El Atlético de Madrid quedó apeado de la Champions League. Mucho se ha escrito sobre esta excitante eliminatoria. A continuación un relato de lo que sintió un aficionado colchonero después de los ciento veinte minutos disputados. 

Las pasadas navidades descubrí un libro infantil que me llamó poderosamente la atención. Su nombre “Un cuento de los malos de los cuentos”. La autora, la escritura infantil chilena Valentina Rebolledo di Girolamo. El libro es una original historia que reivindica a los villanos de los cuentos tradicionales. Convirtiendo a los malos de toda la vida en héroes. Me fascinó esa idea de dar un visón poliédrica a los cuentos tradicionales.

Aquel libro infantil me dejó reflexionando sobre el mundo que vivimos. Hoy, la vida, no es muy diferente a aquellas fábulas de la infancia. Todo se simplifica en buenos y malos. Ellos son los malos, nosotros somo los buenos. En definitiva, son días de crispación, de intolerancia. Momentos en que se descalifica al diferente, al contrario, al oponente. Perturba ver la necesidad imperiosa de imponer un relato. Desgraciadamente esto sucede en política, en música, incluso en el deporte. La empatía mengua mientras los gritos aumentan.

El fútbol no es ajeno a esta agitación. En el último tiempo, parte del entorno futbolero, sean tradicionales o neófitos buscan alumbrar nuevos héroes y al mismo tiempo crear grandes villanos. La bufanda, el hooliganismo, la etiqueta desplaza corrosivamente los análisis reflexivos y objetivos.

Para algunos las rayas canallas de los colchones reflejan a los macarras del futbol europeo. Sin embargo, para mí y muchos colchoneros son los estandartes de una pasión incontrolada. Representantes de un futbol glorioso y eterno.

Para mi desgracia, lleva tiempo enraizando en ciertos rincones de Europa, un relato belicoso contra el Atlético de Madrid. Para muchos los malos del fútbol europeo. Locos, malos y peligrosos calificó la prensa inglesa a los jugadores colchoneros tras caer eliminados el pasado miércoles en cuartos de final de la Champions contra el Manchester City. Incluso días antes Marco Van Basten veía lógico ver una peli de Netflix antes que disfrutar de un partido del Atleti.

Con ironía Guardiola hablaba de la prehistoria. Jurgen Klopp no entendía a Simeone y lo abroncaba públicamente. Robie Fowler atizaba todavía más al Cholo, espetaba sin tapujos que el Atleti solo existe para impedir que los demás jueguen. Gota a gota, día tras día, una descalificación tras otra.

El contubernio entorno al Atleti resulta incómodo. Mucha frase peyorativa. Excesiva evidencia de rechazado. Cierta idea de desprecio. En esta disyuntiva afloran sanciones. Incluso una amenaza de cierre parcial del Metropolitano por comportamiento impropio de los aficionados.

El relato es contundente, los jugadores del Atleti traspasan el reglamento, el estilo de Simeone es ultradefensivo y sus aficionados son inapropiados. En definitiva, Locos, malos y peligrosos. Pues bien, ante este contexto hostil, quiero revindicar a mi Atleti, mi equipo y mi gente. Como hizo Valentina Rebolledo en su libro, reclamo otro relato. Sin descalificaciones y desprecios. Para algunos las rayas canallas de los colchones reflejan a los macarras del fútbol europeo. Sin embargo, para mí y muchos colchoneros son los estandartes de una pasión incontrolada. Representantes de un fútbol glorioso y eterno.

El pasado miércoles, pasada la tormenta. Después de declaraciones, comentarios, criticas y sobre todos, después de ciento veinte minutos de eliminatoria, solo quedaba fútbol. El Atlético de Madrid había quedado eliminado en los cuartos de final de la Champion League. Su rival el Manchester City, sufrió hasta la extenuación para contener el empuje rojiblanco en el tramo final de la eliminatoria.

Porque sí, el denostado Atleti de Madrid a algunos y no pocos de nosotros nos genera admiración y orgullo. El fútbol como en la vida es diversidad. Respeten nuestras rallas, nuestro escudo y la manera que entendemos la vida.

Terminado el partido, más de sesenta mil colchoneros aplaudieron y cantaron a sus abrumados jugadores. No, no eran locos, ni seguidores del gran satán. Eran aficionados orgullosos de los suyos. Porque sí, el denostado Atleti de Madrid a algunos y no pocos de nosotros nos genera admiración y orgullo. El fútbol como en la vida es diversidad. Respeten nuestras rayas, nuestro escudo y la manera que entendemos la vida.

Se puede ser feliz incluso en la derrota. No porque perder no duela, que duele. Pero ver al Atleti es siempre un experimento. En los experimentos los resultados no siempre son satisfactorios. Gracias muchachos, sois los héroes de un relato.

Te quiero mucho Atleti.

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