
El domingo por la tarde, el Atlético de Madrid volvió a hacerse carne sobre un terreno de juego. Pero era lo menos importante. Los tres puntos que había en liza no eran relevantes, tampoco el 11 inicial que dispusiera Simeone, ni el sistema empleado. Ni siquiera que se celebrara el día de las peñas. Porque el partido más importante es que el se libra estos días fuera del Metropolitano, y no es otro que la campaña de linchamiento social que, desde todas las esferas, está sufriendo la afición colchonera, y a la que los propios dirigentes del club están contribuyendo.
Desde el día del derbi, el pasado 29 de septiembre, hemos vivido un bochorno permanente, una campaña de acoso y derribo sin precedentes. Lejos de centrar sus esfuerzos en localizar a los responsables del lanzamiento de objetos y que éstos paguen por lo que hicieron, medios de comunicación e instituciones, el Gobierno nacional entre ellas, se han “esmerado” para tratar de criminalizar a toda la afición del Atleti de los incidentes acaecidos.
Para ello, han sacado de contexto los hechos, los han intentado reescribir, han presionado para que la sanción a imponer fuera “ejemplar” y “severa” e incluso cuando han visto que el castigo de Competición era “sólo” un cierre parcial del Metropolitano -rebajado de tres partidos a uno por el Comité de Apelación-, han jaleado a Antiviolencia para que interviniera proponiendo un cierre total del estadio durante dos semanas. Propuesta que se tiene que tramitar y que, recursos de por medio, puede tardar meses o incluso años en hacerse efectiva.
El trato hacia la afición del Atleti ha sido aberrante, impropio de un Estado de Derecho, en el que cualquier persona está amparada por el derecho fundamental a la presunción de inocencia que consagra nuestra Constitución. Un derecho que ha sido vulnerado sistemáticamente, pues todos los agentes implicados no se han conformado con la expulsión como socios de los autores de los hechos, sino que se han empeñado en extender el castigo, primero, a toda la grada de animación, tratando como delincuentes a las 5.000 personas que la ocupan, y posteriormente a todos los aficionados que acuden al estadio.
Para Pilar Alegría, Rodríguez Uribes o el ínclito Yago de Vega, yo soy un delincuente por acudir habitualmente al Metropolitano a ver los partidos de mi equipo. Supongo que también lo seré dentro de poco por salir de mi casa con la camiseta del Atleti, tomar el Metro para ir al estadio o estar en los aledaños del mismo disfrutando de una previa. Es cuestión de tiempo.
Medios de comunicación e instituciones han intentado reescribir los hechos, han presionado para que la sanción a imponer fuera “ejemplar” y “severa” e incluso cuando han visto que el castigo de Competición era “sólo” un cierre parcial del Metropolitano, han jaleado a Antiviolencia para que interviniera proponiendo un cierre total del estadio durante dos semanas.
Pero lo peor de todo no es la indefensión que uno siente hacia el exterior, que nos traten como delincuentes o escoria social sin justificación alguna, que se nos castigue porque el presidente del equipo de los tapacubos lo exige, bajo el pretexto de una supuesta lucha contra el racismo y la violencia que no es tal, mientras se omiten y no se sancionan otros actos igual de reprobables.
Lo peor de todo es que el club nos ha dejado solos, huérfanos y desamparados. Ante el tremendo acoso sufrido, Miguel Ángel Gil se ha bajado los pantalones y ha seguido la senda que le marcaban, sancionando a socios abonados que no habían hecho absolutamente nada y castigando a todo aquel que tenga su localidad en la grada de animación, con la prohibición de comprar entradas en zona visitante para los cinco próximos desplazamientos. Desplazamientos para los que muchos ya tenían contratados y pagados vuelos y hoteles, con el consiguiente perjuicio económico.
El enemigo no sólo está fuera; lo tenemos en casa. Si el club no defiende a una afición que siempre se ha dejado el alma, la voz y su dinero por el Atleti, es sinónimo de que ese club -o esos “dirigentes”- carece de los valores que se le presuponen al Atlético de Madrid. Porque en este club, lo más importante siempre ha sido la defensa de su identidad y valores, muy por encima de lo deportivo. Y cuando se da la espalda al aficionado, el Atleti suele salir malparado.
La afrenta creada desde del club, y personificada en la figura de Miguel Ángel Gil, no es un problema menor, sino de dimensiones estratosféricas, que deja en anécdota lo que ocurra sobre el verde. El club, pensando, como siempre, exclusivamente en los intereses económicos, ha abierto una nueva brecha con sus aficionados. Y al menos a quien suscribe estas líneas le da la sensación de que, esta vez, va a costar bastante suturarla.
Mi enhorabuena y agradecimiento al autor de este artículo.
En estos convulsos días efectivamente se está imponiendo desde determinada ideología una
generalización de la culpa a determinados colectivos, que puede dinamitar el estado de
derecho tal y como lo concebíamos,hasta no hace mucho.
Por ejemplo, destacados dirigentes (y destacadas dirigentas, por utilizar el estúpido lenguaje
inclusivo) del feminismo radical nos recuerdan con frecuencia que determinadas lacras como
la violencia sexual contra mujeres no se deben individualizar, ya que son consecuencia de un
problema estructural. Así concluyen sin ningún rubor que todos los hombres somos violadores
en potencia; criminalizando a media humanidad.
Precisamente el derecho penal se basa en individualizar la culpa y castigar SÖLO
de los culpables. Cuando la generalizamos estamos retrocediendo a lugares y tiempos tan
atroces como la Alabama que linchaba a personas de una raza, “porque todos los negros eran
inferiores”, o a la Alemania que exterminada a personas de una religión “porque todos los
judíos eran culpables”.
Salvando la abismal distancia entre el asesinato masivo de seres humanos y la tirada de cuatro
mecheros a un campo de hierba (que todavía no está tipificado como crimen de guerra en el
Derecho Internacional), pongo estos exagerados ejemplos para destacar la catadura moral de
personajes como Pilar Alegría, y tantos secuaces y opinadores políticos y deportivos, para quienes – como bien dice nuestro articulista- todos los aficionados atléticos somos delincuentes y todos debemos ser castigados y escarmentados severamente.
Y más si son fumadores, porque pronto les enviarán a la Policía para que les incaute todo tipo de armas de destrucción masiva (como los peligrosísimos encendedores Bic).