Compartimos un recuerdo de juventud donde ya había debates sobre quién era el mejor en la cancha del parque o del polideportivo. Hoy se sigue debatiendo, para el último Prosineckista vivo, está claro, el mejor es Benzemá.

Aquél era un tipo estrafalario. Lo recuerdo mas bien alto, razonablemente corpulento y con los pelos alborotados, rizados, algo asilvestrados. De hechuras un poco extrañas, era de esas personas en cuyo aspecto hay algo que no termina de funcionar, pero no identificas qué es.

Yo solía discutir con amigos de nuestro equipo cuando defendía que ese tío era el mejor jugador del campeonato que disputábamos cada año. A mí me parecía que tenía una clase extraordinaria. Jugaba sin esfuerzo, con ambas piernas, se desplazaba con potencia y era definitivo llegando al área. Lo recuerdo perfectamente. Igual de bien recuerdo que, seguro de sí mismo, en una especie de auto homenaje, acostumbraba a calzar una bota de cada color. Jugaba en el Rakiss, claro con ese nombre esperabas ver a Tom Baker moviendo la pelota por el medio campo o a Mark Lenders apunto de reventar la red de nuestra portería, pero te encontrabas con éste de frente, como un búfalo esbelto, pero igual de potente. Lo cierto es que cada vez que nos cruzábamos con el dichoso Rakiss, año tras año el fenómeno nos hacía un traje a medida.

Vista de uno de los campos del Polideportivo de la Elipa

Ahí empecé a entender que en el fútbol la apreciación subjetiva es fundamental, y que la calidad mayor o menor de los jugadores, fuera de un ámbito de reconocimiento universal al alcance de muy pocos, está al albur de la sensibilidad del espectador y de su criterio muchas veces afectado por su experiencia como futbolista aficionado, por sus recuerdos de niñez, o por las filias y fobias que fue asimilando de aquellos que le inocularon el gusto por el deporte de la pelotita y la portería. Un sinfín de cuestiones que yo no valoraba entonces, cuando al terminar cada partido, y sin apenas resuello, buscaba con la mirada a mis compañeros como queriendo preguntarles si habían visto lo mismo que yo. Era evidente que ellos habían visto otras cosas, las suyas. Probablemente más interesantes. Habían seguido a otros jugadores. Tal vez mejores.

El tiempo pasa y nuestra juventud nos deja tirados sin remilgos, como la chica del Cadillac Solitario, sintiéndonos extraños…

El tiempo pasa y nuestra juventud nos deja tirados sin remilgos, como la chica del Cadillac Solitario, sintiéndonos extraños…pero merodea incordiando en nuestras masculinas cabezas de por vida, como el recuerdo etéreo de los La´s en There She Goes. Los hombres nos quedamos tocando el piano de Sam para los restos, anclados a un pasado que nunca dejamos de relamer, como si fuera el frasco de un elixir para la eterna juventud.

Y así, después de aquello, las discusiones no tienen lugar sudando camisetas llenas de barro un sábado por la mañana con resaca de garrafón, ni lo son acerca de rivales adolescentes de otros equipos. Tiene gracia, pero hoy discutimos mas sobre los jugadores del nuestro. De nuestro Real Madrid, claro. Mientras aporreamos las pantallas de nuestros teléfonos, mantenemos tertulias a distancia, al tiempo que seguimos los partidos desde casa.

Los charcos que pisábamos entonces, unos de lluvia y otros del viernes noche, son hoy cervezas bien frías acomodados en el sofá y aún así, son tan acalorados los debates que a nada que me descuido y me entrego al fragor de la discusión, en un momento, Casemiro ha mutado en Henry Danger por obra y gracia de mi hija Carlota.

Karim Benzemá celebra un gol

Aquel chaval que tanto me gustaba jugando al futbol, y que poco impresionaba a algunos de mis amigos entonces, bien puede ser hoy, a modo de avatar profesional, Karim Benzema. Y es que, en mas de una ocasión, he tenido que deglutir de urgencia un cacahuete, de esos colorados que traen las bolsas de aperitivos que Mercadona llama “cocktail”, para partirme el cristal templado con mis amigos, amigos sí, pese a semejantes infamias futboleras, y defender la extraordinaria categoría del delantero francés del Real Madrid puesta en duda por algún contertulio de cuyo nombre no quiero acordarme. Mis gestiones con el departamento de atención al socio han de dar sus frutos y conseguir, mas pronto que tarde, que Florentino Pérez retire inmisericorde el abono a algún desalmado miembro de nuestros chats futboleros que le niega la condición de semidiós a nuestro laureado 9.

Aquel chaval que tanto me gustaba jugando al futbol, y que poco impresionaba a algunos de mis amigos entonces, bien puede ser hoy, a modo de avatar profesional, Karim Benzema.

A mi parecer, Benzema es uno de los tres o cuatro delanteros con más clase que hemos disfrutado los madridistas en cuarenta años. Un futbolista tremendo, que ve el futbol de una manera clarividente, que sintoniza con el tiempo de los partidos a la perfección, soltando el balón al primer toque cuando el momento lo requiere, o aguantando el esférico sin perderlo siempre que resulta necesario. Que se mueve con extrema elegancia al sitio justo, por todo el campo, que arrastra defensas y coloca a compañeros. Un jugador que mueve en corto y en largo el balón, que dribla en los últimos metros y que comprende inteligentemente la presión arriba. Futbolista capaz de rematar con ambas piernas y de cabeza con casi la misma calidad. Un superclase.

Vicente Del Bosque dijo en Sudáfrica aquello de querer haberse parecido a Busquets como futbolista. Parafraseando al estrellado “mister”, a mí me gustaría haberme parecido a Benzema. Un Lutier del fútbol, amante de su manera de entenderlo, ajeno a la vulgaridad que supone la exigencia del gol…un Morante de la Puebla vestido de corto y blanco, para el que tiene más importancia, como aquello de Ítaca, el viaje, que la llegada a puerto. Un romántico del fútbol creo yo, un nostálgico, quién sabe…

El Último Prosineckista Vivo

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