Las primeras veces siempre son más emocionantes. Ya sea porque supone volver al fútbol después de una pandemia o porque nunca antes se había estado.  Contamos la historia de una tarde de futbol que fue especial. 

Tenia ganas de volver al fútbol. Eran ya muchos meses… años de hecho.

La propuesta de ir a ver al C.D. Varea nos vino a través del tío Víctor Angel, socio habitual del equipo. Era un partido amistoso vespertino contra el Alavés B. El plan pintaba bien y además era un buen momento para que Mateo, a sus tres años, debutase en una grada.

El plan pintaba bien y además era un buen momento para que Mateo, a sus tres años, debutase en una grada.

El C.D Varea es un clásico del fútbol riojano, a pesar de que su fecha de nacimiento data sólo de 2009. En realidad el Varea se creó en 1967, pero ese 2009 fue el año en el que logró un histórico ascenso a la 2ªB, cuya plaza vendió al actual U.D Logroñés, para que finalmente fuese éste el que militase en la categoría de bronce. Se refundó ese mismo 2009 y reemprendió de nuevo el camino andado durante más de 40 años desde la Regional Preferente. Hoy milita de nuevo en la tercera división, siendo además uno de los equipos importantes. Habiendo llegado a jugar play-off de ascenso a la antes llamada 2ªB en el año 2020.

La Plaza de la Iglesia de Varea antes del Play-off de 2020

Su sede reside en el barrio de la «romana» Varea. Antes «Varia», importante puerto fluvial romano y hoy conocido por ser la huerta de Logroño. De hecho, el campo se afinca entre huertos, viveros y acequias. De fácil acceso a pie desde el propio centro del tan popular barrio.

Olía a césped, una alfombra verde natural de las que se ven pocas ya por los campos de tercera.

A Mateo le costó entender eso de ir al fútbol sólo a mirar y no a correr y chutar. Y mientras bajábamos al campo me preguntaba si iban a estar las estrellas que suele  ver por la tele. No podía imaginarse que el fútbol que iba a conocer era muy diferente a lo que había vivido, hasta ahora, sólo a través de la pantalla.

Una vez superada la taquilla y comprobada la pertinente ausencia de fiebre, entramos en las instalaciones del Varea. La cara le cambió súbitamente. Olía a césped, una alfombra verde natural de las que se ven pocas ya por los campos de tercera. Aunque bien es cierto que hubiese sido un pecado optar por el césped artificial y no aprovechar su ubicación en uno de los lugares más fértiles de La Rioja, como es el de la desembocadura del río Iregua en el caudaloso Ebro.

Terreno de juego del C.D. Varea

Al fondo estaba la tribuna, clásica, de chapa metálica, con tejado para los días lluviosos, tan «british», tan acogedora… dentro de ella la gente dispuesta como mandan las normas post pandemia. Con distancia y mascarilla.

Olía a césped, una alfombra verde natural de las que se ven pocas ya por los campos de tercera

Era el lugar perfecto para sentarse y, con la misma cara que cuando espera a los reyes magos en la cabalgata, ver a los chicos hacer ejercicios de calentamiento de forma sincronizada mientras esperaba el momento de empezar el partido.

Le llamó la atención escuchar tan de cerca el sonido de los golpes al balón, entendió que el portero debe quedarse en la portería mientras su equipo ataca. Y comprendió cuál era la función del árbitro que dirigía el partido. Que aquel día, según él y su inocencia «patriarcal» iba de rosa porque era una chica.

Al igual que el tío tuvo la ocurrencia de ir al partido aquel día, también tuvo la genial idea de visitar el bar del campo antes de que Mateo empezase a impacientarse por estar más de cinco minutos quieto en un mismo sitio.

Futbol y bocadillo de panceta. Un clásico.

Afortunadamente el bar está situado en una posición estratégica. Lo suficientemente alejado de la tribuna para no tener que someterse a las normas COVID, pero a su vez lo suficientemente cerca del campo como para seguir el encuentro mientras saboreas un buen bocadillo de panceta ibérica con su correspondiente lata de cerveza. Así lo hicimos. En este «impasse» de acontecimientos cayeron algunos goles visitantes mientras los clientes, a la vez que espectadores, hablaban de lo bien que pintaban los nuevos fichajes, así como de las últimos movimientos del «transfermarkt» riojano.

Tío y sobrino disfrutando del partido

El pitido del árbitro señalando la segunda parte urgió al cambio de tercio y no me refiero al hecho de pedir otra cerveza. Víctor Angel, haciendo gala de la autoridad que aporta ser «socio protector» pidió un balón a los delegados del equipo para que Mateo aprovechase el intermedio para darse unas carreras por el campo anexo de entrenamiento y soñase ser como uno de esos chicos del filial del Alavés con los que compartía terreno de juego, en este caso sintético, mientras estiraban. Tan profesionales, tan altos, tan fuertes, tan diversos… su mirada de admiración le hacia correr más rápido que nunca de punta a punta del rectángulo y chutar con su prometedora zurda para meter sus primeros goles en un campo reglamentario.

Así, en un suspiro pasaron los quince minutos hasta que se reanudó el partido. Retomamos nuestro sitio a pie de césped, aún quedaba 45 minutos más de fútbol pero Mateo ya estaba pidiendo el «cambio». Habían sido muchas emociones juntas y la energía de un cuerpo tan pequeño cuando se termina lo hace súbitamente.

Partido a «pie» de campo

Los padres, en general, somos muy de recordar las primeras veces de cualquier cosa de nuestros hijos. La primera palabra, los primeros pasos, el primer día de colegio… En mi caso, ya tenía suficientes recuerdos de esa tarde como para enmarcar en la vitrina de sus «primeras veces» algo tan importante como su primer día de fútbol. Con el sentido del deber cumplido, abandoné el estadio con Mateo en brazos. Durante el camino de vuelta se seguían mezclando los sonidos de las voces y chutes de los jugadores con el de los grillos y los canales de riego vareanos.

Mateo tan solo levantó su cabeza para preguntarme si allí a lo lejos, donde se veían las clásicas torres de iluminación, era donde estaban jugando «los chicos», para, acto seguido, caer dormido sobre mi hombro. Ese día no haría falta cuento antes de ir a la cama, estando claro además  con lo que soñaría.

A mi ya solo quedaban unos pocos metros para llegar a casa. A pesar de la «carga» no se me hizo largo. Era buen momento para disfrutar de la temperatura de la noche riojana y para pensar en que ojalá el fútbol, sobre todo este, no se vuelva a ir nunca.

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