Determinadas imágenes marcan la historia de los mundiales de forma sorprendente. Asimilamos los mejores momentos o los más emotivos de esos campeonatos a las instantáneas que significaron la gloria o el fracaso de sus protagonistas: el balón al larguero que decidió la final de Inglaterra 66 de forma indebida, la explosión de éxtasis de Marco Tardelli al marcar el segundo gol en España 82, la inigualable triquiñuela de Maradona en México ante Inglaterra y su posterior golazo, las lágrimas del entonces gran futbolista Paul Gascoine cuando fue amonestado en Italia 90 en semifinales lo cual le hubiera impedido jugar la final en el caso que su equipo se hubiera clasificado, los goles de Ronaldo en Corea y otras muchas más que pueden venir a la memoria de los aficionados.
Sin embargo en Alemania 2006 la imagen que perdurará para la posteridad es simple y llanamente un cabezazo de respuesta a una provocación verbal. Los protagonistas del trance no podían ser más antagónicos. El fino estilista Zidane y el tosco Materazzi con la peculiaridad que el artista fue el que agredió al perro de presa.
En Alemania 2006 la imagen que perdurará para la posteridad es simple y llanamente un cabezazo de respuesta a una provocación verbal. Los protagonistas del trance no podían ser más antagónicos. El fino estilista Zidane y el tosco Materazzi con la peculiaridad que el artista fue el que agredió al perro de presa.
Zinedine Zidane había nacido en La Castellane, Marsella, el quinto hijo de una matrimonio de origen argelino que vivió en su propias carnes la dureza de la vida para los inmigrantes en la Francia post colonial. Se aficionó pronto al futbol tomando como gran ídolo al uruguayo Enzo Francescolli. Debutó en la Liga francesa en el Cannes para pasar con posterioridad al Burdeos, en donde empezó a destacar por su inmensa clase, llegando a una final de la Copa de UEFA que los galos perdieron contra el Bayern Munich. Ya entonces había llamado la atención de nada menos que Johan Cruyff, que según algunos recomendó su fichaje para el Barça, pero a finales de ese año 96 el holandés fue cesado. También algunos equipos de la Premier se fijaron en él, pero fue descartado por ser presuntamente un poco blando para el futbol ingles. Recaló finalmente en la Juventus, un equipo de máxima exigencia, en el que estaba al principio convencido de no ser lo suficientemente bueno para triunfar. Pero su entrenador ,Marcelo Lippi, confió plenamente en él. Al cabo de un año era una gran estrella. En 1998 lideró a su país al ansiado campeonato del mundo en su propia casa, así como a la Eurocopa de 2000. En 2001 protagonizó el traspaso mas cuantioso de la historia hasta esa fecha: 75 millones de euros que le llevaron al Real Madrid.
Para la cita mundialista de 2006 en Alemania Les Blues presentaba un equipo muy veterano con gran parte de los rescoldos de su bienio dorado (98-2000) comandado por Zidane y con Trezeget, Henry o Thuran entro otros, grandes futbolistas a los que se les suponía que habían dejado atrás los mejores años de su vida deportiva. El Mundial de 2002 en Corea había sido un fiasco, y en la Eurocopa de 2004, a casa en cuartos tras perder contra Grecia. No partía en principio entre los favoritos al podio. La primera fase del mundial pareció confirmar el pronostico: apenas un par de empates ante Suiza y Corea del Sur y victoria sin mucho lustre, 2-0 ante la débil Togo. Ni si quiera fue primera de grupo.
La falta de confianza en la selección gala se había manifestado de forma grotesca en los octavos cuando la España de Luis Aragonés se cruzó en su camino. Los españoles habían ganado los tres partidos del grupo resultando por ende primeros. El diario Marca salió con una de sus bufonadas sensacionalistas “Hoy jubilamos a Zidane”. El resultado fue el previsible: victoria francesa por 3-1 y golazo de Zidane que cerraba el partido. Todavía La Roja seguía en su eterno camino hacia la nada. Aunque nadie apostaba por la continuidad de los antiguos campeones; en cuartos esperaba nada menos que Brasil, eterno gran favorito. Pero entonces surgió el futbolista más elegante que jamás vio el continente europeo para marcarse un partidazo y dar la gran sorpresa dejando en la cuneta a la selección americana. Tras esta machada la semifinal con Portugal casi resultó un trámite resuelto con un gol de penalti del propio Zizou. En final tocaría Italia, entonces un valor siempre seguro en los mundiales, dirigido precisamente por Lippi, el hombre que tanto había confiado en él, y con nombres de fuste tales como Gatusso, Pirlo, Del Piero, Buffon o Totti y con una visión algo más ligera y alegre de su rocoso catenaccio,
Parecía que el astro de origen argelino se había estado preparando a conciencia para la ocasión; sus últimas tres temporadas en el Real Madrid se había asemejado mucho a una jubilación anticipada con ocasionales destellos de gran calidad. De forma honesta había decidido retirarse renunciando a un jugoso año de contrato y su última función sería la Copa del Mundo en tierras germanas. En las mismas volvió a surgir el dominador absoluto del juego de sus años en la Juve o su primera temporada y media en el Real. Con ganas y ambición su objetivo no era otro que despedirse por la puerta grande y en la retina de todos los aficionados tenía que quedar una última exhibición.
Y no le faltó mucho para conseguirlo. Apenas empezada la final el árbitro señalaba un penalti en el área italiana. Todos tenía claro quién iba a ser el lanzador pero lo que nadie esperaba era la forma de lanzar la pena máxima que Zidane tenía reservado. Desde que el checo Paneneka sorprendiese a propios y extraños con una frívola vaselina que daba a su país una Eurocopa, esa forma de lanzar penaltis bautizada con el nombre de su atrevido creador ha sido considerada como una excentricidad solo al alcance de lances ya decididos y de artistas del balón capaces de afrontar el desafío sin inmutarse. No era la final de un campeonato del mundo el escenario más adecuado para tal delicatesen, pero el capitán francés consiguió una vaselina bombeada de tal elegancia y precisión que cuando golpeó el larguero todo el mundo temió que la jugada maestra quedase en nada. Por fortuna el bote del balón se produjo dentro de la línea de gol y la final soñada por aquel que había escogido ese día para despedirse del fútbol.
Pero Italia no estaba dispuesta a ser un mero convidado de piedra y diez minutos más tarde en un córner el racial Materazzi empataba la contienda. Central eterno del Inter de Milán, representaba todo lo opuesto al estilista galo, un concepto del fútbol de rompe y rasga, la agresividad como punto esencial de su desempeño, el recurso al concepto más viril y rudo del juego tan efectivo en no pocas ocasiones. Desde el comienzo del lance tuvo claro que debía buscar las cosquillas a la estrella contraria, provocar en él inquietud y desasosiego y, fundamentalmente, sacarle de sus casillas a cualquier precio.
Zidane lo tenía todo para pasar por encima de cualquier ataque chusquero, pero para su desgracia él mismo tenía tentaciones más broncas que sus elegantes quiebros y regates.
Un veterano curtido en mil y una batallas no hubiese entrado al trapo ante tal táctica y hubiese salido airoso de las toscas provocaciones solo con su talento. Zidane lo tenía todo para pasar por encima de cualquier ataque chusquero, pero para su desgracia él mismo tenía tentaciones más broncas que sus elegantes quiebros y regates. En no pocas ocasiones su mal genio le había provocado malas pasadas y su historial muestra la nada desdeñable cifra de 14 expulsiones y un lado oscuro que la prensa oficialista se había encargado de silenciar. No todo era oro lo que relucía tras los éxitos de la estrella mediática. Una tendencia suicida a la violencia y a las explosiones de ira no contenida , quizá vestigio de una infancia en la que había sufrido en sus propias carnes la marginación del diferente, habían quedado sepultadas por sus logros estilísticos en el campo. De hecho el cabezazo no era nuevo para él; en un partido de Champions con la Juve en el 2000 y tras sufrir una entrada de Kientz, defensa del Hamburgo, vio el camino de los vestuarios por otra caricia de su poca poblada frente en el rostro del rival al que dejó conmocionado. Materazzi no resultaba el malvado completo de la función.
En tales circunstancias el desenlace del drama no puedo ser más peliculero. Con empate a uno se llegó a la prorroga y hacia la mitad de la misma un espectacular testarazo del ex madridista llevaba camino de ser el gol decisivo, salvo por una prodigiosa manopla del arquero italiano Buffon. No podía haber soñado un mejor final que marcar ese gol. Pero la historia no fue ni mucho menos así; minutos mas tarde y tras la salida de un saque de esquina el artista y el muro se enzarzan en una discusión. Hay insultos y referencias a hermanas, algo según parece habitual en el terreno de juego (ya se sabe, lo que queda en la cancha no debe salir) y Zidane saca su orgullo de genio que no acepta tales ofensas con un cabezazo en el pecho de Materazzi. El árbitro no se da cuenta pero los italianos le asaltan. Se produce una consulta al linier y tras unos minutos de incertidumbre la tarjeta roja supone el fin de carrera anticipada para el gran capitán. Ni si quiera se quedaría a ver los penaltis uno de los cuales, por descontado que estaba reservado para él. El destino no fue lo que esperaba, el lado oscuro del genio se impuso a su creatividad.
En los penaltis se impuso Italia. Buffon detuvo el lanzamiento de Trezeget y los trasalpinos no fallaron ni uno.