Este escrito es un pequeño gran homenaje a Arsenio Iglesias, mítico entrenador del Super Dépor, que desgraciadamente falleció la semana pasada.
El pasado 5 de mayo fallecía Arsenio Iglesias. El mítico entrenador del Super Dépor de los años noventa. Un equipo legendario que enamoró a un país entero. El bruxo de Arteixo, como era conocido Arsenio, representaba todas las esencias y valores de aquel equipo.
Arsenio era un hombre tranquilo. Una persona racional que entendía la vida con sencillez. La visión que tenia del futbol no tenía estridencias. Mas bien todo lo contrario. Su definición de lo que era un equipo de fútbol era sublime, a la vez que simple. “Un equipo de fútbol es orden más talento”.
Los primeros años noventa y gracias a los éxitos que cosechaba el equipo coruñés, España fue conociendo de cerca a Arsenio. Humilde y respetuoso en el trato. Fue ganándose el respeto de los futboleros de este país. Fueron esos años en que toda España tenía un segundo equipo, el Dépor.
Arsenio era un hombre tranquilo. Una persona racional que entendía la vida con sencillez. La visión que tenia del futbol no tenía estridencias.
En una década en la que el futbol goteaba personajes extravagantes, Arsenio se convirtió en un referente de equilibrio y racionalidad. Con un fuerte aspecto aldeano, Arsenio y su retórica sembraron el futbol español de mucha lógica y filosofía. Era sin duda, un sabio. Un brujo como le llamaban algunos.
Aquel Dépor de Arsenio consiguió una Copa del Rey. La de 1995, que se jugó dos veces por un aguacero que sacudió Madrid. Fue sin duda su mayor éxito futbolístico. Además, supuso el primer título de un club que décadas después moriría de éxito.
Un año antes el Super Dépor de Arsenio hizo llorar a casi todo un país. En el último segundo del partido decisivo. En la última jugada de la Liga, Djukic falló un penalti. Riazor lloró, La Coruña entera, Galicia y mucha parte de España también. Entre tanta lagrima surgió Arsenio que aviso que volverían. Un año después levantaba la Copa en el Bernabéu.
Seis años después de aquel penalti el Deportivo ganó la liga. Pero Arsenio ya no estaba en el banquillo. Porque el fútbol y la vida tiene esas cosas. Alguien entendió que el Super Dépor ya era más que un equipo de fútbol. Y que algo tenía que cambiar. Que la sala de prensa de Riazor molaría más si en vez de retumbar el acento gallego sonara deje inglés. Arsenio ganó la Copa y se fue. Le sustituyó un famoso entrenador gales llamado John Benjamín Toshack.
Nada en el Dépor volvería a ser como antes. Se ganaría otra Copa, la del Centenariazo, la ansiada liga y varias Supercopas. Incluso se rozó una final de Champions. Pero se fue perdiendo esa preciosa melancolía gallega que afinaba el maestro de Arteixo.
Paradójicamente el ultimo baile de Arsenio no fue en Riazor. Su destino final fue posiblemente el más importante. Cuando el Real Madrid de Valdano agonizaba, Lorenzo Sanz recurrió a él. Ahí fue Arsenio a intentar ganar una Champions con un equipo mal herido. Aquel Real Madrid no jugaba la Copa de Europa con la suficiencia que lo hace hoy en día. Tampoco daba miedo. De hecho, en aquellos años el club blanco vivía acomplejado su competición fetiche. En Turín, contra la Juve, la travesía de Arsenio en Madrid naufragó definitivamente. Pero ahí estuvo, manejando aquel brillante timón en medio de la tempestad.
Tuve la suerte de conocer aquel Arsenio. El de Riazor. Ese sabio de Arteixo que destilaba humildad y sabiduría con acento gallego, disfrazado de aldeano.
Sinceramente, prefiero quedarme con la imagen del Arsenio de Riazor. De aquel hombre de fútbol que cosió un equipo fantástico. Un estratega que hizo soñar a una ciudad, a toda Galicia y que se ganó la simpatía de todo el país.
Tuve la suerte de conocer a aquel Arsenio. El de Riazor. Ese sabio de Arteixo que destilaba humildad y sabiduría con acento gallego, disfrazado de aldeano. Una noche, tras un Teresa Herrera me cruce con él por las calles de La Coruña. Junto a mí, mi padre, mi tío Tone y mi primo Tato. Apenas tendría unos diez años. Mi primo y yo le abordamos, más bien le asaltamos, le robamos un autógrafo y nos dio la mano. Era él, Arsenio Iglesias, el hombre de Riazor. Aquel personaje que es parte de mi infancia y de la de muchos. La semana pasada se nos fue y posiblemente con él se marchó un pedacito de nuestra niñez.