
El Sevilla no pasa en la actualidad por su mejor momento, lastrado por unas temporadas de resultados irregulares y de un baile de jugadores y entrenadores que no logran dar con la tecla. Pero durante casi dos décadas fue el ejemplo perfecto de gran gestión deportiva y económica, en torno a la figura de un director deportivo ya mítico: Ramón Rodriguez Verdejo, alias “Monchi”
Desde una época dorada en los años 40, el Sevilla no había podido consolidarse como un club de elite del fútbol español. De hecho fue un equipo ascensor durante buena parte de los 60 y 70, y aunque en las últimas décadas del siglo XX se consolidó en primera, le costaba dar el salto a las primeras posiciones, pese a que su estadio el Sánchez Pijuán era una de los de más capacidad de España, en una época en la que la taquilla de los partidos eran casi todos los ingresos de los clubes. En los 80 y 90 la venta de unos terrenos le permitió afrontar fichajes de cierto renombre como el delantero austriaco Toni Polster, el chileno Ivan Zamorano, un jovencísimo Diego Pablo Simeone o muy especialmente el gran jugador croata Davor Suker. Incluso un decadente Diego Armando Maradona formó parte del equipo en la 92-93, sin más aportación que detalles de gran calidad, pero con exceso de peso y poca predisposición al esfuerzo.
También pasaban por el banquillo sevillista entrenadores de mucho prestigio como Vicente Cantatore, Victor Esparrago, Carlos Salvador Bilardo o Luis Aragonés. Todo era en balde. Alguna clasificación aislada para la U.E.F.A era todo el balance favorable que ofrecían los persistentes intentos de crear un club grande. De hecho, en el Sanchez Pijuán era clásico el estribillo “Otro año igual” como manifestación irónica de las dificultades para los grandes retos. Para colmo de males en el verano de 1995 saltaba una bomba de efectos descomunales: al no presentar en plazo ante la Liga de Fútbol Profesional unos avales, el equipo descendía a 2ªB. Una movilización social sin precedentes (junto con el Celta, el otro implicado) consiguió evitar tal desastre, pero la entidad quedó tocada por la crisis. Dos años después en 1997 se descendía a segunda. Un ascenso y posterior descenso en 2000 mostraba a las claras que la institución sevillista había tocado fondo.
Un protagonista peculiar de aquellos años de plomo era su portero, conocido con el nombre de Monchi. Un gaditano que no se había asentado como titular y que incluso había sido objeto de cierta mofa por un programa satírico muy popular en aquellos años, “Al ataque” que dirigía Alfonso Arús. Su temprana calvicie y algunas actuaciones desafortunadas le habían puesto en el punto de mira de algunos malintencionados. Pero Monchi se había convertido en un sevillista acérrimo, con ganas de sacar al club de su laberinto oscuro y ,lo más importante, era que se trataba de un estudioso del juego que iba formando su criterio en lo que debía de ser un equipo de fútbol. Nada más colgar los guantes fue nombrado delegado del equipo y en el verano del 2000 director deportivo.
El panorama que encontró era algo más que desolador: descendido de categoría, con una plantilla devaluada y una situación económica rayando lo trágico en la que la deuda era mayor que el propio presupuesto del equipo. En consecuencia, trazó una hoja de ruta realista: el equipo se compondría de canteranos y oportunidades de mercado a coste cero. Contrató un entrenador bregado en la división de plata, Joaquin Caparrós, y sin mucha perspectiva de éxito comenzó a su andadura. La cosa resultó bien: el equipo consiguió el ascenso y en sus primeras temporadas en primera no pasó apuros para la permanencia.
El Sevilla que heredó Monchi como director deportivo tenía un panorama desolador: descendido de categoría, una plantilla devaluada y una situación económica rayando lo trágico en la que la deuda era mayor que el propio presupuesto del equipo. Pocos imaginaban que el gaditano estaba a punto de protagonizar una de las mayores revoluciones que ha conocido el fútbol español.
Paralelamente, Monchí fue creando una estructura deportiva destinada a conseguir refuerzos a precios razonables. Un conjunto de ojeadores estudiarían las distintas ligas para poner el ojo en los futbolistas jóvenes menos conocidos y que podrían ser adquiridos a precios asequibles. El seguimiento era exhaustivo y concluía con un informe completo que destacaba sus cualidades físicas y técnicas de cara a su posible incorporación. Asimismo, se evaluaba su capacidad de adaptación a la Liga española.
La maquinaria empezó a funcionar y de qué manera. En 2003 fichó del Sao Paulo a Julio Baptista por tres millones de euros y en 2004 por menos de un millón al Dani Alves procedente del Bahía. A ellos se les unían jugadores ya consolidados en el plantel como Javi Navarro, Jose Antonio Reyes, Pablo Alfaro o el portero Andrés Palop. Además Monchi también fue revolucionario con una política deportiva que causó conmoción: el no poner trabas a la venta de jugadores ante buenas ofertas.
El planteamiento era en apariencia simple: el Sevilla no tenía músculo financiero para mantenerse en la élite. La única manera de conseguir un equipo competitivo era obtener plusvalías tanto de canteranos que destacaban en el primer equipo, como de aquellos jugadores que fueron fichados por poco dinero, pero que podían generar un gran traspaso. Esos traspasos se invertirían en el equipo con adquisiciones que permitían mantener la competitividad. Así la maquinaria empezó a funcionar y de qué manera: Jose Antonio Reyes la perla de la cantera fue vendido al Arsenal por treinta millones, Sergio Ramós otra promesa en ciernes por veinte cinco millones, Baptista al propio Real Madrid por cincuenta y Dani Alves al Barça por treinta y seis. Esos ingresos se utilizaban con buen criterio en adquisiciones baratas y muy rentables.
Monchi también fue revolucionario con una política deportiva que causó conmoción: el no poner trabas a la venta de jugadores ante buenas ofertas. Las plusvalías que generaban los traspasos, permitían aumentar la competetividad de las plantillas al reinvertirse en mejorar las mismas
Monchi fue además pionero en algunas políticas igualmente efectivas; tenía como regla general no fichar después de campeonatos del mundo, porque generalmente los mismos solían crear una inflación de precios en aquellos jugadores que habían destacado en los mismos, algo que chocaba con la filosofía de austeridad que seguía la entidad sevillana. También era famoso por crear un ambiente favorable para los nuevos fichajes del equipo; un empleado del club se ocupaba que el recién llegado y su familia se sintiesen cómodos en la ciudad de Sevilla de cara a procurar una integración absoluta en el equipo.
Los éxitos no tardaron en llegar, y de forma estruendosa: en 2006 el equipo se hizo con su primera U.E.F.A; su primer titulo oficial en casi cincuenta años. Fue el inicio de un idilio absoluto con la segunda competición continental y que se traduciría en otras seis finales ganadas en la misma, a las que hubo que unir dos Copas del Rey en los años 2007 y 2010. De hecho en 2007 fue proclamado como el mejor equipo del mundo con una alineación inolvidable: Palop; Alves, Javi Navarro, Dragutinovic, Escudé; Poulsen, Renato, Jesús Navas, Puerta, Luis Fabiano y Kanouté, con Juan de Ramos en el banquillo.
El modelo siguió dando resultados en años venideros; canteranos como Jesus Navas se iban a la Premier a cambio de cerca de treinta millones y fichajes baratos como Carlos Bacca tomaban rumbo a Milán con una ganancia de más de veinte. Entre medias, un croata desconocido era fichado por apenas tres millones del Shalke 04, su nombre era Ivan Rakitic, que por descontado años después tomaba rumbo a Barcelona por casi cuarenta. Y paralelamente en el terreno de juego la llegada al banquillo de Unay Emeri se traducía en un dominio casi absoluto de la ya bautizada Europa League; nada menos que tres consecutivas de 2013 a 2016. Éxito en los despachos y sobre el terreno de juego, y el Sevilla esa eterna esperanza blanca del siglo XX, convertido en el modelo a seguir en el recién iniciado siglo XXI.
Estos triunfos convirtieron a Monchi en el director deportivo más famoso y respetado del campeonato español y hasta toda Europa llegó el eco de sus logros. La Roma echó sus redes sobre él y ,con un contrato millonario de por medio, tomó las riendas del histórico club de la ciudad eterna. Su aventura duró poco; apenas dos años controvertidos con una plantilla muy necesitada de renovación y en un entorno en que le resultó complicado aplicar sus ideas. Volvería a Sevilla en donde siguieron los éxitos continentales, ya convertidos en rutina (Europa League de 2020), pero algo había cambiado y no para bien; la lucha cainita desatada en el consejo de administración sevillista con dos bandos enfrentados por el control del accionariado, ha ido minando a la entidad que en las últimas temporadas vé mas cerca los puestos de descenso que la cabeza de la tabla, de la que no estaba muy alejado hace bien poco. Quizá por ello Monchi puso otra vez tierra de por medio y se unió al ambicioso proyecto del Aston Villa en Inglaterra que le ha unido de nuevo a Unay Emeri, con el objeto de consolidar al histórico club en la parte alta de la Premier. Pero, de lo que no cabe la menor duda es que su legado en el Sánchez Pijuán, quedará como una de las mayores hazañas deportivas de los últimos tiempos