historia. Butrageño, Martin Vazquez y Pardeza años ochenta.

En plena adolescencia una barrera no te impedía nada, y evidentemente encontrábamos la manera de entrar en el Hotel. El Parking que daba a las cocinas era el salvoconducto perfecto para llegar al hall y ver de cerca a Redondo, Fredy Rincón o Amavisca.

En los noventa Robert Prosinesky y Javier Villlaroya, flamantes fichajes del Real Madrid de Mendoza se convirtieron en vecinos del barrio. Villaroya era un tipo simpático, amable y educado, pero la atracción de la época era Prosinecky. El croata era un futbolista peculiar y también una persona diferente. En el barrio se sabía dónde vivía, su piso y su escalera. Los adolescentes acudíamos con una alarmante cotidianidad a su casa (imposible ver algo así en el fútbol de ahora). Llamábamos a la puerta, solía abrir un familiar, al poco rato aparecía Robert e intercambiaba un par de frases cariñosas con nosotros, una “invasiva” visita que no parecía molestarle. Nunca le vi fumar, pero cuentan que lo hacía incluso en los descansos de los partidos.

En esta añorada época posiblemente viví uno de los momentos más sorpresivos de mi adolescencia. Tendría unos dieciséis años, deportivamente el Real Madrid vivía una época gris, Valdano había sido destituido como entrenador merengue, su sustituto fue el mítico entrenador gallego Arsenio Iglesias. El zorro de Arteixo tenía una peculiar costumbre, obligaba a sus jugadores a dar largos paseos. En uno de estos llamativos garbeos, los jugadores del Real Madrid se toparon de bruces con mi cuadrilla de amigos. Los extensos parques del barrio con sus añejos bancos de madera, servían a los aturdidos adolescentes del lugar como mirador de una vida que se bebía y fumaba sin más. En uno de esos monótonos días apareció la plantilla entera del Real Madrid caminando delante de nosotros, esta vez el cuerpo se regó de adrenalina y no, como era costumbre, de calimocho barato.

Foto la Galerna, Presentación de Robert Prosinecky como jugador del Real Madrid.

Con la llegada del nuevo milenio el fútbol poco a poco fue convirtiéndose en un espectáculo universal, los futbolistas de repente se convirtieron en estrellas globales confinadas en lujosas mansiones. El fútbol mutaba en todas sus variantes, los niños ya no daban patadas en el asfalto de la ciudad, necesitaban campos de césped artificial y botas de marca para sentirse futbolistas. El Real Madrid dejó de visitar el Hotel Monterreal. Pero el mítico hospedaje siguió recibiendo futbolistas de renombre. Paradójicamente los eternos rivales del Real Madrid, Barça y Atleti, empezaron a frecuentar el mítico hotel del norte de la capital.

Los años habían pasado, en plena juventud nuestro mundo se expandía más allá de las fronteras del barrio. Nuestras vidas eran diferentes, la muchedumbre del centro de Madrid era un imán irresistible. Las viejas calles del barrio que durante años fueron el tablero de nuestra vida se convirtieron en un mero lugar de paso. Ni si quiera caminábamos por él, los coches habían motorizado nuestras vidas.

El fútbol mutaba en todas sus variantes, los niños ya no daban patadas en el asfalto de la ciudad, necesitaban campos de césped artificial y botas de marca para sentirse futbolistas.

Una tarde calurosa, de esas que te hacen bajar la ventanilla del coche, pase por delante del futbolístico Hotel, en la puerta mucha policía y un autobús que ponía F.C. Barcelona. Entre tanta sombra y muchedumbre no conseguí reconocer a nadie. Pero volvieron a mi mente los recuerdos de una época maravillosa de mi vida.

No fue la última vez que vi el Hotel y mi barrio devorado por el fútbol. En los últimos años de vida del Vicente Calderon, el Atleti acudía a concentrarse al emblemático hotel antes de los partidos.

En aquella época la vida era radicalmente distinta a la de los adorables ochenta. Yo no era una excepción. Mi añeja y deliciosa libertad poco a poco se escondía dejando su espacio a la responsabilidad. Llegó una bella mujer perpetua y de su mano dos deliciosos mellizos. Los orígenes me invocaron con fuerza y retorne a mi adorable barrio. Todo era igual, pero nada era parecido.

Aficionados del Atlético de Madrid dando ánimos a los jugadores antes de un partido

El Hotel Monterreal de repente era una madriguera rojiblanca. Para un devoto colchonero como yo, el cambio era cautivador. Mi vuelta al barrio coincidió con años de gloria en el Atleti de Madrid. El equipo del Manzanares volvía a competir con los grandes de Europa. La víspera de partidos de tronío la hinchada colchonera se concentraba en las puertas del hotel para dar ánimos al equipo ante la proximidad de la batalla. Como antaño también estuve allí, pero ya no iba con mi papá de la mano, ahora me acompañaban mis hijos.

El fútbol como la vida, cambia y muta a cada instante. El pasado y el futuro que vendrá son igual de buenos que el presente, únicamente son diferentes. Afortunadamente mi vida ha tenido intensidad abundante, mi barrio me conecta gratamente con recuerdos felices y despreocupados. Rememorar las esperas frente al Hotel Monterreal dibujan en mí una eterna sonrisa.

Leave a comment.

Your email address will not be published. Required fields are marked*