El estadio nacional de Chile ha albergado uno de los episodios más desgarradores de la sociedad chilena fue utilizado por Pinochet como campo de concentración tras el golpe de Estado que le llevó al poder. Paradójicamente este mismo escenario y cuarenta años más tarde fue el escenario del mayor logro futbolístico del país andino. Conectamos estos dos hechos antagónicos en las relaciones sociales de un país.

El 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile derrocan violentamente el gobierno legítimo y democrático del Presidente Salvador Allende.

Chile vivió a partir de ese día una cruenta dictadura militar en la que la represión y la sangre mancharan todas las esferas del país durante casi dieciséis ominosos años.

Días después del levantamiento militar, el Estadio Nacional de Chile se convirtió en epicentro de detenciones, desapariciones y ejecuciones.

Augusto Pinochet, Jefe de las Fuerzas Armadas de Chile  presidió con mano de hierro un régimen militar donde se cometieron violaciones sistemáticas de los derechos humanos. La crueldad del dictador y sus secuaces provocaron un desgarro social impregnado de muerte, tortura y represión política.

Días después del levantamiento militar, el Estadio Nacional de Chile se convirtió en epicentro de detenciones, desapariciones y ejecuciones. Paradójicamente, un recinto construido para albergar espectáculos deportivos de confraternización y hermandad se convirtió en un sangriento campo de represión de unos contra otros.

Tristemente en ese  estadio el canto libre de Víctor Jara dejaba de volar para siempre, la pluma de Charles Horman secaba su tinta definitivamente y centenares de chilenos anónimos cerraron sus ojos proyectando a sus seres queridos que ya nunca más volverían a ver, tocar o besar.

El 4 de julio de 2015, casi cuarenta años después del Golpe Militar de Pinochet, el Estadio Nacional de Chile albergó el mayor éxito del futbol chileno.

La barbarie genocida no tiene comparación en ninguna esfera de la vida, si bien y salvando las evidentes diferencias que existen, estos tristes acontecimiento de la historia de Chile salpicaron al mundo del futbol. En plena actividad represiva, el Estadio Nacional de Chile fue escenario de uno de los espectáculos futbolísticos más absurdos de la historia de este deporte. Chile y la extinta U.R.S.S. debían disputar un partido clasificatorio del Mundial de Alemania 1974, los soviéticos se negaron a jugar el partido como protesta al golpe militar, sorprendentemente la FIFA permitió la disputa del encuentro. Así el 21 de noviembre de 1973 la selección de  futbol chilena saltó al terreno de juego sin adversario al que enfrentarse,  esperpénticamente los jugadores chilenos se pasaran absurdamente la pelota hasta introducirla en una de las porterías del terreno de juego, solitaria e  indefensa, cual reprimido político del régimen de Pinochet.

Este “partido fantasma”, como así ha pasado a la historia, se jugó con centenares de presionaros políticos escondidos por las autoridades pinochetistas en los vestuarios y otras instalaciones del Estadio. En esta ocasión el futbol dio la espalda a la razón y estrechó la mano a la fuerza.

Años antes el Estadio Nacional de Chile fue escenario de la final de la Copa del Mundo de 1962, incluso unos meses antes del golpe Colo Colo liderado por Carlos Caszely jugó en ese recinto la final de la Copa Libertadores. Estos partidos quedaron por siempre difuminados por los terribles acontecimientos de 1973.

Como predijo el presidente Allende, en Chile se abrirían de nuevo grandes alamedas por donde pasaría el hombre libre. Hubo que esperar dieciséis sangrientos años, pero finalmente Chile recuperó su libertad en un plebiscito nacional donde un arco iris de personas valientes derrocó un Régimen dictatorial impregnado de muerte, odio y represión.

A partir de 1988 Chile recuperaría su alegría, ya nunca más las “cuecas” volverían a bailarse solas y los gritos de alegría ya no serían patrimonio exclusivo de una parte de la sociedad.

El Estadio Nacional de Chile dejó a un lado su pasado represivo y volvió a ser lo que siempre tenía que haber sido, un recinto deportivo para el disfrute de todos los chilenos.

El 4 de julio de 2015, casi cuarenta años después del Golpe Militar de Pinochet, el Estadio Nacional de Chile albergó el mayor éxito del futbol chileno en su historia, la conquista de su primera  Copa América de Futbol.

La selección chilena de futbol se aferró con esperanza a la conquista del futbol sudamericano, empujados por unos aficionados hermanados en una bandera alentaron a Chile todo el campeonato.

La disputada final contra la Argentina de Messi hizo sufrir y disfrutar en conjunto a todos los chilenos. Cuando Alexis Sánchez, con una templanza magistral, marco el penalti definitivo la pasión se desbordó en el Estadio Nacional, esta vez con todos los chilenos unidos y abrazados celebrando la victoria común de un país que nunca debió ser desgarrado por la sinrazón del fascismo totalitario.

El Estadio Nacional de Chile que décadas antes había cobijado la barbería del odio, albergaba por fin la confraternización de un pueblo unido y hermanado en libertad, disfrutando de uno de los mayores espectáculos deportivos que existen. Esta vez el futbol sonrió a la razón y dejo a un lado a la fuerza.

La imagen de Claudio Bravo alzando la ansiada Copa América es la imagen de un Chile alegre, unido y feliz, pero ante todo un Chile en libertad.

La borrachera futbolista chilena no se detuvo ahí y en el verano de 2016, un año después de conquistar su primera Copa América, Chile reeditó victoria en la Copa América del centenario, otra vez en penaltis y otra vez contra Argentina. Desgraciadamente el alto nivel futbolístico alcanzado por Chile no le permitió clasificarse para el mundial de Rusia, si bien el futbol chileno ha proporcionado alegrías inolvidables a los chilenos, además estas alegrías han dejado de ser de unos pocos. El pueblo chileno, libre, siente a sus héroes del futbol sin alambres y pistolas que lo separen. El futbol como espacio necesario de condición de base es hoy en Chile un elemento integrador.

 ¡Viva Chile Libre!

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