El fútbol es el deporte más practicado del mundo. También el que más seguidores concita. Es indudable la potencialidad del balompié por el mundo. Muchos de nosotros al viajar, más allá de nuestras fronteras, hemos conseguido charlando de fútbol, generar simpatías, conseguir una sonrisa o simplemente iniciar una conversación.
El fútbol es de todos, pero a la vez no es de nadie. Todas las esferas del planeta tienen derecho a disfrutar del mejor de los deportes. Eso es indudable e incuestionable. Sin embargo, el fútbol también tiene algo de identidad propia. De él también se desprende una cultura deportiva que arraiga en la propia sociedad. El fútbol no se juega, ni se vive, igual en Holanda que en España. Tampoco lo siente igual un italiano que un peruano. El fútbol es global pero también particular.
La globalización futbolística ha hecho que los grandes jugadores sean conocidos en cualquier ciudad del mundo. Dicha repercusión hace que los aficionados, de cualquier parte, quieran ver a los grandes equipos con sus propios ojos. La insaciable voracidad del futbolero en aquellos países con escasa tradición balompédica llevó a los grandes equipos de Europa a hacer pretemporadas en China, Corea o Japón. El fútbol tradicional, los clubes europeos y sudamericanos, vieron en estos aficionados un buen mercado que explorar y una buena forma de multiplicar ingresos.
El fútbol es de todos, pero a la vez no es de nadie. Todas las esferas del planeta tienen derecho a disfrutar del mejor de los deportes. Eso es indudable e incuestionable. Sin embargo, el fútbol también tiene algo de identidad propia. De él también se desprende una cultura deportiva que arraiga en la propia sociedad.
Pero la rueda no se detuvo allí. Abiertamente se habla de llevar a Asia y a Estados Unidos partidos de competiciones ligueras. Incluso la final de la Copa Libertadores entre River y Boca se jugó en Madrid. En Europa, algunos torneos oficiales ya han viajado desde el viejo continente hasta los países del Golfo. El dinero del petróleo es capaz de muchas cosas.
El ejemplo más visible lo tenemos en la Supercopa de España. Un torneo que los próximos años ya no se disputará en España. Arabia Saudí lo compró y serán los aficionados saudís quienes lo disfruten. Una competición que tiene pinta que los aficionados de aquí lo hemos perdido para siempre.
La amenaza hacia el espectador de grada en nuestro país es real. Muy real desgraciadamente. La pujanza de los nuevos seguidores, en lugares lejanos y con su desfase de horario han repercutido en la comodidad. Grandes partidos que se disputan a las nueve, en frías noches de invierno. Lo importante son las audiencias.
Algo se rompe cuando un club o un equipo comienza a desconectarse de su ciudad y sus aficionados. Porque esencialmente terminará perdiendo su idiosincrasia. La pasión no sabe de fronteras, pero la cultura de club está muy estrechamente vinculada a la identidad del origen.
Llevar a nuestros muchachos a competir a Arabia Saudí es viajar a las tinieblas. Pelotear un balón en la oscuridad de un país que no tiene democracia. Un lugar donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres. Un estado que ejecuta al disidente. Una teocracia boyante de dinero no vale más que la luz que desprenden nuestros aficionados.
No todo vale, no podemos llevarnos nuestro fútbol a cualquier parte por un puñado de dólares. Nuestro balompié, nuestros clubes son algo más que meros equipos. Que no nos quiten la posibilidad de animar en la grada a nuestros muchachos. Vayan de blanco, con rayas rojiblancas o de blaugrana.
Tenemos una responsabilidad con nuestro legado. Personajes históricos como, Zamora, Pichichi, Di Stefano, Kubala, Zarra o Luis Aragonés han ido pintando un bonito cuadro que ha conformado el actual fútbol español. Una obra de la que muchos de nosotros podemos sentirnos orgullosos. Y ese legado no la podemos manchar.
Llevar a nuestros muchachos a competir a Arabia Saudí es viajar a las tinieblas. Pelotear un balón en la oscuridad de un país que no tiene democracia. Un lugar donde las mujeres no tienen los mismos derechos que los hombres. Un estado que ejecuta al disidente. Una teocracia boyante de dinero no vale más que la luz que desprenden nuestros aficionados. Lleven los colores que lleven y tengan la pasión que tengan.
No le hagamos esto a nuestro fútbol. No todo vale.