La compra de una participación mayoritaria del accionariado del Atlético de Madrid por parte del fondo norteamericano Apolo, tiene varias consecuencias de amplio recorrido. Pero una sobresale por encima de todo: supone el final del dominio del club de la familia Gil, el clan que ha marcado el destino de la entidad durante casi cuatro décadas

En abril de 1987 moría el histórico presidente rojiblanco Vicente Calderón y como ocurría en todos los clubes de entonces, asociaciones deportivas, los socios concurrieron a las urnas. El Atlético de entonces era un hueso duro de roer: tenia una gran deuda y un equipo necesitado de una amplia renovación. Hubo varios candidatos, pero la lucha se centró en dos muy divergentes; el ex ministro de la UCD y abogado Enrique Sánchez de León y el empresario soriano Jesús Gil y Gil. Ganó el segundo con contundencia gracias a un golpe de efecto: días antes de la votación presentó a un fichaje espectacular, el portugués Paulo Futre, entonces la joya por la que todos los grandes de Europa suspiraban. Si alguien que todavía no era presidente podía traer un refuerzo de esas dimensiones, ¿qué no haría una vez en la poltrona?.

Gil y Gil era volcánico, lenguaraz y atrevido. No se amedrentaba frente a nadie ni hacían en él ningún efecto las amenazas de sanciones. Su presidencia fue un show continúo a camino entre los episodios graciosos y los que provocaban vergüenza y estupor; el máximo representante de una generación de dirigentes que ha pasado a la historia por su incontinencia verbal y sus excentricidades. Él era el rey absoluto de la fauna. Tal era su popularidad que dio al salto a la política con estruendoso éxito; en 1991 se convirtió por mayoría absoluta en Alcalde de Marbella, condición que repitió en otros dos procesos electorales. El populismo nunca ha dejado de tener relevancia.

Deportivamente las cosas no le rodaban. Empeñado en resultados inmediatos no tenía la más mínima paciencia para consolidar un proyecto deportivo fiable. Los entrenadores desfilaban sin freno y cada verano había una revolución en la plantilla. Pareció encontrar al fin el rumbo cuando juntó a Futre con el centrocampista alemán Schuster. Entre los dos lideraron los primeros títulos de su era: dos copas del rey a comienzos de los 90. Pero no tardó mucho en volver al caos. En la temporada 93-94 gastó nada menos que seis técnicos y el equipo empezó a asomarse a los puestos de descenso.

En paralelo instauró un régimen absolutista en la entidad: expulsó a los socios disidentes que criticaban su gestión, despidió de mala manera a jugadores emblemáticos de los 80 y congeló las urnas que no volvieron a asomarse. La Ley del Deporte impulsada por el Gobierno socialista iba a implantarse pronto y su objeto no era otro que convertir a las deficitarias asociaciones en sociedades anónimas. Los clubes estaban casi todos en quiebra técnica y se pensaba que al estilo de otros ámbitos la forma societaria daría a los mismos mayos rigor en el manejo de sus cuentas; algo que el tiempo demostró como alejado de la realidad.

En julio de 1992 una zozobra se apoderó del Atlético. A pesar de haber ganado hace apenas unos días la final de Copa al Real Madrid en el mismo Bernabéu, su existencia estaba en entredicho. Finalizaba el plazo para la conversión en sociedad anónima y se necesitaban dos mil millones de pesetas para la misma. El control que había ejercido Gil sobre la sociedad hacía inviable cualquier avalista que no fuera él mismo. Tras una tensa espera consiguió el crédito necesario a través del Banesto del entonces muy en boga Mario Conde. Apareció como el salvador in extremis de la entidad.

Años más tarde el relato se vino abajo. Una investigación de la Fiscalía Anticorrupción, con un marcado sesgo político (el alcalde de Marbella y sus vástagos iban extendiendo su influencia en la Costa del Sol lo cual hizo reaccionar a la clase política tradicional), puso en evidencia que el crédito otorgado era ficticio. Un préstamo fantasma que nunca se devolvió y que sirvió a Gil para apoderarse del club sin gastar nada en la realidad. La Sentencia fue clara en el relato pero la misma no podía tener condena: el delito había prescrito. El asunto no deja de lado un debate interesante: ¿alguien más que Jesús Gil (trampas incluidas) estaba en condiciones de salvar al Atlético?.

Un préstamo fantasma que nunca se devolvió y que sirvió a Gil apoderarse del club sin gastar nada en la realidad. La Sentencia del «caso Atlético» fue taxativa al respecto, pese a que no pudo imponer condena al haber prescrito el delito. La duda al respecto es, ¿alguien más que Gil (trampa incluida) estaba en condiciones de salvar al Atlético en 1992″?

Ya en 1994 el soriano había ido delegando el día a día de la entidad en su hijo Miguel Angel, un veterinario de profesión con tanto desconocimiento del medio como su padre, pero comedido y discreto. En el campo, la llegada del serbio Radomir Antic en 1995, dio lugar a un año inolvidable; nada menos que Liga y Copa seguidas al amparo de los Caminero, Kiko, Pantic, Molina o Geli. No dejó de ser un espejismo ya que en pocos años se volvía a caer en la zona baja de la tabla, la más transitada en esos años 90. La intervención judicial que decretó el Juez García Castellón en el contexto del “caso Atlético” fue la puntilla. Una plantilla llena de nombres rutilantes que luego triunfaron allí donde fueron (Baraja, Valerón, Capdevilla…) vivió la zozobra de no tener seguro el abono de sus contratos y se dejó llevar hasta poner al equipo en donde no había estado desde antes de la guerra civil: en la segunda división.

Fue la culminación de un periodo disparatado, aun con ocasionales y estruendosos éxitos puntuales. El hundimiento deportivo vino sin embargo acompañado de un renacer social significativo: en la división de plata del fútbol español el equipo duplicó sus abonados. No fueron uno sino dos años en el llamado “infierno”, pese a lo cual el Vicente Calderón, durante no pocos años abonado a los muchos huecos y el lleno casi imposible, registraba grandes entradas casi todos los partidos. Gil Marín ya había asumido el control casi absoluto de la entidad y su padre no mostraba el vigor de otras épocas aun cuando de vez en cuando aparecía para una declaración incendiaria o cesar al entrenador de turno. En 2004 fallecía, paradójicamente en honor de multitudes. Las contradicciones de las masas.

Retornado a primera división, el tándem Gil Marín en la dirección de facto, y Enrique Cerezo, un avispado productor cinematográfico muy bien relacionado con los círculos de poder, en la presidencia han sido la cara visible de la entidad en los últimos veinte años. Se acabaron las frases altisonantes, el estrambote semanal, los titulares de los periódicos con ceses, despidos y descalificaciones y un halo de seriedad y discreción impregnó la entidad desde entonces. Cerezo era el portavoz oficial, la voz amable, chistosa y serena que casi nunca decía nada relevante, pero lo contaba con gracia y educación. El trabajo diario era cosa de Gil Marín, de natural discreto y con aversión a la exposición mediática.

Sobre el terreno de juego esa nueva etapa no estuvo caracterizada por la relevancia deportiva. Muy al contrario, se sucedieron los proyectos inanes y tediosos, sin más atractivo que el desarrollo de una joven perla de la cantera, Fernando Torres, que colgó sobre sus hombros la responsabilidad de mantener la tensión competitiva de una entidad que había enterrado el espíritu combativo y el orgullo de sentirse un equipo grande propio de épocas que sonaban ya muy lejanas. Pasaban las temporadas sin casi nada destacable que reseñar, mas allá de mantenerse mal que bien en la zona media de la tabla con la amenaza del descenso lejos, no a menor distancia que los puestos de la zona noble. El horizonte más realista era una clasificación para la U.E.F.A. Hubo un brote verde con la llegada de Quique Sanchez Flores al banquillo, el enésimo cambio, que apoyado en una delantera de primer nivel ,Forlán y Agüero, acabó con la interminable sequía de títulos en 2010 con la Europa League, la heredera de la U.E.F.A, el primer entorchado europeo desde 1962 nada menos.

Y de repente ,en diciembre de 2011, un nuevo cambio de inquilino en la dirección del equipo iba a tener unas consecuencias inesperadas por todos. Llegaba Diego Pablo Simeone, uno de los héroes del doblete del 96, que siempre había tenido una conexión especial por la grada por su coraje sobre el césped. Parecía un movimiento estratégico de esos a los que acuden los equipos en épocas de crisis: pongamos a un viejo ídolo como entrenador para que al menos tenga el apoyo y la paciencia de los aficionados garantizados y que no nos miren  con desdén al palco. Nadie creía mucho en él; uno más de la lista pensaban casi todos. El resto es historia.

¿Cómo ha sido el gilismo pues?. Socialmente un éxito (el numero de socios y abonados no ha dejado de crecer), económicamente ruinoso en el comienzo y boyante al final y deportivamente con toda la variedad de resultados que uno pueda imaginar: del desastre absoluto a los mayores éxitos. Un bagaje, pues, casi imposible de evaluar

La conclusión de los años de bonanza comandados por Simeone ha sido que una entidad devaluada hasta no hace muchos años ha sido protagonista de la tercera venta más cara de un equipo de futbol en Europa. Un nuevo y flamante estadio y una ciudad deportiva en ciernes simbolizan, al menos desde el punto de vista patrimonial, la pujanza de un club que ha dejado atrás épocas oscuras que le persiguieron durante no poco tiempo. En 1987, año de la llegada de Gil al poder, el Atlético era una entidad en quiebra, de la que se dudaba hasta su supervivencia, cuatro décadas después es uno de los activos más sólidos del escenario europeo. A primera vista el gilismo, deja un legado notable al cabo de los años, aunque han sido demasiados los periodos oscuros que se han atravesado en este largo periodo, no pocos los sinsabores y el resultado final tiene mucho más que ver con un entrenador al que su avispado dirigente dio el poder más grande que jamás haya tenido un técnico en un equipo de élite. Y a juzgar por los resultados finales (beneficio económico incluido) más que justificadamente.

¿Cómo ha sido el gilismo pues?. Socialmente un éxito (el numero de socios y abonados no ha dejado de crecer), económicamente ruinoso en el comienzo y boyante al final y deportivamente con toda la variedad de resultados que uno pueda imaginar: del desastre absoluto a los mayores éxitos. Un bagaje, pues, casi imposible de evaluar y que quizá el tiempo logre situar en su justa medida. El origen de la adquisición fue controvertido, pero al mismo tiempo nadie parecía ser alternativa al dominio gilista de la entidad. Los resultados fueron pésimos durante no pocos años, pero en su recta final tuvieron gran fiabilidad. De lo que no cae la menor duda es que los Gil, para lo bueno y lo malo, marcaron buena parte de la historia atlética.

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